§ 1. Uno de los temas que más fascina a los escritores es el de las loterías del mundo y sus mecanismos de funcionamiento. Incluso hay una tesis literaria que sostiene, como vulgata, que la literatura y la escritura son un juego.
Y está la otra tesis que compara la literatura con un juego de ajedrez; o la versión matemática que considera la literatura como un cálculo de posibilidades. Todas estas teorías son metáforas semióticas que la doxa admite como verdades irrefragables y las creencias sociales las validan al funcionar como una dictadura.
§ 2. La fascinación que ejercen estas teorías literarias como metáforas semióticas han dejado obras admirables. Para no ir más lejos, tres ejemplos bastan: El jugador, de Dostoievski, “La lotería de Babilonia”, de Jorge Luis Borges y el pasaje de la novela de Gabriel García Márquez en la que el dictador manipula los sorteos de la lotería para atribuir los premios a sus favoritos.
Salvo error u omisión, no recuerdo ningún texto de ficción producido por escritor o escritora dominicanos que verse enteramente sobre este tema de las loterías. Ojalá alguien me señale uno o varios títulos que desmientan mi afirmación.
Pero, mientras tanto, para que la excepción no sea la regla, cito mi relato “La lotería de Rabkú Nolt de Altania”, publicado primero en el suplemento Areíto y, luego, en Cuadernos de Poética 33 (2020:121-122), texto en el que, simbolizado cualquier país, incluido el nuestro, con el guiño a Borges, planteo que nuestras loterías, con el recurso de la informática, con solo ver en pantalla cuáles números no han sido vendidos, detentan el poder de controlar los sorteos, encasillándose a su favor los premios y maximizando las ganancias y, cada cierto tiempo, distribuir un premio en provincias o lugares geográficos deprimidos. Y publicitar, no faltaba más, hasta el cansancio, su filantropía barata.
§ 3. Los mecanismos de funcionamiento de las loterías o de los casinos de juego fascinan a los escritores en razón de los fraudes y engaños a que recurren los dueños del negocio para maximizar las ganancias y solventar el pago de impuestos y las cargas fijas. En los Estados Unidos hay un control estricto de estas loterías y casinos de juegos.
La literatura es abundante sobre estos temas y hay un montón de películas que contienen, como las escenas románticas infaltables, las de los casinos de juego, pero, sobre todo, las de los temas de vaqueros de viejo Oeste, pecan ante el cinéfilo si el salón de juegos no muestra el engaño: dados cargados o cartas marcadas o un manipulador de la ruleta que, escondido, desde lo alto, altera el resultado de las apuestas y arruina a los jugadores.
Existe una nutrida burocracia de inspectores que vigilan, en los Estados Unidos, los sorteos de las loterías y las máquinas tragamonedas y las ruletas de los casinos. Pero los dueños se las ingenian para comprar a esos inspectores y como el fisco no juega con su dinero, existe otra burocracia: los inspectores que vigilan a los inspectores.
Desde que un inspector exhibe riquezas que no logra justificar con el sueldo que percibe, suena la primera alerta. Y se abre una investigación hasta dar con el fraude o engaño. Le siguen el rastro al dinero y las consecuencias para los dueños de las loterías y casinos de juegos son pesadas.
§ 4. En nuestro país, desde la época de la lotería del padre Billini hasta la administración de la lotería nacional de Trujillo, gobernada en forma vitalicia por su cuñado Ramón –Mon– Saviñón Lluberes, como la prensa estaba controlada, resultó imposible saber si hubo innumerables sorteos amañados para enriquecer, sin pasar por la corrupción administraba que deja rastros, a sus favoritos.
Fue proverbial el rumor en la era de Trujillo de que a alguien le regalaron el billete del premio mayor. Pero con una prensa controlada, ¿quién se atrevía a investigar? En democracia, luego de la caída de la dictadura, sí se ha podido investigar y descubrir los fraudes de la Lotería Nacional: el caso Mazourka y ahora el caso del cieguito y la presentadora de televisión y las redes sociales se han dado gusto mostrando el vídeo de la escena donde la referida presentadora no agarra ningún bolo y el cieguito, como si fuera un mago de feria, guardaba un bolo bajo la manga y otro en el guante.
Pero por más evidencia que haya en casos como estos, el Estado clientelista y patrimonialista que nos gastamos es coherente con la impunidad y nunca hay consecuencias. Porque, no sé cuál jurista lo afirmó como verdad inconcusa, que en estos tipos de Estado las leyes se promulgan para favorecer a los delincuentes.
Pero no a los pequeños delincuentes, sino a los grandes. Y por esa razón usted observa lo difícil que resulta que el Congreso apruebe un Código Penal que aumenta las penas a los ladrones del erario, a los grandes evasores de impuestos, a los grandes lavadores de activos y, mucho menos, que se aprueba la ley de extinción de dominio, pues esta favorece a los narcotraficantes que financian las campañas electorales de los políticos y a los defraudadores del fisco.
Los grandes delincuentes esperan que cuando les pillen, la ley les favorezca y cuando salgan de prisión, recuperen sus propiedades y a disfrutar de la vida. Lo mismo ocurre con las tres causales del aborto en el Código del cuento de nunca acabar: los machos cabríos, curas y violadores, para satisfacer su miseria sexual, esperan seguir con su dominación del útero y la vagina de las mujeres y no les importa el incesto, la muerte de la madre o de la criatura que lleva en el vientre.
De loterías, fraude fiscal y miseria sexual debían escribir los que se dicen escritores dominicanos, pero no producir imitación de la realidad, sino obra de valor rítmico.
§ 6. La producción de obras literarias de valor ha caído en picada desde los años 80 hasta hoy y la frivolidad arropa el cuerpo social desde que entró en vigencia la teoría literaria de la cultura light impulsada por el neoliberalismo y la globalización.
Es un mal planetario. Pero se creyó que afectaría menos a los países latinoamericanos por el hecho de la fuerte tradición de literatura comprometida patrocinada por los movimientos de liberación nacional, las guerrillas y la lucha por el restablecimiento de la democracia donde hubo dictaduras sanguinarias como las de Pinochet, los militares argentinos o centroamericanos.
Y también debido a una gran tradición de escritores izquierdistas y liberales como los Galeano, Benedetti, Cardenal, Roque Dalton y una legión de seguidores que asumió esas tesis literarias.
Pero no, la ideología del materialismo descarnado con sus cuatro pilares: el consumismo, el hedonismo, la relatividad y la permisividad se ha enseñoreado de la literatura y el arte en nuestro país y en América Latina, a tal punto que leer hoy los otrora combatientes suplementos de los periódicos Le Monde, El País, The New York Times y otros medios culturales hispanoamericanos donde el valor literario estaba en primer lugar da lo mismo que leer las revistas de farándula y del jet set internacional Hola, Vanity Fair, Elle, Cosmopilitan o las sucedáneas que publican las casas editoriales latinoamericanas subsidiarias de las de Nueva York, Londres, Madrid o París.