Como reza la canción de Pablo Milanés “El tiempo pasa/Nos vamos poniendo viejo…” Así acontece muchas veces en la vida, nos cansamos de reiterar el llamado pertinente a todos los actores responsables de velar por el bienestar físico, mental, ambiental, social y emocional de cada uno de los integrantes de una población dada, sean infantes, niños, adolescentes, adultos o envejecientes. Desde el ámbito político prometemos villas y castillos durante las campañas proselitistas; luego de alcanzado el triunfo las ofertas son tiradas dentro del saco del olvido. Hace ya un cuarto de siglo que, como párvulo sin malicia, nos apasionamos tras el anhelado objetivo de lograr establecer en la República Dominicana una forma nueva de gerenciar las atenciones sanitarias. Todavía soñando con aquella quimera, narrábamos en este mismo periódico lo siguiente: “En el primer gobierno peledeísta, tuve la dicha de visitar en mi condición de subsecretario de Salud encargado de Planificación, la ciudad de Boston, Massachusetts. Allí en el terreno de los hechos observamos el modelo de Atención Primaria Sanitaria. Consiste, brevemente hablando, de una unidad de servicio en la que el Estado contrata los servicios de un equipo gerencial en salud.
La agencia contratada se hace responsable de atender las necesidades médicas de unas quinientas familias nucleadas geográficamente en los alrededores. El paquete de acciones y atenciones reportan beneficios o déficits dependiendo de la buena o mala gerencia. Si la población asignada permanece sana; los menores reciben todas sus vacunas, las mujeres tienen su vida reproductiva programada, la mayoría de los partos son por vía natural, las enfermedades crónicas como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y el cáncer son detectados temprano, y luego manejados con cuidadoso esmero para evitar complicaciones, entonces habrá beneficio para las partes. Casi todas las situaciones se manejan en la consulta externa sin internamiento”.
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Aquel ambicioso proyecto fue torpedeado inmisericordemente por aquellos que veían en la salud del pueblo a un poderoso enemigo al que había que combatir bajo la errada consigna de que “sin enfermos no hay negocio”. ¡Cuánto no se ahorraría el país si operaran con calidad y oportunamente las unidades de atención primaria! No es cierto que van a ir a la quiebra los buenos especialistas, siempre habrá un 15% mínimo de pacientes que requerirán de los cuidados de cardiólogos, cirujanos, urólogos, ginecoobstetras, pediatras, oftalmólogos, neurólogos, psiquiatras y demás profesionales especializados en las distintas ramas de la medicina. Lo que no se vería es ese enjambre de personas peleándose los turnos en los centros hospitalarios ya que sus cuidados básicos los tendrían en la cercanía de sus hogares.
Aún estamos a tiempo de retomar con seriedad el modelo de atención primaria. La medicina familiar como especialidad básica debe ampliarse hasta lograr establecer una unidad de cuidados básicos en cada sector de una comunidad, asegurando que alrededor del 85% de las necesidades sanitarias fundamentales podrían ser resueltas allí y los casos mayores o complicados ser referidos oportunamente a los centros de mayor complejidad.
Decía mi abuela que nunca es tarde si la vida dura. Por el bien del país, démosle prioridad a la medicina preventiva para que la curativa no nos ahogue a todos.