La dimensión cultural y subjetiva de la militancia revolucionaria en la República Dominicana durante las décadas de 1960 y 1970, ha sido poco estudiada por la historiografía local. A pesar de que pocos procesos y movimientos en América Latina ofrecen una experiencia histórica tan interesante como la del 14 de Junio, todavía no existe en el país una investigación a profundidad que se haya dedicado a dilucidar las prácticas y creencias de sus militantes.
Esto lo decimos porque pocas organizaciones lograron desarrollar esa capacidad de convocatoria y de movilización, con esa fuerza y hermosura, de ver a tantos jóvenes en las calles, con una idea bastante clara de organizarse y de entender lo que era la política. Si bien no llegaron a establecer en firme su espacio para asentarse en la sociedad dominicana, pues la etapa en la vida pública de la Agrupación Política tan solo duró dos años, desde 1961 a 1963; sin embargo, el hecho está registrado en nuestra historia.
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Hablar de los militantes del 14 de Junio es hablar también de sus bases, en cuyo espacio convergían afiliados, dirigentes intermedios y militantes activos que no dejaban de ser obreros, campesinos, profesionales, amas de casa, estudiantes o trabajadores informales. La configuración de esta base estuvo profundamente marcada por el triunfo de la revolución cubana y especialmente por la gesta de los expedicionarios de junio de 1959. Para sus miles de hombres y mujeres, la militancia política en el 1J4 iba más allá de la acción ideológica ya que también era una forma de vivir y comprender la realidad.
Desde esta óptica, los militantes catorcistas vivieron su compromiso revolucionario como un «llamado histórico» que requería sacrificios personales, familiares y sociales. La vida cotidiana se organizó en torno a un comportamiento ético que promovía la entrega total y la disposición al sacrificio, siguiendo el pensamiento martiano que nos enseña que “Es dulce y decoroso morir por la patria”. Esta frase, asumida por el 1J4, exalta la muerte en combate, percibida como la máxima expresión del compromiso.
En un contexto matizado por la represión política, los lazos afectivos entre compañeros, la devoción a la causa y la identificación con la organización se fortaleció. Se fomentaron valores proletarios como la humildad y la sencillez, llevando incluso a sus dirigentes y militantes procedentes de las clases medias y altas a integrarse en las problemáticas de los sectores marginados para desarrollar una mayor conciencia revolucionaria y ganar adeptos en las clases populares. Por su parte, las mujeres desempeñaron un papel significativo, desafiando tradicionales normas de género, inscribiendo su accionar en valores revolucionarios y subordinando sus intereses personales al proyecto colectivo.
Vale decir que la militancia revolucionaria no solo era política sino también profundamente emocional. En el 1J4, la guerrilla encabezada por Enrique Jiménez Moya ejerció como un elemento identitario clave al igual que el martirologio de los catorcistas en las ergástulas de la tiranía trujillista. Su conexión con la Raza Inmortal y la exaltación de figuras históricas como Minerva Mirabal, quien como señala Roberto Cassá “influyó decisivamente en la mística de la organización”, fortalecieron el sentido de continuidad histórica y la legitimidad de su lucha.
En ese orden, los militantes catorcistas eran personas que creían y luchaban por una sociedad dominicana verdaderamente libre, organizada desde la justicia, con solidaridad, igualdad, unidad latinoamericana y por el respeto al otro y su dignidad como valores supremos. Desde esa perspectiva, constituyeron una generación que vivía por la pasión y desde la pasión, reafirmando en cada paso, la fidelidad a sus principios e ideales.
Por supuesto, el concepto de “pasión” debe emplearse en un sentido racional pues la mayoría de sus militantes poseía la convicción de que vivían en una época en la que no había dudas de que el mundo se transformaría. En aquellos años, había suficientes factores objetivos que hacían pensar que el orden social podía ser cambiado, lo que presagiaba que pronto terminarían las injusticias, la explotación y las opresiones. Es por eso por lo que para esa generación la idea de la revolución no era una utopía sino una realidad.
Acorde con esas expectativas, los militantes catorcistas vivían en función de la historia. Ninguno se sentía individualmente significativo. Se sentían protagonistas de una historia que desembocaría en la liberación definitiva del pueblo dominicano. Era, pues, una historia personificada, donde no se podía vivir sin ser protagonista ni constructor de la historia. Esto explica porque para sus principales cuadros, las tareas o misiones que el partido asignaba no se delegaba, tal como relató Fidelio Despradel en sus memorias.
En ese sentido, se puede comprender el surgimiento de la infraestructura en el seno de la organización verde y negra, cuya creación fue una consecuencia lógica del imaginario político que había en el país, el cual se encontraba en consonancia con su militancia. El foquismo fungió tanto como una herramienta que posibilitó el crecimiento del partido, así como en un principio articulador que impregnó todos los aspectos de la vida partidaria ya que la adopción de este método, a la luz de la experiencia cubana, era percibido como el motor fundamental para producir el cambio revolucionario.
De allí que el discurso pronunciado por Manolo Tavárez en el parque independencia el 14 de junio de 1962 estuvo dirigido esencialmente a la militancia catorcista a los fines de transformar al militante en un «combatiente» y a la lucha en «combate». Por tal motivo, se puede afirmar que la militancia revolucionaria en el 1j4 fue una experiencia integral que combinó lo político, lo emocional y lo cultural. En la próxima entrega de esta serie veremos la intensa actividad política en la que se involucraron sus militantes al participar en las estructuras internas y frentes de masas.
Dr. Amaurys Pérez
Sociólogo e historiador UASD / PUCMM / Museo de la Dignidad