Desde la asunción de Donald Trump al poder, se han delineado varios paralelismos entre su gestión de gobierno y el fascismo en la Alemania nazi. Por ejemplo, en 1923, Adolf Hitler incitó una insurrección contra el gobierno alemán. Fue juzgado, recibió una sanción leve y se convirtió en un delincuente convicto. A pesar de haber sido tratado con indulgencia por el juez, Hitler afirmó que el juicio era una persecución política y logró presentarse como una víctima de los «corruptos» socialdemócratas.
De igual manera, Hitler se posicionó hábilmente como la voz del «hombre común», arremetiendo contra las «élites», la «degeneración» cultural y el establecimiento, a quienes etiquetó como «marxistas». Afirmó que el sistema educativo estaba adoctrinando a los niños para que odiaran a Alemania y prometió devolverle su grandeza. Para consolidar su base electoral, utilizó magistralmente a las minorías como chivos expiatorios de los problemas de la nación, explotando las divisiones sociales con una narrativa de «nosotros contra ellos». Muchos alemanes cayeron en la trampa. El Partido Nazi siguió ganando apoyo hasta que Hitler se convirtió en canciller en 1933. Una vez en el gobierno, designó a oligarcas alemanes como sus asesores económicos y, posteriormente, privatizó los servicios públicos gestionados por el Estado, consolidando así el apoyo de la élite económica.
Algunos dirían que cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia. Con este recuento histórico no pretendo inferir que el gobierno de Trump será una copia idéntica del nazismo. Por el contrario, creo que la tesis hegeliana de que la historia se repite dos veces no tiene validez en el mundo actual, donde estamos expuestos a una mayor cantidad de información y eventos que dificultan proyectar el futuro a través del simple estudio del pasado. En su obra El Cisne Negro, Nassim Taleb afirma que la historia no avanza lentamente, sino que da saltos. Además, sostiene que el estudio minucioso del pasado en el mayor de los detalles no enseña mucho sobre la mente de la historia; solo da la ilusión de comprenderla.
Desde el inicio de las negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania, en las que, en un principio, los ucranianos no participaron, muchos analistas han recordado episodios históricos en los que las potencias se reunieron sin involucrar a los territorios afectados. Por ejemplo, el reparto de África cuando el canciller alemán Otto von Bismarck reunió a las potencias europeas en Berlín en el invierno de 1884-1885 para dividirse el continente africano. También el Acuerdo Sykes-Picot, en el que británicos y franceses pactaron cómo repartirse el Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial. O el Acuerdo de Múnich de 1938, en el que Reino Unido y Francia cedieron a Hitler y Mussolini los Sudetes, la región de habla alemana de Checoslovaquia, con la esperanza de evitar una guerra en Europa. Sin embargo, la historia demostró lo contrario.
Dado lo ocurrido en estos episodios, muchos temen que los conflictos desatados tras dichos acuerdos, especialmente lo ocurrido después del Acuerdo de Múnich, puedan repetirse, considerando el trato que recibió el presidente Zelensky en el Despacho Oval el pasado viernes. Y no es para menos: Trump nunca ha creído en el orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial porque, según su criterio, este sistema de gobernanza global ha debilitado el poder hegemónico de Estados Unidos. Este mismo orden permitió que EE. UU. se convirtiera en la potencia dominante, esparciendo su «poder blando» a nivel global a través de la promoción del capitalismo, los valores democráticos y el derecho internacional. Sin embargo, para Trump, este sistema otorgó a países más pequeños y menos poderosos una influencia desproporcionada sobre EE. UU., dejando a los estadounidenses con la carga de financiar la defensa de sus aliados y promover su prosperidad.
Mientras que sus predecesores, tanto demócratas como republicanos, insistían en que las alianzas mantenían la paz y fomentaban el comercio, Trump las veía como un lastre. Durante la campaña presidencial de 2016, cuestionó repetidamente por qué Estados Unidos debía defender a países que mantenían superávits comerciales con la nación. La historia nos muestra poca evidencia de que esta postura haya funcionado. Sin embargo, parece que Trump ha comprendido que el mundo se dirige hacia un nuevo orden tripolar.
El filósofo austriaco-británico Karl Popper habla de la teoría de la falsación, que establece que las teorías científicas deben ser falsables, es decir, deben poder ser refutadas mediante la experimentación. Popper creía que esta característica es la diferencia clave entre la ciencia y la no-ciencia. Por lo tanto, la conclusión de que el orden mundial de la posguerra es la fuente inagotable de paz y prosperidad debe ser cuestionada, en lugar de ser aceptada sin crítica bajo el sesgo de confirmación impuesto por grupos hegemónicos.
La visión neoimperial de Trump, enmarcada dentro de un nuevo orden tripolar compartido con China y Rusia, buscaría utilizar el poder estadounidense para cerrar acuerdos económicos, argumentando que la paz es tan sencilla como entrelazar tratados sobre minerales y pactos comerciales. Europa, por sí sola, no puede sostener indefinidamente la ayuda militar a Ucrania, por lo que Zelensky deberá ceñirse a los dictámenes de Trump. Esta dinámica podría dar luz verde a otras potencias para sumarse a la nueva ola imperial, lo que, en última instancia, podría derivar en la ocupación de territorios dentro de sus respectivas esferas de influencia. Trump parece convencido de que, mientras él esté al mando, el mundo se ordenará según sus directrices.
En conclusión, en la consolidación del nuevo orden tripolar, Trump debería tener presente las palabras de Nicolás Maquiavelo en El Príncipe sobre los soldados mercenarios: “Si un príncipe apoya su Estado con tropas mercenarias, no estará firme ni seguro nunca, porque estas carecen de unión, son ambiciosas, indisciplinadas e infieles”. Putin ha demostrado ser poco confiable, y Trump lo ha elogiado por encima de sus aliados tradicionales. Solo el tiempo dirá el desenlace de esta historia.