La tragedia histórica de Haití no es la pobreza extrema ni el deterioro institucional. Dada su incapacidad intrínseca, la desventura haitiana yace en tener que suplicarle a la comunidad internacional otra intervención militar extranjera para que imponga en su país la paz, que ellos, por sus propios medios y fuerzas, no pueden lograr, y, además, que los de afuera le encaminen soluciones a la problemática sociopolítica, que la demostrada insolvencia de sus dirigentes ha obstaculizado históricamente.
Fue con la ayuda internacional que la dictadura de los Duvalier cayó y los haitianos tuvieron la desaprovechada oportunidad de abrirse paso hacia la democracia, pero fracasaron. Los Gobiernos de Arístides, Preval, Martelly y Jovenel Moise recibieron apoyo internacional, pero una conjura armada típicamente haitiana cegó la vida de Moise, sentando las bases de la presente crisis.
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Actualmente, la nación haitiana carece de pensadores cuyas ideas lógicas, organizadas y críticas iluminasen el trayecto hacia su vida republicana; carece de líderes políticos con profundidad de miras y alcance democrático, adolece de asociaciones y grupos sociales de profundas concepciones éticas dispuestos a orientar su país por el sendero de la institucionalidad y el desarrollo humano. Inhabilitados mentalmente para concebir y planificar las salidas apropiadas a su multifacética crisis ancestral, los actuales responsables de los asuntos haitianos dan la espalda a su propia realidad, yerran continuamente y, a cambio, voltean hacia su prospera nación vecina, la República Dominicana, con actitud odiosa y ojos de envidia, urdiendo planes de agresión, pero aprovechándose de las múltiples ventajas que los dominicanos les conceden en términos migratorios y buena vecindad, en salud, economía y un largo etcétera. Haití vive de la multimillonaria remesa que produce la laboriosidad de sus compatriotas, indocumentados o no, desde suelo dominicano.
No obstante, su contexto provocador motiva el canal de trasvase sobre el río Dajabón o Masacre, que construye la empresa Dinvai, propiedad del gobierno cubano, contratada por empresarios haitianos para desviar las aguas del caudal acuífero en violación a los acuerdos firmados entrambos países en 1929.
Jugando a la doble moral, el primer ministro de Haití, Ariel Henry, presentó en la ONU un discurso ralo de justificación, después que mostró una actitud neutral, pero que oculta a un hombre temeroso incapaz de concertar soluciones en su país. No puede organizar elecciones libres, carece de autoridad para acabar con las bandas armadas, no tiene liderazgo para conducir su nación.