Casas de campaña y fundas plásticas son el techo de familias que llevan años entre penurias en su afán de cruzar a EEUU
La vuelta por México hasta Estados Unidos, con partida desde la playa de Necoclí, Colombia, representa para tantas y tantas familias el sendero que las llevará a una vida mejor. Pero mientras ese día llega, la falta de dinero degenera en que una enorme cantidad de personas haga de estas costas su residencia forzada.
Casas de campaña y fundas plásticas asidas con palos amparan de la lluvia, del sol y del frío a los que aguardan hasta por años.
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A los alrededor de siete mil migrantes varados en este pueblo de la subregión de Urabá les cuesta demasiado reunir las altas sumas que pagarán a los guías para que los encaminen a la selva del Darién, y de ahí partir solos a Centroamerica, luego a territorio mexicano y ¡zas! al estadounidense.
“Los que más sufren son las embarazadas y los niños. Algunas han concebido aquí y hasta nacimientos hemos visto”. Cuando narra estos episodios, Lucía, cuyo oficio es vender comida, asume los zapatos de los afectados y llora.
Necoclí es un municipio costero que despierta al turismo. Dos agencias popularizan paseos a las islas.
Una advierte que los turistas deben regresar el mismo día. Evitan así el riesgo de traficar indocumentados. Sus recorridos son de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde.
La otra trabaja sin horarios y la gente puede querdarse del otro lado. Aquí las filas son largas.
A unos metros está el asentamiento de migrantes. Una mezcla de nacionalidades, de idiomas y de edades revuelta en un ambiente infrahumano.