Así como pocas veces se cansa alguien de ser quien es, los que tenemos la vocación por hacer poesía y la predilección por leerla, no desperdiciamos la oportunidad de cualquier reencuentro.
Es la pasión por la metáfora o tal vez por saber más sobre la suplantación de la vida misma que logran los creadores, lo que nos llama a no cansarnos de intentar comprender cómo pintar la vida con su amalgama de tonalidades tejidas con palabras.
Bajo esta premisa, nos dejamos tentar por un curso de poesía con el gran poeta y narrador español Benjamín Prado, ofertado por la iniciativa cultural virtual y alicantina “17 Musas”, bajo el título “Licencia para mentir”, que nos hizo pasar tres días (casi 9 horas) de diálogo poético, memorables.
Escuchar a Benjamín responder sus propias preguntas sobre el acto poético es una delicia, ya que pocos poetas manejan con tanta lucidez la teoría, la práctica y sobre todo la pasión por la poesía y los poetas, como él.
Entre las cuestionantes planteadas y respondidas, están: ¿cómo hacer que un poema escuche a quien lo lee?, ¿cómo lograr que te cuente tu propia historia cuando lo lees?, ¿cómo conseguir que un libro sea a la vez un letrero, un espejo, un álbum de fotos?
Respondidas algunas de estas preguntas de manera asombrosa, como debiera ser todo lo relacionado al poema, en la clase del primer día, en estado de dilección, nos preguntamos, ¿qué más podría decir en las clases siguientes?
Sin embargo, la segunda clase, nos llevó al paroxismo, pues al momento de definir la poesía eligió un poema breve de Manuel Cabral, que fuera considerado por el poeta dadaísta francés Paul Eluard como la mejor definición de la poesía: “No conozco mejor definición de la poesía que este poema de Cabral”.
Y, este es el poema de Cabral, citado:
Poesía
Agua tan pura que casi
no se ve en el vaso agua.
Del otro lado está el mundo
de este lado, casi nada.
Un agua pura, tan limpia
que da trabajo mirarla.
Escuchar de sus labios una exaltación de Manuel del Cabral y su poesía, de la que me confieso enamorada, fue una fiesta más en medio de la alegría de recibir tal raudal de conocimiento y con tanta belleza en cada palabra y expresión de Prado.
De Manuel del Cabral dijo que este escribió muy buena poesía al principio de su obra y al final de su vida y que considera como en su momento sostuvo Rafael Alberti, que, “los grandes autores son los que escriben sus grandes obras al principio y al final de su carrera, tomando como ejemplo a Miguel de Cervantes, quien escribió El Quijote, cuando ya se pensaba que no daba para más”.
Prado, que lleva años siendo el benjamín de la poesía española contemporánea afirmó ante un auditorio de poetas y aspirantes a poetas de casi 70 almas, de distintos países, que Del Cabral es un poeta “muy olvidado” y deploró que alguien que haya sido comparado con Pablo Neruda en su momento, lo que para él se constituye en “palabras mayores”, no esté siendo leído: “es un poeta interesantísimo, un poeta que ha pasado a la historia y no se lo merece”.
Recomienda a los nuevos poetas que lean los clásicos: “Hay que agotar la tradición, conocerla a profundidad”.
Prado aconseja empezar por quienes nos circundan y luego ir ampliando la experiencia a otras tradiciones y culturas: “no sean nunca sectarios en nada porque eso los hará perder la mitad de cada cosa. Léelo todo, intenta entenderlo todo, intenta mezclarlo todo…”.
Otro de los llamados que hizo Prado en torno a Manuel del Cabral es que alguien se anime a “reeditarlo y a darle el lugar que merece en la literatura”.
Ante el cuestionamiento del escritor y poeta español, recordamos que hemos expresado durante años nuestra inconformidad porque a la estatura de poeta que es Manuel del Cabral, no se le rinde igual reconocimiento.
En una entrevista que publicamos en este mismo suplemento (23-5-2009) el mexicano Carlos Monsivais (1938-2010), se quejó de no haber encontrado libros de Manuel del Cabral o Pedro Mir en las librerías: dominicanas: “Manuel del Cabral a mi me resulta notable por su calidad y su maestría retórica en el mejor sentido. Ese poema sobre la masturbación (La mano de Onan se queja), me sigue pareciendo una obra maestra”. Para luego confesar que le profesaba “la continuidad de la lectura”.
Estas demostraciones de aprecio no están acompañadas de la fama y el reconocimiento que merece, un escritor de su estatura, pero no nos quedamos ahí y por suerte rescatamos de nuestra biblioteca “Cabral. Un poeta de América”, del americanista argentino Manuel Ugarte.
En este libro encontramos, además de un excelente estudio de “Compadre Mon” y otros poemas, la explicación de por qué la fama y el respeto ganado por Cabral en el mundo de las letras no fue de conocimiento en el país – no había la facilidad de medios y redes de ahora. Así que llegó a Dominicana por su propia voz… Y pocos le creyeron, algunos porque no querían y la mayoría por no reconocer su supremacía.
En el prólogo del mismo, José Rafael Lantigua, que era ministro de cultura cuando fue editado en el país, en el 2009, expresa que: “cuando entre los nuestros hubo algunos que le negaron el aplauso merecido o le regatearon su real trascendencia, se estaba produciendo la negación de los valores de uno de los tres o cinco creadores poéticos de alto nivel que ha producido nuestra literatura”.
Declarado por Joaquín Balaguer como “el elegido”, Manuel del Cabral fue considerado una de los grandes de la poesía hispanoamericana, equiparable a Neruda o César Vallejo, la propia Gabriela Mistral se refirió a él como uno de los pocos poetas del postmodernismo dueño de un “múltiple y poderoso registro lírico”.
La provocación está hecha y lo dejó con uno de sus versos, entre tantos de mis favoritos: “¿Quién ha matado este hombre?
que su voz no está enterrada
hay muertos que van subiendo
mientras más su ataúd baja”.
Leer a este poeta dominicano, caribeño e hispanoamericano es un placer tan grande y llano, que la mayoría debería ser alentada a sumergirse tanto voluntaria como obligatoriamente en la dulce agua de sus versos:
“La del Río qué blanda
Pero qué dura es esta
La que cae de los párpados
Es un agua que piensa”.
Gracias a 17 Musas por el espacio y su programa cultural, y, a Benjamín Prado por sus magistrales clases y su demostrado aprecio por la sublime poética de Manuel del Cabral.