La poesía espiritual extrae sus principales referentes de ciertos contextos lingüísticos que conforman una red de interconexiones mutuas entre elementos que fueron captados y reelaborados en diversas situaciones perceptivas y experienciales sobrevenidas en momentos clave. Se trata de la unión íntima y sagrada entre las cosas, la mente que las percibe y las palabras que sirven para designarlas. Cuando hablamos del poder espiritual de las palabras, el hecho de enunciar se convierte en una ofrenda. Sí así es…, la poesía como ofrenda, como entrega que sirve para unir al que la pronuncia con el mundo de la naturaleza primigenia. La verdadera poesía, aquella que toca la vida desde sus orígenes, siempre será espiritual. Aquella que solo se basa en lo material, muchas veces hedónica y sin sentido, generalmente, es transitoria e incapaz de tocar al ser en sus estratos más profundos y mucho menos de provocar despertares de conciencia. El lenguaje del inconsciente es el portal hacia este tipo de poesía expresado a nivel de lo imaginario y simbólico. Imaginación que se opone a la división entre los opuestos.
La poesía de Franklin Mieses Burgos es plena en simbolismos y de una fuerza espiritual que provoca despertares. He aquí la “Canción de la voz florecida”.
“Yo sembraré mi voz en la carne del viento/ para que nazca un árbol de canciones;/después me iré soñando músicas inaudibles/por los ojos sin párpados del llanto. /Colgada sobre el cielo dolido de la tarde/habrá una pena blanca, que no será la luna. /Será una fruta alta, recién amanecida, /una fruta redonda de palabras/ sonoras, como un canto:/maravilla sonámbula de un árbol/crecido de canciones, semilla estremecida/en la carne florecida del viento: -mi voz” (1907).
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Se trata, además, de “inspirar o suscitar palabras”, consistentes en una trasferencia metafórica de la identificación palabra-cosa desde el ámbito sensorial condicionado a su análogo incondicionado. En ese sentido, “al nombrar una palabra-cosa con la que se desea establecer cierta relación, puede proyectarse su energía cognitiva o incluso llegar a materializarse bajo una forma dada”. (Miller, R. 1977, p. 264). Prueba de ello es este fragmento proveniente de la obra, “Navegar en lo seco” de Noé Zayas 2010) en el que las palabras “casa-tumba” logran la transferencia metafórica de identificación perfecta:
“Al despertar/ piedra o sal mi cuerpo;/ polvo mis palabras mi aliento cuando abro mi boca/ De piedra o sal: ¡qué importa!/ por mis venas de polvo corre el secreto deseo de ser otra: Así transmigro/ no huyendo hacia lugares de acechanzas/ni languideciendo en mi prisión/ en las formas./Así soñé este lugar en otros tiempos:/siendo bosque y prado florecido, fruto caído por gravedad/ y comidos sin prisa/ y los que hemos despertado no dentro de la casa,/ sino en los linderos de su ruina,/¿no aprenderemos?/Nosotras que hemos perdido nuestras manos/no sobre la espada, no sobre la tierra fértil, sino sobre la CASA-TUMBA: nuestro hábitat primero y último” (p. 13).
El mundo de la poesía espiritual muestra una herencia ancestral desde cuyo centro surge una particular relación entre el lenguaje, la mente cargada de ecos sensoriales, emotivos y espirituales cuya pureza ha sido capaz de producir un amplio grado de recursos literarios. La plasticidad de nuestro idioma y de nuestra mente permitió elaborar juegos de palabras relacionadas o “giros polisémicos suscitadores de inesperadas variaciones alusivas” (Heine, 1994, p. 142). Pero las estrategias lingüísticas utilizadas por los poetas no tienen como fin un mero efecto esteticista. Su propósito radica más bien en vivenciar las significaciones no éticas que subyacen en sus diversas expresiones. Pero hemos de aclarar que el poeta la más de las veces no tiene un objetivo o fin determinado, sencillamente siente el impulso de caminar por el mundo de los despertares que provoca la palabra precisa en su necesidad de “ser’. Desheredado de certezas, privado de cualquier punto fijo para abrirse a nuevas formas de imaginar por el mundo espiritual.
Sobre Héctor Incháustegui no mencionaré su poesía religiosa como es el caso de “Del amor mundanal” publicada en Las ínsulas extrañas. Lo que presentamos aquí es una muestra de su abundante poesía espiritual: Tres preocupaciones del libro “Poemas de una sola angustia”:
“Estos patrones que tengo no me sirven,/Mañana habrá otro sentido y otro rumbo/urgencias nuevas,/creencias de las cuales podemos reír por adelantado./ Esto que es bello ya no lo será,/cuanto parece justo no será de rectos hombres,/y podrá lo malo ser lo bueno./El incesante cambio de las cosas termina en un punto ciego llamado muerte,/ oposición necesaria e inexorable de la vida:/Busco en mi entraña y te hallo /entre latido y latido del corazón agazapada,/en la raíz salina de las lágrimas,/en el eco de la risa,/en la palabra solemne para dicha cuando se juega a seriedad, cuando ya no resta qué decir,/y pesadas olas de sombra apagan los ojos,/endurecen las elásticas arterias / y agrandan el miedo sin aliño de los hombres” (1976, p.169).
Se trata de llegar al “núcleo” o “corazón” de cada palabra para así conectar con la “mente’ del individuo que la pronuncia o escribe. Todo esto nos recuerda al filósofo japonés Nishida Kitaro (2002, pp. 12,13) quien habla acerca de la relación circular entre el significado de materia (asunto); así como de la palabra a la que, también, puede denominarse mente. Según explica: “en el momento en que se resuelve un enigma se dice que se ha obtenido su mente cuando hemos entendido su significado…” Dicho de otro modo, “la mente del asunto que estamos tratando (o la realidad que se manifiesta) se refleja en la mente del ser humano, y la mente del ser humano se refleja en el ente de la palabra” (Nishitani, 1983, p. 178).
(CONTINUARÁ)