Existe una interesante segmentación de la población que se hace determinando la generación a la que pertenecen las personas en función de la edad y el momento político y socio-económico en que nacieron.
Inician los Baby Boomers, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, en un repunte en natalidad conocido como “baby boom”.
Sigue la generación X, nacida entre 1965-1981, la de la transición por vivir cambios del conservadurismo a lo liberal, en varios aspectos.
También está la generación Y, nacidos entre 1982-1994, llamados Millennials porque se hicieron adultos con el cambio del milenio. Finalmente tenemos la generación Z, va desde el 1995 hasta la actualidad, “nativos digitales” porque nacieron en el marco de la tecnología.
Cada generación afronta desafíos de su época. Pero en la actualidad, desde el punto de vista político, los Millennials tienen una importancia capital porque son parte importante del electorado, y como previeron algunos analistas, un desafío.
Y es que esta nueva generación tiene formas distintas de interactuar con partidos y votos. Su organización y participación tienen como base entornos digitales. Para ellos, especialmente los que tienen mayor poder adquisitivo, la tecnología es un habitué. No se atan a los partidos. Son más volátiles. Más que un color político, quieren resultados concretos: soluciones a sus problemas y si les fallan buscarán otras opciones.
Pero, sobre todo, los Millennials son muy exigentes con la transparencia y rendición de cuentas, valores de la nueva política. Autenticidad y ejemplo personal son vitales.
Tal vez por lo difícil que es encontrar esto en la clase política tradicional, están constantemente desilusionados. A eso sumémosle el fuerte sentimiento de no representación que sienten hacia líderes y partidos políticos.
Ahora bien, constituye un factor de peligro para los procesos políticos el qué hace esta generación con esa rabia y desilusión.
Si juzgamos certámenes internacionales como el Brexit, el referéndum colombiano y, en menor medida, el reciente resultado del proceso electoral estadounidense, podemos ver que se mueven entre altos niveles de abstención y otorgamiento de votos en contra, no a favor.
Rechazan los políticos del sistema, esos que se venden como políticamente correctos, pero son una construcción mercadológica que el olfato de los Millennials descubre, y que muchas veces los lleva a decantarse por sus antítesis.
Pero a veces estas opciones se seleccionan por despecho y, a la larga, nuevamente se decepcionan, aumentando su apatía política.
Es aquí donde las estructuras políticas deben ser capaces de construir propuestas lo suficientemente auténticas e innovadoras que conquisten a esta nueva generación, para que no sigan votando por pique, sino en pro de mejores sociedades, algo imposible sin la participación de la generación más influencer de la historia.