En el campo de la narrativa, Guillermo Piña-Contreras publicó Fantasma de una lejana fantasía (1995), de la que he escrito lo siguiente: “Otra novela que nos presenta los acontecimientos del periodo post trujillista que pudiera ser analizada desde su creación lingüística es el texto de Guillermo Piña-Contreras, Fantasma de una lejana fantasía. Un relato breve, que podríamos colocar bajo el género de la novela corta o nouvelle, esta obra presenta ese mundo desde una perspectiva diferente. La voz del niño que capta el significado del regreso de los exiliados sólo ha tenido un parangón en la obra La Mañosa (1936) de Juan Bosch. Pocas veces la novela dominicana trabaja la perspectiva infantil. Y Guillermo Piña-Contreras logra un inusitado nivel de elaboración lingüística en el que predomina una prosa con aciertos poéticos”. (Las palabras sublevadas, 98).
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Una obra literaria se configura en el imaginario de los lectores, formado por la recepción que ella ha tenido, por las distintas lecturas en las que los lectores aportan su propia experiencia vital, su “mundanidad”, como dice Ricoeur, al mundo del texto que ha conjugado el escritor. Por eso, las distintas miradas que se encuentran en este libro ayudan a que veamos la dimensión de un autor y la extensión de su trabajo literario. Marcio Veloz Maggiolo dice con sobrada razón: “el lector tiene ante sí un bello texto creador de un ambiente estremecedor” (La narrativa de Guillermo Piña-Conteras, 2023, 26). También el crítico francés Claude Couffon escribió que Guillermo Piña-Contreras ha sabido recrear perfectamente todo el ambiente de una época histórica mezclándolo con reflexiones interesantes sobre el universo de los niños y de los adultos en una república latinoamericana que durante muchos años fue sometida a una de las más sangrientas dictaduras del Nuevo Mundo” (30)
Mientras que Soledad Álvarez señala que “En Fantasma de una lejana fantasía Guillermo Piña-Contreras se ha asomado al pozo del pasado. Yo no sé las preguntas que le acuciaban. Sólo sé que en mi lectura las claves interpretativas y simbólicas de este texto pulcro y conciso son extensibles al tiempo de desencanto que vivimos, en el que volver a revisar el pasado puede ser no sólo paliativo a las creencias ontológicas de una literatura de espaldas a sí misma, sino también desmitificación liberadora en el acto creativo” (35). A esto agregamos lo dicho por Di Pietro sobre el anclaje de esta novela en la tradición de la novelística dominicana que trata los problemas de la dominicanidad: “Creemos que es aquí, entonces, donde tenemos que encontrar su mérito más trascendental. Al igual que la novela de Rueda [Bienvenida y la noche] que mencionamos al inicio, también ésta de Piña-Contreras nos deja entrever una nueva manera de hacer ese tipo de novela que los novelistas dominicanos han hecho desde siempre, o sea, un tipo de novela obsesionada por la suerte de su país” (Lecturas de novelas dominicanas. Santo Domingo, 2006, 151-160).
Tanto Soledad Álvarez como Di Pietro ven la relación de la obra con actualidad y perspectiva histórica, mientras que Maggiolo y Fornerín destacan la elaboración lingüística y poética de la obra. Podemos sintetizar que la primera novela de Piña-Contreras ha sido muy bien recibida por la crítica nacional, a lo que agregamos la arriba citada la opinión del crítico francés Claude Couffon publicada en Francia, donde esta novela fue traducida con el título Le revenant y en 1995.
La segunda novela de Piña-Contreras, La casa de Leonor (2017), en colaboración gráfica con Inés Tolentino, es una pieza en la que el texto dialoga con las Artes Visuales. Sobre ella ha escrito Manuel Núñez que “Guiada por su imaginación, y por una factura impecable, Inés Tolentino nos introduce en un mundo hermético. Sus doce piezas se convierten en el génesis de una intriga, y le permiten a Guillermo-Piña-Contreras concebir esta obra. Y de manera más extensa citamos sus hallazgos: “En contraste con su primera novela Fantasma de una lejana fantasía (1995), La casa de Leonor se halla rotundamente emancipada de las amarras del proceso histórico, y entregada, rotundamente, al placer de la fabulación, del suspense y al ansia del hallazgo que nos producen las buenas novelas. Como en Los sótanos del Vaticano de André Gide, como en las obras de Dumas, de Conan Doyle y como en los grandes cuentos de Borges, la novela se presenta como un enigma.” (La narrativa de Guillermo Piña-Contreras, 61). Observación importante porque estos mismos elementos aparecerán en su novela posterior Con el Caribe al fondo (2022), estableciendo un puntal de su narrativa en el género de la literatura policial en la literatura dominicana.
Mientras que la recepción de Giovanni Di Pietro señala que “La casa de Leonor es una obra que de ningún modo podemos desestimar. Tampoco podemos desestimarla por otras razones muy poderosas. Primero, por el hecho de que es una obra que trata de alejarse de esos temas que, como los temas sociales y políticos, ya están bastante gastados en la novelística del país; segundo, porque no es una de esas obras que, como las que prevalecen en la actualidad, están hechas esencialmente de escenas escabrosas, lo que revela el carácter morboso de los mismos autores que las producen; tercero, y último, por estar escrita en un estilo poético natural, y no inventado y ficticio, como muy a menudo ocurre entre los demás novelistas” (74)…
Afirmación que se puede sustentar con la publicación de La reina de Santomé (2019), Premio Nacional Feria del Libro, que ha merecido un notable recibimiento por la crítica literaria del país. Sobre esta obra ha escrito Jorge Nájar: “Así, en La reina de Santomé la metáfora del país y de la dictadura se nos presenta como un mecanismo que permite la reorganización de todo ese mundo de silenciosos opositores al régimen, así como del servil comportamiento de los ciudadanos. Y, lo más importante, la articulación de todo eso en la emergencia del universo narrativo.” (86).
La tercera novela de Piña-Contreras muestra ya todas las garras de un narrador, a veces faulkneriano como ha dicho Veloz Maggiolo, y otras veces como lector de Balzac en su intento de darnos un panorama de un pueblo de provincia. Y, desde la provincia, hacernos partícipes de una intrahistoria que se construye en cualquier esquina del país y donde se puede ver, como en una gota de agua, el universo social, mítico, familiar y político de la República Dominicana durante los últimos años de la dictadura. Veloz Maggiolo ve en La reina de Santomé el mundo mítico rural y su diálogo con la modernidad que él mismo había empujado en Biografía difusa de Sombra Castañeda (1984) y en El hombre del acordeón (2003). La región mítica de San Juan de la Maguana es el cronotopo de la obra de Piña-Contreras.
Creo que lo que venimos apuntando aquí sobre la narrativa de nuestro autor no pudiera tener mejor respaldo que las siguientes palabras del autor de La vida no tiene nombre (1966): “Pongo esta interpretación en manos de los lectores de La reina de Santomé, donde se mueve con acierto de modernidad, un modelo de narrativa llena de simultaneidades biográficas, en la que es, hasta el momento, la mejor de las novelas de su autor, Guillermo Piña-Contreras y una de las más sobresalientes piezas narrativas de la literatura dominicana” (97). Este acierto, que tiene como propósito además de situar al autor, realizar una invitación a la lectura, nos deja claro la importancia de esta narrativa y su anclaje en la literatura dominicana.