El libro “Idea del valor de la isla Española y utilidades que de ella puede sacar la monarquía”, escrito por Antonio Sánchez Valverde a finales del siglo XVIII, ha sido un notable referente para los historiadores dominicanos. Publicada en Madrid, la obra aparece en 1785 en un momento en que la colonia había pasado de la modorra de sus fuerzas sociales al cansancio metropolitano. Pocos años después de publicado este alegato modernizador, España, a través del valido Godoy, había dejado al garete a su primera colonia en América.
Citado por varios cronistas extranjeros que escribieron sobre el Caribe, como Moreau de Saint-Méry y Weives, la obra de Sánchez Valverde quedó como el primer ensayo-memorial sobre la realidad colonial y principal fuente para conocer la realidad del Santo Domingo español.
El texto podrías ser llamado una crónica protohistórica que, mediante una etnología que describía los pueblos, entre ubicación geográfica, clima, población, pasado histórico, utilidad económica, diferencias étnicas y observaciones sobre el carácter sui generis de sus habitantes, ha servido para narrar los hechos del pasado colonial dominicano.
Hijo de un hacendado dedicado a la agrimensura, Sánchez Valverde, recorrió con su padre el territorio de la isla; se nota que su progenitor lo formó en las preocupaciones o en el deseo de un destino mejor para “los españoles de acá”.
En su obra, se asume como un criollo patriota que busca exponer la importancia de la Isla y los recursos que hay en ella. Usa palabras que entonces tenían un valor primigenio, como nación y patria. En su vida hay un accionar propio de los intelectuales del siglo de la Ilustración. Sus biógrafos lo describen como de estatura mediana, de barbas abundantes y ancho de espaldas. Fue racionero de la catedral de Santo Domingo.
La historia del libro es interesante. En principio estaba dirigido a las personas que tomaban decisiones sobre el ordenamiento político. Aprobado por la censura, es un ensayo que tiene el carácter de un discurso oficial. La oficialidad construye el discurso de la verdad en la medida en que hace operativo el decir y regula el vivir dentro de una estrategia de organización del poder. En el libro aparece de forma evidente la relación de saber y poder (Foucault, “El orden del discurso”, 1970).
“Idea del valor de la isla Española”, que se publicó en República Dominicana en 1853 y por la Imprenta Nacional de Santo Domingo en 1863, fue posiblemente el primer libro de historia que ve la luz en la República. Las razones para las segunda y tercera reedición no las sabemos porque no hay en el libro ni prólogo ni notas de los editores. El interés de recuperar el pasado había sido dictado por la oficialidad.
Posiblemente se editaron pocos ejemplares y solo algunos intelectuales tuvieron conocimiento de la obra. Por ejemplo, el libro no aparece en el catálogo de obras de Pedro Francisco Bonó (Demorizi, 1980). El resurgimiento del libro en la cultura dominicana, lo encontramos en la década de 1930, cuando el grupo “Acción cultural” organiza una actividad sobre el autor.
Luego el texto es publicado con anotaciones de fray Cipriano de Utrera en la Editora Montalvo, como primera obra publicada en 1947 por la Biblioteca Dominicana, de la Oficina de Canjes y Difusión Cultural, adscrita a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, ya sin el subtítulo (‘utilidades que de ella puede sacar la monarquía’). Más adelante en 1970 aparece otra edición, de la Editora Nacional de Franklin Franco Pichardo.
Y finalmente, dos ediciones más, la de Biblioteca de Clásicos Dominicanos, de la Fundación Corripio (1988), que está basada en la anterior, que tiene las notas de Utrera y Demorizi, y la más reciente en Biblioteca Dominicana Básica, de la Editora Nacional (2008), con prólogo de Marcio Veloz Maggiolo. Esta relación muestra el interés en la obra durante todo el período republicano. En cuanto a las referencias, podemos decir que es uno de los libros más citados por los historiadores coloniales.
La obra de Sánchez Valverde viene a ser una especie de hipotexto de otros hipertextos, cosa normal en la historia que construye un relato basado en huellas (Ricoeur, “Temps et récit” [1983] I, 154). Ponemos postular que “Idea del valor” funciona como un modelo para narrar y explicar el pasado a partir de la noción de causalidad y consecuencia. Influye en las obras ensayistas e historiadores dominicanos, que derivan del acontecimiento de las devastaciones una serie de consecuencias que intentan fundamentar el relato identitario y el imaginario social.
Sánchez Valverde separa su materia y crea un paratexto (Genette,1982), en el que enlaza las causas y las consecuencias del acontecimiento. En el título del capítulo XIII, “Malas consecuencias que trajo la despoblación”, aparece el actor del relato de la memoria.
Es el debut de las despoblaciones en el teatro del lector, en la refiguración. Sánchez no quiere dar una causa única de la decadencia de la colonia, pero distingue y marca las despoblaciones de 1605 y 1606 como el eje a partir del cual se dan una serie de acontecimientos, que provocan la salida “de las más distinguidas familias que se habían establecido y arraigado, apenas quedaron rastros”.
De la salida de estos grupos, dice: “Las casas se arruinaban cerradas, las posesiones de la tierra quedaron tan desiertas que llegó a perderse la memoria de sus propietarios en muchísimas, y en otras, la demarcación de sus límites, cuya confusión ha causado procesos muy intrincados en nuestro tiempo” (106).
Cuando analizamos los textos que refieren el acontecimiento producido en la cultura dominicana, notamos los intereses de cada grupo social porque se enmarcan los relatos dentro del discurso epocal, pero ciertas marcas o códigos refieren directa o indirectamente al hipotexto de Valverde. Por ejemplo, en “Historia de Santo Domingo” (1890), Antonio del Monte y Tejada deriva del acontecimiento el inicio de una sociedad hatera, la salida de las familias pudientes y la despoblación de la Española.
Dice el autor que los habitantes de la banda norte de la isla fueron “castigados” por comerciar con los extranjeros con la mudanza de las ciudades de Puerto Plata, Montecristi, Bayajá y la Yaguana a un espacio cercano a la capital.
Señala: “desapareció Puerto Plata, ciudad floreciente en donde residía la mayor parte de hidalgos que de la desaparecida Isabela y de Santiago se habían avecindado allí levantando edificios suntuosos y elegantes, y desaparecieron también las otras villas que aunque menos considerables se encontraban muy pobladas y en vía de progresar mucho” (Tomo II, 14-15).
De las familias que fueron trasladadas a las cercanías de la capital, dice: los hijos de los primeros pobladores “se concretaron al propio sistema” y “convertidos en pacíficos agricultores evitaron los males que amenazaban con la decadencia segura a la Española” (ibid.).
Agrega que se dedicaron a comerciar por los puertos registrados y que tuvieron sobrada paciencia para no desamparar sus hogares. Las consecuencias de las despoblaciones fueron crear, según el memorialista, una especie de arcadia, luego que las familias de notables dejaran la política, el comercio y la milicia. Entonces “eran felices … gozando de todas las ventajas de la medianía” (18).
Un mundo bucólico, pastoril y patriarcal queda prefigurado en el discurso del historiador romántico que escribía en su hacienda, en las afueras de La Habana, su historia de los dominicanos. (Continuará).