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La educación pública de la República Dominicana confronta grandes calamidades. Algunos de sus índices de calidad revelan un gran desastre: baja tasa de cobertura acompañada de una alta tasa de deserción; bajo porcentaje de estudiantes promovidos y sobre cogedores índices de sobre edad.
Más de 700 mil niños y jóvenes han debido permanecer fuera de las aulas por falta de cupo o por los problemas que afectan tanto a ellos como a sus padres.
En las comunidades más empobrecidas del país se ha ido perdiendo la costumbre de que los padres envíen sus hijos a las escuelas.
La cobertura de la educación inicial es bajísima apenas cubre un 20% de la demanda. Los liceos secundarios y los politécnicos son fenómenos típicamente urbanos. Y qué decir de la educación superior. Tenemos menos de la tercera parte de los estudiantes universitarios que deberíamos tener. Apenas un 12% de los jóvenes dominicanos de edades comprendidas entre los 18 y 30 años cursan estudios en una de nuestras instituciones de educación superior.
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Más del 20% de los dominicanos mayores de 15 años no saben ni leer ni escribir. La escolaridad promedia de la República Dominicana apenas alcanza los 7 años de edad; hecho este que se manifiesta en una baja capacidad tecnológica en su población económicamente activa.
¿Qué hacer para evitar el colapso de nuestro sistema de instrucción pública?
La educación es considerada hoy como la vía por excelencia para enfrentar los graves y acuciantes problemas de la pobreza y las desigualdades sociales. Esa nueva visión de la educación debería ser entrelazada con una estrategia nacional de competitividad unida a planes de acciones contra el malestar y la pobreza.
Tal y como en una ocasión lo expresara Álvaro Marchesis, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado” Por la carencia de buenos maestros fracasó la reforma de la educación emprendida aquí por Eugenio María de Hostos a finales del siglo 19; se frustraron los intentos de reforma de Ortega Frier a principios del siglo 20; colapsaron las reformas impulsadas por Pedro Henríquez Ureña, Joaquín Balaguer a principios de los años 50.
En los actuales momentos, una buena parte de los más de 57 mil maestros en servicio no poseen las capacidades requeridas para involucrarse en un proceso de reforma de la educación con miras a enfrentar los retos del futuro inmediato.