La sed los consume

La sed los consume

Samuel Luna

Se levantan en medio de sonidos que afectan sus sentidos, sus dedos se resbalan en la pantalla que espera por ellos, logran tocarla con muchas ansias y expectativas, buscan dentro de ella todo aquello que les afirma el cansado y quebrado ser, sediento de poder e identidad; por fin, algo los conecta y sacia la gigantesca sed de imagen, dejándolos como hipnotizados, con sensaciones que se esfuman como el humo y como un pedazo de hielo en la mano derecha que se derrite al pasar los segundos, es una ilusión más.

La sed de imagen y de ser reconocidos los lleva a buscar posiciones que les levantan el ánimo. Hoy se levantaron más de ellos, queriendo ser presidentes, los aplausos llenan sus huecos existenciales en sus putrefactas vidas, huecos sin pasión y sin carácter.

Todo es emocional, sin vocación, sin ideas esenciales, sus babas se convierten en salivas ácidas que salpican el tejido de una sociedad oxidada por el frío que ellos generan por su confuso accionar.

La sed es tan profunda que no existen ríos que apaguen sus enfermizas ambiciones, sus utópicos sueños y sus engaños pintados de colores que se confunden con las  tonalidades de un pueblo traicionado de forma repetitiva.

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Más de ellos se levantaron con ese sentir de redentor, queriendo duplicar las acciones de un cristo, pero  sin querer pagar el precio del dolor, de aquel dolor que sufrió el máximo líder que dividió la historia y confrontó las ideologías, aquel que se sentó con los del pueblo sin esperar nada a cambio, solo amó, solo sanó, solo tocó las heridas intangibles de una sociedad sin pastor y sin esperanza; ese líder no hay que mencionarlo, ¿para qué?, de hecho, ni mencionaré su nombre, porque sus hechos están impregnados en el cosmo social, intentando moldear las malas acciones de los sedientos.

A pesar de todo estos modelos y paradigmas que dejó el líder máximo, no sabemos servir desde una plataforma oculta. ¡Todos nos arrastramos por ser presidentes! 

Queremos ser diputados y senadores, queremos ser famosos en las redes, no sabemos vivir detrás del escenario,  simplemente abriendo las cortinas para que otros con verdadera vocación pasen al escenario de la vida y desde ahí transformar todas las capas de la sociedad.

A esos que buscan ser presidentes sin intenciones reales, la sed los consume hasta el punto de dejarlos secos, vacíos, rodeados de falsos amigos que se desprenden del proceso cuando surgen otros y con más ofertas que las anteriores; la sed les crea ambiciones romanas que les brindan emperadores con espadas y con armaduras, pero que su fin es derrota como fue derrotado el imperio romano en todo su esplendor. Si ellos supieran su final, si entendieran la matemática de la vida y de los años, si supieran lo que es servir sin fronteras, llegarían más lejos, sin la sed que produce muerte, llenos de chispa divina.

La ambición desenfrenada, la que produce sed sin agua, es la que ha dominado el escenario político en la República Dominicana, creando heridas y llagas incurables que nos asfixian sigilosamente.

La difícil pregunta es: ¿Cómo revertir ese culto a los partidos políticos? ¿Cómo inyectar al ciudadano dominicano el concepto de Estado, de institucionalidad y de potestad ciudadana?

Si esto no pasa, seguiremos con líderes enfermos, mediocres y sedientos de poder, jugando con un pueblo sin capacidad de despertar y de accionar de forma colectiva.