POR DOMINGO ABREU COLLADO
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Con el subtítulo de “Los desastres no son naturales”, la CEPAL hizo circular un interesante documento en relación con los dramáticos problemas que se presentan cuando ocurren movimientos de tierra, huracanes, maremotos y otros movimientos de la naturaleza. El texto remite al “Cuaderno de CEPAL No. 91”.
“El término desastre natural quizás no sea el más apropiado para comprender el fenómeno, sensibilizar a la comunidad e integrar a los actores que deberían involucrarse en una efectiva gestión del riesgo y una política preventiva.
Los llamados desastres ocurren sobre todo en zonas pobladas y afectan a sitios vulnerables que han sido ocupados por una sociedad para su residencia u otros fines. La localización de las actividades humanas compete a las personas y a sus formas de organización, por lo tanto, que se produzca un desastre no depende solo de la naturaleza sino también de la decisión de instalar un asentamiento o actividad humana sin tomar en consideración las amenazas existentes y las vulnerabilidades que se desarrollan, variables que constituyen una situación de riesgo potencial.
“Se puede definir “desastre” como una situación de daño, desencadenada como “resultado de la manifestación de un fenómeno de origen natural, socionatural o antrópico que, al encontrar condiciones propicias de vulnerabilidad en una población, causa alteraciones intensas, graves y extendidas en la estabilidad y condiciones de vida de la comunidad afectada.
“El daño de un desastre obedece a que el sistema y sus elementos no están en capacidad de protegerse de la fuerza amenazante o de recuperarse de sus efectos” (Lavell, 2003b). Los desastres o eventos relacionados con pérdidas y daños humanos y materiales significativos han ocurrido desde que la humanidad existe como tal. Suceden cuando un grupo social, país o región no toma las medidas para evitarlo, pero también cuando estos no son capaces de recuperarse por sus propios medios para restituir (salvo por las irrecuperables pérdidas de vidas humanas) las condiciones previas al desastre.
“Con el transcurso del tiempo, los conceptos de desastre y de riesgo han cambiado, desde un enfoque fatalista y de orígenes divinos, pasando por uno centrado en las actividades de control de la amenaza –y, sobre todo, en la emergencia y la recuperación– hasta el actual, en que el riesgo se entiende como un proceso continuo, dinámico, cambiante en el tiempo y vinculado al desarrollo. Este proceso es una construcción social, que recibe influencia y retroalimentación de dinámicas sociales, económicas y políticas, es decir, de decisiones individuales o colectivas, deliberadas o no.
“Desde este punto de vista, el desastre es la consumación de un proceso, a veces de larga data, de generación de condiciones de riesgo en la sociedad. Por lo tanto, un desastre es un riesgo no manejado, la materialización del peligro latente, detonada por un evento “externo”. Este último puede ser natural (actividad sísmica, volcánica, epidemias y huracanes), socionatural (deforestación o prácticas agrícolas que crean o potencian el efecto de inundaciones, sequías y algunas epidemias) y antrópicas (producto directo de actividades humanas como derrames tóxicos, contaminación del suelo, aire y agua, desechos radioactivos). También forman parte de esta dinámica los efectos concatenados o sinérgicos, que crean amenazas complejas capaces de amplificar significativamente los riesgos.
“La gestión del riesgo de desastre es un proceso social cuyo fin es la reducción, la previsión y el control permanente de dicho riesgo en la sociedad, en consonancia con el logro de pautas de desarrollo humano, económico, ambiental y territorial sostenibles. En principio, admite distintos niveles de intervención, que van desde lo global hasta lo local, comunitario y familiar”.
Clasificación de los desastres
“Los desastres suelen clasificarse según su origen (o tipo de amenaza) en dos grandes categorías, a saber: desastres naturales o socionaturales y antrópicos o sociales. En el presente texto se prefiere la expresión “desastre socionatural” a “desastre natural”.
“En los desastres socionaturales, la amenaza es un fenómeno natural, detonado por la dinámica de la naturaleza y potenciado por la intervención humana. A su vez, en los desastres antrópicos o sociales, la amenaza tiene origen humano y social.
Los desastres socionaturales pueden ser Meteorológicos: relativos a la atmósfera y el clima: huracanes, ciclones, inundaciones; Topográficos y geotécnicos: relativos a la superficie de la tierra: corrimientos en masa; y Derrumbes Geológicos: vinculados a la dinámica de la corteza terrestre: tectonismo, sismología, vulcanismo.
“Debido a la creciente importancia de los desastres adquiere relevancia y actualidad el término “vulnerabilidad”, que puede definirse como la probabilidad de que una comunidad expuesta a una amenaza natural pueda sufrir daños humanos y materiales. Esta dependerá del grado de fragilidad de su infraestructura, vivienda, actividades productivas, organización, sistemas de alerta, desarrollo político e institucional, entre otros elementos, y se reflejará, a su vez, en la magnitud de los daños.
“La vulnerabilidad puede analizarse desde diferentes perspectivas (física, social, política, tecnológica, ideológica, cultural y educativa, ambiental e institucional), que están relacionadas entre sí. Su gestación se vincula con factores de orden antrópico, esto es, de la interacción humana con la naturaleza.
“En tanto que una amenaza es un peligro que causa una emergencia, la vulnerabilidad a esa amenaza ocasiona un desastre”.
El riesgo en los desastres
“El riesgo surge de la función que relaciona a priori la amenaza y la vulnerabilidad. Se considera intrínseco y latente en la sociedad, con la salvedad de que su nivel, su percepción y los medios para enfrentarlo dependen de las directrices establecidas por dicha sociedad. “En definitiva, la vulnerabilidad y el riesgo están ligados a las decisiones de política que una sociedad ha adoptado a lo largo del tiempo y dependen, por tanto, de su desarrollo.
“Riesgo de desastre es la magnitud probable del daño de un ecosistema específico o de algunos de sus componentes en un período determinado, en relación con la presencia de una actividad potencialmente peligrosa. El poder o energía que puede desencadenarse se denomina amenaza y la predisposición a sufrir el daño, vulnerabilidad.
Por otro lado está la “Amenaza”.La amenaza es el fenómeno peligroso. Se la define como la magnitud y duración de una fuerza o energía que representa un peligro potencial, dada su capacidad de destruir o desestabilizar un ecosistema o los elementos que lo componen, y la probabilidad de que esa energía se desencadene.
Tiene los tres componentes siguientes:
La energía potencial: la magnitud de la actividad o cadena de actividades que podrían desencadenarse; la susceptibilidad: la predisposición de un sistema para generar o liberar la energía con peligro potencial ante la presencia de detonadores, y el detonador o desencadenante: el evento externo capaz de liberar la energía potencial.
En otras palabras, el detonador adecuado para un determinado nivel de susceptibilidad desencadena la energía potencial y la amenaza surge de una fuerza potencialmente peligrosa, su predisposición a desencadenarse y un evento que la desencadena.
“Los delfines están llorando”
La editora Alfaguara Infantil publicó en este año la narración “Los delfines están llorando”, de la escritora guantanamera (Cuba) Janina Pérez de la Iglesia, con ilustraciones de Rafael Hutchinson.
Ningún otro momento fue tan propicio para esta publicación. Momento en el que la lucha por la liberación de estos mamíferos marinos está moviendo mucha gente hacia la condena de la utilización y maltrato de estos pacíficos animales tan identificados conductualmente con el hombre.
“Los delfines están llorando” muestra la historia de un niño que acostumbraba a nadar con los delfines en forma amistosa, hasta que un día cuatro de éstos son capturados violentamente para ser llevados a estanques clorinados.
El niño, Agustín, se ve envuelto en toda una trama para liberar a sus amigos de sus captores para evitar una muerte segura. En su empresa liberadora le acompañan sus amigos Tiburón y Tina.
La narración de Janina Pérez de la Iglesia es una etupenda colaboración a la necesaria educación ambiental de nuestros niños, los niños dominicanos y los de todo el mundo.