La tragedia de Severo Cabral en Ciudad Nueva

La tragedia de Severo Cabral en Ciudad Nueva

“¡Severo golpista, peor que Bonillita!”, coreaba sin cesar un grupo de manifestantes que se dirigía hacia la intersección de las calles Palo Hincado y Padre Billini del sector de Ciudad Nueva, excitados por la presencia del doctor Ángel Severo Cabral y Ortiz. El expresidente de la Unión Cívica Nacional residía en esa área, pero en compañía de su esposa y sus hijos, había desaparecido del lugar, al desatarse la Revolución de Abril, temeroso de ser maltratado y humillado por los llamados revolucionarios que habían establecido la sede de su Gobierno en la emblemática y cercana calle El Conde y sus principales comandos en la zona constitucionalista.

Al doctor Severo Cabral, principal dirigente político de la derecha, se le reprochaba su protagonismo en los incidentes públicos que generaron el conflicto cívico-militar y la subsiguiente intervención de tropas de los Estados Unidos en el país. Por eso era una sorpresa, inesperada y desagradable, su regreso al hogar la tarde del sábado 18 de diciembre de 1965, cuando se sentía aún en las calles la presencia de muchas personas armadas.

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Pero ocurría que el doctor Severo Cabral estaba empeñado en mudar a su familia de allí, para llevarla a un sitio realmente tranquilo, dentro del Distrito Nacional, siguiendo la pauta de otros líderes y muchos empresarios y profesionales que optaron por asentarse en zonas suburbanas cercanas, como los ensanches Naco, Arroyo Hondo y Piantini, previendo que se repitiera una situación de angustia similar a la que habían padecido durante la acción bélica de 1965.

El exdirigente cívico creía que su familia no tendría paz si continuaba viviendo en el centro de la ciudad de Santo Domingo, porque seguía latente en los barrios capitalinos el fantasma de la guerra, ya que no había bajado lo suficiente el tono beligerante de la disputa que habían sostenido los grupos civiles y militares que rivalizaron en dicha contienda; toda vez que había trascurrido muy poco tiempo desde el 2 de septiembre de 1965, cuando por iniciativa de los negociadores de la OEA, el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó rubricó el “Acta de Reconciliación” que normaría la actuación del gobierno provisional del doctor Héctor Rafael García-Godoy Cáceres, instalado un día después para que iniciara el camino de la restauración del sistema democrático, con la celebración de elecciones el 1ro. de junio de 1966.

Severo Cabral había sido secretario general de la poderosa organización de centroderecha “Unión Cívica Nacional” y se destacó en la campaña electoral de 1962 impulsando la candidatura presidencial del doctor Viriato Alberto Fiallo Rodríguez. Más adelante, tras la victoria del profesor Juan Bosch en las elecciones del 20 de diciembre, pasó a ser un recio adversario del nuevo gobierno, propiciando -junto a otros líderes políticos- su derrocamiento en la madrugada del 25 de septiembre de 1963. En el régimen de facto surgido de aquel fatídico golpe de Estado, Severo Cabral ocupó el importante cargo de ministro de Interior y Policía, aunque lo abandonó dos meses y medio después, al dimitir el 11 de diciembre de 1963, denunciando que este gobierno no le había permitido a su ministerio realizar una rendición de cuentas en el Servicio Nacional de Seguridad.

En su carta de renuncia, el exministro explicó que la causa residía en la obstinación del Triunvirato “en mantener vicios que nos indujeron a combatir el desafortunado régimen derrocado el 25 de septiembre pasado, y convencido de que es inútil esperar de los hombres en el Gobierno las necesarias rectificaciones”.

Severo Cabral era un prominente miembro del sector conservador, sumamente preparado y con convicciones ideológicas muy firmes, pero poseía un fuerte carácter y era obsesivo defendiendo a rajatabla -sin vacilación y sin miedo- sus posiciones de derecha. Eso hizo la tarde del 18 de diciembre de 1965, cuando se enfrentó con duros términos a la multitud que rodeó su casa con intenciones de impedir que su familia concretase la mudanza de sus ajuares en un camión parqueado sobre la orilla de la acera de su residencia.

Esta discusión habría sido una imprudencia del veterano dirigente político, pues aunque la Guerra de Abril había concluido, seguían los resabios, las bajas pasiones y los odios entre los grupos rivales. Y esa realidad generaba sucesos vandálicos y sangrientos que acaecían a diario en cualquier esquina de la ciudad, por la ausencia de una real voluntad de respeto a la ley que aplacara las aversiones entre coterráneos y permitiera que la gente pudiera vivir al margen de rencores, venganzas e iniquidades.

La polémica de Severo Cabral y sus oponentes ocurrió en el frente de su casa, que era la marcada con el número 99 de la calle Padre Billini, donde se había estacionado una muchedumbre formada por jóvenes sindicalistas que acababan de participar en una manifestación de obreros de la Sociedad Industrial Dominicana -Manicera-, en la periferia del parque Independencia, exigiendo la intervención del Gobierno para pre-servar sus puestos de trabajo y sus logros laborales en dicha empresa.

Los manifestantes desde que llegaron a la Padre Billini coreaban sin cesar: “¡Severo golpista, peor que Bonillita!», y también: “¡Severo, asesino de Manolo!”, ignorando que aún cuando siendo ministro de Interior y Policía aseguró que las Fuerzas Armadas exterminarían las guerrillas del líder catorcista en Las Manaclas, en el momento de su muerte ya había renunciado de ese cargo y su ruptura política con el gobierno del Triunvirato era concluyente y definitiva.

Aún así, la dirección de propaganda del Movimiento Revolucionario del 14 de Junio llegó a comparar a Severo Cabral con Josef Mengele, el médico nazi alemán que dirigió la masacre de los judíos durante la se-gunda guerra mundial, al ponerle el sobrenombre de “Ángel de la muerte”; en alusión despectiva a su nombre de pila.

Aquella multitud había olvidado que el dirigente local tenía en su historial la virtud de haber sido el primer funcionario después de la Era de Trujillo que tuvo la decencia de dejar un alto cargo público por estar en desacuerdo con la actitud del Triunvirato presidido por don Emilio de los Santos, que se negó a transparentar los gastos en la estratégica área de inteligencia y seguridad nacional.

Esa línea moralizante la mantendría con mucho ahínco, erigiéndose en un crítico tenaz de ese mismo Gobierno que pasó a ser conducido por su primo hermano, el doctor Donald Reid Cabral, a quien enfrentó de modo desafiante y con inigualable firmeza en su alocución de 2 mil 574 palabras, del 26 de enero de 1965, a través de la emisora «La Voz del Trópico” y una cadena radial. Ahí lo acusó de llevar el país al borde del desastre por su afán de mantenerse en el poder a cualquier precio y le exigió renunciar, responsabilizándolo ante la opinión pública internacional por los males que pudieran sobrevenirle a la sociedad dominicana como consecuencia de su ambición desmedida.

En esa pieza discursiva de seis páginas, publicada de manera íntegra por el diario El Caribe, un día después, el destacado político -en rol de opositor- acusó a Reid Cabral de pretender perpetuarse en el poder sostenido por poderosas autoridades implicadas en los contrabandos que estaban arruinando al sector comercial, en alusión al jugoso negocio de las cantinas militares y policiales.

El sábado 29 de noviembre de 1964 Severo Cabral fue electo presidente de Unión Cívica Nacional en una convención nacional efectuada en la ciudad de Santo Domingo, en la que participaron delegados de 16 provincias de 24 que tenía el país; pero el poderoso triunviro Reid Cabral, como no había podido doblegar su firmeza ni menguar la contundencia de su línea política opositora, apoyándose en la natural influencia del doctor Viriato Fiallo, líder histórico de la organización, contrarrestó su elección ese mismo día, auspiciando el montaje de una asamblea paralela que se llevó a efecto en una finca de Bonao. En esta reunión se su-primió la presidencia de la UCN y se estableció un triunvirato partidario, integrado por los doctores Tomás Alcibíades Espinosa, Pedro Juan Brugal y Ramón González Hardy. Esta dirección fue denominada «Directorio Ejecutivo Central» y con el visto bueno del doctor Fiallo, concretó la división del partido, imponiendo la autoridad de un tribunal disciplinario que tuvo como único objetivo sancionar al doctor Severo Cabral.

Así, el 27 de diciembre de 1964 ese juicio partidario expulsó a Severo Cabral de las filas de la UCN, acusándolo de divisionista. Por lo cual, no le quedó otra opción que crear una nueva organización que paradójicamente denominó «Acción Revolucionaria”, que endureció sus críticas al Gobierno. La resolución de expulsión estaba firmada por los señores Juan Aquiles Díaz, Jesús María Camilo, licenciada Amparo Franco de Bisonó y licenciada Rosana Ortiz de Álvarez.

El relato del capitán Brens y la tragedia de los Cabral

La mayoría de los jóvenes que se aglomeraron frente al hogar de la familia Cabral, para repudiar al exdirigente cívico y presidente de “Acción Revolucionaria”, sólo sabía que el doctor Severo Cabral era uno de los líderes civiles que participó en el derrocamiento de Bosch y que en las primeras horas de la Revolución de Abril, durante el efímero gobierno del doctor José Rafael Molina Ureña, había sido apresado y recluido en una habitación de la casa de Gobierno, junto al expresidente Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur y el extriunviro doctor Ramón Tapia Espinal, por el dirigente perredeísta doctor Jorge Emilio Yeara Nasser. Los tres fueron liberados casi de inmediato.

En este acto hostil se ignoraba plenamente su accionar moral durante el Gobierno del Triunvirato y sus servicios a la patria combatiendo al régimen de Trujillo, como participante de la conjura del 30 de Mayo que culminó en la muerte violenta del tirano. Se le repudiaba de mala manera por sustentar opiniones políticas de ultraderecha que no estaban en armonía con los anhelos de los jóvenes presentes; lo que era un modo incorrecto de encarar la disidencia ideológica en una democracia, donde a nadie se le puede negar su derecho a creer y pensar como le viene en gana, dentro de los límites de la moral y la ley.
Se debe lamentar que dentro de la multitud no apareciera alguien con ilustración y don de mando para detener la provocación al dirigente político y su familia, ya que poco después se produciría un ataque salvaje a su vivienda, en el momento en que su esposa y sus dos hijas se disponían a desocuparla y les impidieron sacar sus ajuares, devastando los enseres domésticos e incendiando su automóvil Mercedes Benz, estacionado en un espacio de la vía. La única persona que intentó evitar una desgracia fue un vecino de la familia Cabral, el capitán de la Marina Raúl Brens, quien en compañía de dos de sus hijos y un amigo de apellido Santana, se apersonó al lugar y trató inútilmente de calmar los ánimos caldeados y que la multitud no violara la casa.

En una declaración pública que ofreció a la prensa ese mismo día, el capitán Brens relató que esa tarde él se encontraba enfermo con una lesión en una pierna y un testículo inflamado, recluido en su casa, la número 72 de la calle Padre Billini, cuando fue avisado por uno de sus hijos sobre la presencia de una turba en el vecindario que amenazaba con agredir el hogar de la familia Cabral. Agregando que pese a su problema de salud, se incorporó de la cama y se dirigió rápidamente a la residencia de Severo Cabral, donde vio a “la turba tratando de introducirse en la casa”, y en ese momento llegó el coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, de la Policía y el oficial Vargas Luna, de la Marina de Guerra, quienes junto a él “intervinieron para contener a la turba”.

Indicó que la mayor parte de los ajuares ya habían sido subidos a un camión y el doctor Severo Cabral, su esposa, sus hijas, una señora mayor y dos hermanos del dirigente político habían abandonado el hogar con la ayuda que les prestaron sus hijos, utilizando un bastidor de cama para que se pudieran movilizar desde la azotea de su casa hasta el tejado de la vivienda contigua.

Dijo que mientras los integrantes de la familia Cabral salían de allí de modo subrepticio por la azotea, la turba “con pistolas sobadas en mano” se trasladó a la casa del capitán Brens, bajo el convencimiento de que estaba ocultando al dirigente político. Unos minutos después, la familia Cabral fue atacada con una ráfaga disparada por una persona desconocida desde una azotea vecina. En la embestida criminal fue herido de gravedad el doctor Ángel Severo Cabral, quien murió al ser rematado por un disparo que le hicieron estando su cuerpo ya dentro de la ambulancia que lo trasportaba al hospital Lithgow Ceara, junto a su esposa Ada Gil y su hija Ada Cabral Gil, quienes también fueron alcanzadas por las balas.
Este hecho criminal fue investigado durante la gestión del doctor Manuel Ramón Morel Cerda como Procurador General de la República, pero, aunque dispuso el apresamiento de varios políticos y militares, a su salida del cargo la investigación fue interrumpida, como lo explicó el presidente Joaquín Balaguer, en su discurso del 8 de mayo de 1967, en que dijo que este caso no fue resuelto “por falta de espíritu cívico en la mayoría de nuestros compatriotas”.

Según el mandatario muchas de las personas que presenciaron este crimen, no quisieron ofrecer testimonios que permitieran llevar al banquillo de los acusados a los autores.

Se abstuvieron de denunciar lo ocurrido ante la justicia, para no exponerse “a la represalia de los grupos que actúan hoy en nuestro país en forma exactamente igual a como lo hacen las pandillas del crimen en Chicago o en cualquier otra de las grandes urbes del mundo”.

El doctor Joaquín Balaguer afirmó que las personas que ultimaron a Ángel Severo Cabral, “fueron vistas por varios testigos residentes en las cercanías del lugar” donde se cometió este crimen, “pero ninguna de esas personas poseía el valor cívico necesario para aportar ante un tribunal el testimonio que podría hacer caer sobre sus autores el peso de una sanción ejemplarizadora”.

Agregó que los testigos que hablaron sobre este caso, algunos de ellos vecinos del dirigente político asesinado, lo hicieron bajo la promesa solemne de que sus nombres no serían revelados.

El doctor Ángel Severo Cabral fue el primer dirigente político asesinado en el área de su residencia luego de la muerte de Trujillo.

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