La discrecionalidad inherente al Poder Ejecutivo priva por ocasiones de conocer explícitamente las intenciones que mueven a su titular, pero con frecuencia y en lo que va de este cuatrienio, se ha percibido que guían al Estado unos ojos y oídos atentos a saber y conocer cómo andan las denuncias y versiones que cursan por el ambiente Una gestión gubernamental de afiladas propensiones a cortar cabezas.
Desde la dirección de la Cosa Pública se expresa una actitud positiva para la marcha de la nave del Estado con remociones y nombramientos de altos cargos y para dar marcha atrás a políticas y medidas en vigor, a veces con profundo sentido y casi siempre automáticas.
Se unen a esta provechosa versatilidad los prontos desplazamientos de la jefatura estatal hacia escenarios llamativos y preocupantes aun parecieran de importancia menor.
El repetitivo discurso de intransigencia ante procederes irregulares o defraudadores indica que hoy obra una exigente vigilancia que los anteriores liderazgos estatales jamás aplicaron. Más bien, por momentos, apañaron.
La atalaya con 360 grados de observación que mueve fichas y modifica acciones oficiales no tiene que lanzarse a lo judicial en todos los casos si en algunos percibe insuficiencias de indicios transgresores. A partir de lineamientos de anticorrupción debe presenciarse cada vez que corresponda la conquista nacional de contar con un Ministerio Público independiente y con derecho a disparar en todas direcciones.