La pasada semana “conversamos” sobre la ansiedad, haciendo referencia a una conferencia a la que asistimos, dictada por el psiquiatra argentino Dr. Carlos Soria. Como lo prometido es deuda, veremos hoy los aspectos biológicos y sociales de las ansiedades.
El organismo humano siempre se encuentra en un estado de estrés, aunque sea mínimo, que se inicia en ocasiones desde antes de nosotros abrir los ojos. Todos hemos experimentado la desagradable experiencia de levantarnos con gran sobresalto por una pesadilla. Expresada como taquicardia, sudoración, jadeo, angustia, con una sensación de muerte inminente, es un típico ataque de ansiedad. Es esa respuesta normal del diario vivir, que ante determinadas situaciones se incrementan las reacciones del organismo, pudiendo ellas desbordarse y sabemos que dependerá de factores individuales (disposición biológica y psicológica) ante las distintas situaciones y experiencias.
Vamos a resumir la respuesta del organismo frente a una condición que nos pueda causar estrés. Imaginemos que alguien grite “fuego” a nuestro alrededor.
Es una situación que reconocemos como riesgosa, se inicia en tanto un proceso -cognitivo-, sabemos de sus peligros y en nuestras cortezas cerebrales se desencadena un accionar que en milésimas de segundos alerta al hipotálamo, la parte antigua y profunda de nuestros cerebros, que maneja al igual que en los animales inferiores las funciones primarias de sobrevivencia. A su vez desde él, vía el sistema nervioso vegetativo (autónomo) le envía un mensaje a la parte medular de las glándulas suprarrenales, las que responden liberando adrenalina y noradrenalina, que son las llamadas hormonas del estrés; estas adrenalinas nos “vigorizan”, movilizan nuestros cuerpos y nos preparan para luchar o abandonar rápidamente los lugares de riesgo.
Cuando la situación demandante produce sentimientos de distrés (estrés desagradable) o desamparo, el cerebro envía también mensajes a la parte cortical de esas glándulas suprarrenales y entonces se segrega otra hormona del estrés: el cortisol. Esta genera un eje más complejo, donde por igual interviene el sistema inmunológico del organismo y participa también la glándula pituitaria, esa avellana cerebral que descansa en la base del cráneo y que gobierna todas las funciones hormonales del organismo.
Es decir que las respuestas ante el estrés irán acorde con la intensidad de cómo percibamos en nuestro cerebro el estímulo nocivo, sea real o imaginario.
La dilatación pupilar (para ver mejor) la dilatación bronquial (para respirar mejor) el incremento del rendimiento cardíaco (mejora la llegada de nutrientes al cerebro) la vasodilatación muscular (para luchar o correr mejor) la vasoconstricción cutánea (para ahorrar sangre para el cerebro) en fin, un listado de sensaciones que todos conocemos y que incluyen taquicardias, sudoración, hiperventilación, etc. se deben principalmente a la adrenalina secretada por las suprarrenales, unos “honguitos” que están sobre los riñones y a la noradrenalina segregada por las terminaciones nerviosas simpáticas.
El sistema nervioso autónomo son grupos de ganglios y raíces de nervios diseminados en todo el organismo que manejan las funciones vegetativas como la digestión y la respiración, son esas acciones biológicas internas que no “gobernamos”, por eso el nombre de –autónomo.
En ocasiones, situaciones y pensamientos que normalmente son insignificantes, pueden detonar todo ese complejo sistema de defensa biológica de nuestras vías de alarma. Cuando esos elementos estresantes son moderados, nos ayudan a manejarnos con: el jefe gruñón, los conflictos familiares, los pagos de las tarjetas de crédito, las cuentas del supermercado y la electricidad, el conducir en las vías capitalinas, en esa lucha diaria por la subsistencia. Pero que resultan muy desagradables cuando esas complejas manifestaciones nerviosas se expresan en demasía desbordada, o cuando reaccionamos excesivamente a circunstancias y a cosas que por simples no deberían estresarnos. En ocasiones con sobresaltos imaginamos “tragedias” y contextos que aún no han acontecido, no guardando la más de las veces relación alguna el insignificante estímulo frente a las inusitadas respuestas adrenérgicas desencadenadas en todo el organismo por nuestro cerebro. ¡Esa es la angustiante ansiedad!