Berlín. Hasta seis años esperan algunos berlineses para hacerse con una de las 73.000 cabañas de recreo con jardín de la capital alemana, una especie de segunda vivienda “low cost” que vive una nueva edad de oro de la mano de familias jóvenes y ecologistas pese a la creciente presión urbanística.
La casa es chata y sencilla -una planta de 24 metros cuadrados con los exteriores de madera pintada en rojo oscuro, ventanas discretas y un tejado coquetamente ladeado- y está rodeada por un jardín con un par de frutales, un seto bien recortado y un pequeño huerto al fondo con tomateras.
La estampa no está sacada de un remoto pueblo alemán, sino del céntrico barrio de Charlottenburg de Berlín, y no es una excepción- el 4 % del territorio de la capital, equivalente a más de 3.000 campos de fútbol, está ocupado por los denominados “Lauben» (cenador) o “Kleingarten” (pequeño jardín). “Se está convirtiendo en una moda tener una cabaña. La demanda es cada vez más fuerte en los últimos años”, reconoce a Efe Stefan Grundei, gerente de la Asociación de Amigos de los Jardines (BDG), un grupo con un millón de miembros en toda Alemania a través de sus veinte federaciones. A su juicio, el principal atractivo de estas viviendas es la posibilidad que ofrecen de combinar lo mejor de la vida urbana y la rural y por un módico precio. “La mayoría de los nuevos usuarios son gente joven con hijos que no quieren renunciar a las comodidades de la ciudad y a la vez buscan disfrutar de la naturaleza”, explica.
La afluencia de familias jóvenes con hijos, de perfil urbanita y clase media, ha modificado radicalmente el prototipo de ocupante de los “Lauben”, copados mayoritariamente hasta hace unos años por jubilados de extracto social bajo y antecedentes rurales.
Al mayor interés por este tipo de alternativa, especialmente en verano, se suma en Berlín el hecho de que, fruto del “boom» inmobiliario que vive la capital alemana, algunas colonias de cabañas han sido clausuradas en los últimos años para dar paso a bloques de apartamentos.
Si hace un lustro el número de “Lauben” se acercaba a los 77.000, en la actualidad se sitúa en los 73.400, según las cifras que maneja la BDG. Hacerse con una de estas cabañas se está complicando cada vez más, asegura Grundei y, aunque en algunas zonas de Berlín apenas cuesta unas semanas, el promedio se sitúa en los tres años y en los lugares de mayor demanda, se eleva hasta los seis. “Ahora mismo tenemos una lista de espera conjunta con unas 13.000 personas en Berlín y el número de cabañas que cambian de mano cada años está en torno a los 3.500”, apunta el director ejecutivo de la BDG.
Justo antes del pasado verano, tan solo 150 cabañas estaban vacías y pendientes de asignación, es decir, un 0,2 % del total. El cuello de botella del proceso es el traspaso de las parcelas que quedan libres, que implica un acuerdo de adquisición de lo construido -24 metros cuadrados como máximo, según la ley- y plantado en su superficie -de entre 100 y 900 metros cuadrados- por una cantidad que puede oscilar entre los 2.000 y los 9.000 euros.
Luego está el alquiler -porque las “Lauben” que quedan libres solo se pueden arrendar- que no suele superar los 350 euros al año, y otros gastos (comunidad, agua, electricidad, entre otros), que suponen normalmente menos de 300 euros más. La tradición de las cabañas de recreo en Berlín -y en otras ciudades como Hamburgo y Múnich, aunque con menor aceptación- surgió a principios del siglo XX, cuando grandes empresas como Siemens o AEG montaron jardines para que sus empleados cultivasen frutas y verduras que no podían adquirir con su sueldo. Las cabañas, cuyo número se elevó hasta las 165.000 en 1925, jugaron un papel clave tras la II Guerra Mundial, ya que los bombardeos aliados asolaron el 20 % de los edificios de la capital.