Las cárceles del trujillismo: torturas, asesinatos y vejaciones contra opositores

Las cárceles del trujillismo: torturas, asesinatos y vejaciones contra opositores

Desde los inicios del régimen de Trujillo, las cárceles (Fortaleza Ozama y Nigua) no solo fueron lugares de detención, sino que también eran escenarios de tortura, asesinatos y vejaciones contra los presos políticos. Posteriormente, se desarrollaron centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, tales como El Sisal (Azua), El Factor (María Trinidad Sánchez), Isla Saona o la Hacienda Mango Fresco (Manoguayabo, Santo Domingo Oeste). En las postrimerías de la dictadura, los centros que más incurrieron en violaciones a los derechos humanos, en específico contra los miembros del 14 de Junio y otros movimientos u organizaciones que osaron desafiar a la dictadura, fueron: La 40, El Kilómetro 9 de la Carretera Mella, la isla Beata y, en menor medida, La Victoria. Estas cárceles secretas, dispersas por todo el territorio nacional, fueron utilizadas como política de Estado para silenciar y reprimir a los opositores, con el propósito, como lo señala el historiador Alejandro Paulino Ramos, de “esconder las huellas de los asesinatos que a diario se cometían en República Dominicana”.

Ubicadas en distintas regiones del país, desde las afueras de Santo Domingo hasta en zonas remotas y aisladas, su geografía no solo reflejaba la extensión del aparato represivo del Servicio de Inteligencia Militar -SIM- sino que también influyó en las condiciones de detención y el tratamiento de los prisioneros. Según el expreso político Juan Germán Arias Núñez (Chanchano), “la 40 era un infierno, ya que en dos o tres días o semanas te mataban o te enviaban vivo a la cárcel de La Victoria que nos parecía un resort en comparación a lo vivido en el campo de concentración de La Beata”. Por supuesto, hubo también otras instalaciones más pequeñas y menos conocidas en pueblos y áreas rurales que sirvieron para tales fines. Tal es el caso de la Fortaleza San Felipe, de Puerto Plata, donde estuvieron recluidos Manolo Tavárez, Leandro Guzmán y Pedro González, como parte de la estratagema ideada por Trujillo para asesinar a sus esposas, las hermanas Mirabal.

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Según las descripciones de los sobrevivientes Rafael Valera Benítez, Freddy Bonnelly Valverde, Cayetano Rodríguez del Prado, Leandro Guzmán, entre otros, las celdas eran lugares insalubres y sobrepoblados, que exacerbaban el sufrimiento de los detenidos. Sin embargo, lo más horroroso no eran las condiciones materiales, sino las prácticas brutales llevadas a cabo dentro de sus muros. Por ejemplo, la tortura era una herramienta comúnmente empleada por los esbirros para sacar información, intimidar a los presos y castigar la disidencia política.

A partir del relato contenido en el periódico “Unión Cívica” (n. 28, del 1 de noviembre de 1961), sabemos que cuando un prisionero político llegaba a la temida cárcel de «La 40», era sometido a un proceso deshumanizante y brutal. Desnudado al llegar, se le despojaba de toda vestimenta para privarlo de cualquier elemento que pudiera servirle de resguardo durante las torturas. Tras este indignante acto, era conducido a la cámara de torturas, un lugar espeluznante forrado de cartón comprimido y equipado con una silla eléctrica, donde se ejecutaban métodos de tortura atroces. Dicha silla, elaborada a base de madera, cuero y cobre, aplicaba descargas eléctricas de 220 voltios al prisionero, quien sufría intensos dolores hasta que firmara una confesión escrita, previamente redactada por sus torturadores.

Posteriormente, el prisionero era trasladado a las celdas solitarias, cuyas dimensiones rondaban los 5 pies 6 pulgadas de largo y ancho, las cuales se encontraban situadas detrás del chalet, donde la humedad y el frío eran constantes. Estas celdas carecían de mobiliario y estaban diseñadas para infligir el máximo sufrimiento físico y mental. Allí, confinado en un espacio reducido y oscuro, el prisionero debía enfrentar la desolación y el tormento, sin más contacto con el exterior que un pequeño respiradero. Este era el espantoso universo al que eran destinados o reducidos los opositores en sus primeras horas en la cárcel.

Los métodos de tortura eran extremadamente crueles y despiadados, llevando a los prisioneros a sufrir graves daños físicos y mentales. Uno de los métodos más atroces era el uso de perros feroces, que eran azuzados contra los prisioneros, provocando mordeduras terribles y ataques alucinantes en un estrecho espacio llamado “El Coliseo”. Otro método notable era conocido como «El Bastoncito», un dispositivo similar a una vara eléctrica que desgarraba la carne y causaba un dolor agudísimo al aplicarse sobre cualquier parte del cuerpo, dejando dos pequeños orificios y concentrándose especialmente en áreas sensibles como las costillas, el abdomen y los testículos.

En los testimonios se pueden apreciar las palizas, simulación de ejecuciones, privación de sueño y tortura psicológica, las cuales fueron habituales. Estas y otras prácticas eran parte de un sistema brutal diseñado para infundir miedo y someter a los prisioneros políticos, llevándolos al límite de su resistencia física y psicológica. Según detalla Freddy Bonnelly en su libro “Mi paso por La 40: un testimonio”, entre los instrumentos utilizados por los torturadores tenemos: fuetes de verga de toro, algunos con alambre de púas enrollados, cables plásticos de una pulgada de diámetro con cable de acero en el centro, picanas (bastón eléctrico), trozos de bambú, tortor (pedazo de soga con dos pedacitos de madera para facilitar el ahorcamiento…)”.

Además de todos estos suplicios y dramáticas situaciones que se vivieron con momentos marcados por el horror y sufrimiento, los presos políticos se vieron constantemente confrontados al riesgo de ser asesinados extrajudicialmente por las fuerzas de seguridad, pues en esos primeros días de 1960 las ejecuciones sumarias y las muertes bajo custodia fueron numerosas, con una gran cantidad de detenidos que nunca más volvieron a ser vistos. Estos crímenes fueron perpetrados porque los militares estaban cubiertos por el manto de la impunidad, ya que el régimen controlaba el sistema judicial, evitándoles rendir cuentas por los abusos y delitos cometidos, tal como veremos en la próxima entrega en la que continuaremos abordando este oscuro capítulo de la historia, necesario para honrar la memoria de estas víctimas de la tiranía.

Dr. Amaurys Pérez
Sociólogo e historiador
UASD/PUCMM