Los motivos que dieron lugar a las devastaciones más mortífera en la historia de la isla Española. Hoy Digital.
Para mediados del siglo XVII, España había abandonado la isla Española a su suerte, tras el colapso de la economía y sus fallidas estrategias para recuperar el esplendor de antaño, situación que tras una serie de eventos, motivaron a las devastaciones más crueles de la historia dominicana.
Mientras España enfocaba su interés en otros países de la región, en la zona norte de la isla, la pobreza aumentaba, afectando directamente a miles de familias que hacían vida en la franja costera, pero que tenían prohibido comercializar con extranjeros que no fuesen españoles, decisión que desoyeron, impulsados incluso, por el propio instinto de supervivencia.
Como veremos en este nuevo capítulo de “Un Viaje a la Historia”, de la Fundación Corripio, los dominicanos de la época no tenían opciones. Se arriesgaban a comercializar con las naves que atracaban en las cálidas costas de la región norte, aunque fuesen piratas o morían de hambre.
Desde hacía casi un siglo y producto del mestizaje, se había formado una sociedad criolla, que básicamente cargaba con el peso generado por el abandono de los colonizadores.
Mientras España migraba hacía las ricas minas de oro y plata en México y Perú, rara vez volteaba a ver hacía Santo Domingo, que ya había perdido el brillo de antaño y no generaba el interés de las colonias, llevando a los residentes en la isla a la extrema pobreza.
A finales del siglo XVI, después de la ciudad de Santo Domingo, los pueblos más importantes eran Puerto Plata, Monte Cristi, Bayajá y La Yaguana, situados en la banda Norte. Pero fue en Bayajá a donde llegaron naves de comerciantes extranjeros, que en busca de pieles, azúcar, carne, pieles, tabaco, algodón, maderas y jengibre, comercializaban productos escasos en la isla como jabón, perfumes, vino, tejidos, y hasta venta de esclavos, conformando una relación comercial, al margen de la colonia, que incomodaba a las autoridades españolas, quienes veían mermar las recaudaciones producto de los impuestos.
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El desdén español y la incomodidad de trasladar sus mercancías hasta los mercados de la ciudad de Santo Domingo, motivaron a que los criollos a arriesgarse y establecieran su propio sistema comercial con los extranjeros, franceses, ingleses, portugueses y holandeses.
Pero muchos eran corsarios y piratas, que atacaban las flotas españolas y saqueaban todo a su paso, razón por la cual la corona había prohibido cualquier intercambio comercial con estos grupos.
Sin embargo, el comercio ilegal en la franja noroeste de la isla, comenzaba a beneficiar a todos los sectores, sin importar estrato social.
Se mantuvo así hasta que un emisario del arzobispo Dávila, que fue a inspeccionar la Banda del Norte y a verificar el estado espiritual de sus habitantes, regresó a la ciudad de Santo Domingo con 300 biblias protestantes incautadas, situación que era inaceptable para el catolicismo imperante de la época.
Incluso, se realizaban bautizos bajo el rito protestante, acciones que molestaban ya, no sólo a los colonos, sino también a los representantes del clero, quienes urgían una intervención.
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Con los colonos y la iglesia católica unidos bajo la premisa de resolver la problemática, emerge la figura de Baltasar López de Castro, un dominicano hijo de españoles con gran influencia en el gobierno, desempeñándose como escribano de la Real Audiencia, Alférez Mayor y regidor del Cabildo.
En 1598 López de Castro, envío varias cartas al Rey Felipe III, en el que describía la crisis interna, que se agudizaba por la influencia de sus enemigos especialmente en las zonas en conflicto.
Según las recomendaciones de López de Castro y de otros funcionarios del gobierno local, el 6 de agosto de 1603, Felipe III emitió una real cédula mediante la cual dispuso que las villas de la costa norte de la isla fueran despobladas y que sus habitantes fuesen obligados a mudarse a una zona al Este de la isla y cercana a la ciudad de Santo Domingo.
Sin embargo, esta decisión encontró el rechazo de varios sectores, incluyendo el de la propia iglesia católica, que se oponía a la Real Orden, que otorgaba plenos poderes al gobernador Antonio Osorio y al arzobispo de Santo Domingo, fray Agustín Dávila y Padilla, para que cumplieran fielmente con su voluntad de erradicar el contrabando y la evasión de impuestos.
En este punto, Antonio Osorio era partidario de que las pobladas se llevaran a cabo a como dé lugar, mientras que fray Agustín Dávila y Padilla optaba por una salida consensuada, que evitara derramamiento de sangre y el uso de la fuerza.
Pero la opinión de Dávila y Padilla eran de peso, ya que no se trataba de cualquier persona. El rey Felipe II lo había nombrado arzobispo de Santo Domingo en atención a sus elevados méritos y a sus firmes principios católicos.
Era un hombre de ideas muy avanzadas para la época. Incluso llegó a proponer que la banda del Norte fuera declarada puerto libre, bajo la supervisión de las autoridades, debido a que consideraba el proyecto de las despoblaciones de muy difícil ejecución y sobre todo perjudicial para los intereses de España, planteamientos que fueron apoyado por otros regidores del cabildo de Santo Domingo, quienes entendía que una orden tan drástica, no debía ser ejecutada.
Sin embargo, el arzobispo Dávila falleció en 1604 y con él, la posición de mayor peso en contra de las despoblaciones, dejando el camino libre para que Antonio Osorio ejecutara el mandato que se le había encomendado y que estaba ansioso por iniciar a como diera lugar.
Para ello contó con la colaboración activa de Baltasar López de Castro, a quien algunos historiadores consideran tan culpable de las devastaciones como al propio Antonio Osorio.
Esta decisión fue ampliamente rechazada por las partes afectadas, así como por el clero y los propios comerciantes que se beneficiaban del contrabando. Las razones para rechazar las mudanzas hasta zonas más cercanas a Santo Domingo eran bastas, una de ellas, la imposibilidad de trasladar miles de cabezas de ganado mansos y cimarrones, así como las pérdidas económicas que esto representaría.
Durante dos años se intentó buscar otras soluciones, pero finalmente predominó la voluntad de Osorio, quien estaba decidido a que, si los habitantes de los pueblos de Bayajá, la Yaguana, Monte Cristi y Puerto Plata se resistían a mudarse voluntariamente, tendrían forzosamente que trasladarse de lugar a filo de espada y punta de mosquete.
Fue así como, el 6 de febrero de 1605, el gobernador Osorio, acompañado por 150 soldados, se dirigió hacia la Banda del Norte, en una gira de sangre y cuchillo para protagonizar un episodio luctuoso en la historia colonial de Santo Domingo.