Hace más de 3000 años que comenzaron a registrarse las primeras pandemias en el mundo; entre ellas, el sarampión con más de 200 MM de muertes, la plaga de Justiniano con más de 25 MM, la peste negra con 75 MM, la viruela con más de 300 MM, la gripe española entre 50 y 100 MM, la tercera pandemia con unos 15 MM, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) con más de 25 MM, así como el tifus, el cólera y la gripe de Hong Kong con unos 9 MM. Desde entonces, el mundo siempre ha sido amenazado en diferentes épocas por estas catastróficas enfermedades y, con el advenimiento de la globalización se han profundizado sus desafíos y sus daños.
Los efectos del coronavirus
A pesar de que patológicamente una pandemia no es más que una epidemia externada en una escala mayor, desde el campo de la globalización estos bacilos tienen una connotación mucho más amplia; toda vez que, este tipo de enfermedades son el cristal inequívoco de las fortalezas y debilidades de un Estado. En efecto, ponen en evidencia el nivel de planificación, preparación y ejecución de su gestión de riesgos, muestran el nivel de dependencia que tienen las economías de algunos rubros específicos, proyectan la visión geopolítica de muchos Estados, la calidad de sus sistemas sanitarios y la madurez de su liderazgo político.
Desde esa perspectiva, como estos acontecimientos tienen impactos económicos que repercuten en el ejercicio de la política y se traducen en desafíos sociales en esa misma dirección serán las interpretaciones y las lecciones. Por tal razón, las primeras lecciones vendrán a partir de premisas proféticas prescritas en el apocalipsis o el libro de las revelaciones de la biblia. Además, otras aseveraciones llegarán con sus recetas desde la geopolítica y las manos invisibles de las potencias y las más proliferas germinarán desde los pletóricos caudales de ofuscaciones. Pues, como dijo el gran Denis Diderot “la ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio”.
Lecciones tangibles
Más allá de las valoraciones personales el COVID-19 trajo sus vernáculos daños, está imponiendo sus draconianos desafíos y nos obligará a todos a una nueva, profunda y contundente reingeniería de nuestra agenda global para que pueda ser sustentable e indisoluble el crecimiento económico con el índice de desarrollo humano.
Dentro de ese contexto, el coronavirus ha dejado como su mayor lección que no importa que nación tenga el mayor número de ojivas nucleares, cual posea el mayor desarrollo industrial ni cual tenga el ejército más numeroso y poderoso.Quedó probado, que en una pandemia el Estado más vigoroso es el que puede preservar la vida de sus ciudadanos.
De igual forma, la adopción fruslera e irracional de los gobernantes de EE. UU, Gran Bretaña, Brasil, Camboya y muchos otros; han dejado claramente establecido que ser un presidente popular y un estadista son concepciones muy disimiles. Por ello, en muchos de los países en los que hoy existen una mayor cantidad de casos no podríamos establecer si esa profusión se debe a la sociabilidad intrínseca del individuo, o al ejercicio descabellado de esos gobernantes en el tratamiento del problema. En virtud de ello, solo nos queda la duda de si el gran André Malrauxtenía razón cuando dijo, “que los pueblos tienen los gobiernos que más se les parecen”.
Coronavirus y globalización
Decía de manera satírica el legendario humorista cubano Álvarez Guedes, que “una de las mayores ventajas de la globalización era que podías desayunar en la mañana en Cuba y evacuar el desayuno en la noche en Francia”. No menos cierto es, que también colocó los mercados más lejanos en las manos de todos los productores del mundo. En consecuencia, como acuñó el filósofo canadiense Marshall McLuhan somos una “aldea global”. Empero, el COVID-19 externó que esas mismas bondades frente a una crisis o enfermedades se convierten en la espada de Damocles de la economía global.
En ese sentido, aunque todos nos sentíamos amenazados por el calentamiento global y la automatización de los empleos apareció un súbito enemigo invisible, mortífero e indiscriminado que nadie puede afirmar con verosimilitud cual será el alcance de sus daños.Ridiculizó al capitalismo salvaje de este mundo líquido y volvió a poner de moda valores perdidos tales como; la solidaridad, responsabilidad, empatía, respeto y, sobre todo, la preminencia del valor de la vida. Por lo que, no estaba pasando otra cosa que aquel axioma externado por el poeta surcoreano Ko Un, que “la globalización en su afán de unificar los mercados había puesto en peligro las variedades culturales y su identidad”.