Era de los mejores en matemáticas. Pero había otras inquietudes más vibrantes dentro de mí, por lo que mi interés por la ingeniería civil fue abatido por “catedráticos” de la UASD de los 60.
El primer día de clases, el profesor “Reyito” entró al aula sin saludar. Empezó a repasar visualmente a aquellos muchachos que repetían el curso, al tiempo que con desdén miraba a los más de 100 novatos en un aula abarrotada, haciéndonos sentir lo difícil que nos sería pasar de curso.
El siguiente profesor fue el ingeniero M. Subió al estrado sin saludar y empezó de inmediato a escribir fórmulas en el pizarrón, y se detenía e “inclinaba la cabeza hacia el cielo de los dioses”, buscando inspiración para su increíble sapiencia, solo accesible a su privilegiada mente.
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El tercero fue un profesor extranjero. Tampoco saludó. Subió al estrado y de inmediato empezó a escribir fórmulas en la pizarra de la izquierda, y mientras seguíamos expectantes, uno de los repitientes advirtió: ¡Eso hay que copiarlo! Pero cuando empezamos a copiar ya el catedrático estaba borrando la pizarra de la izquierda y continuaba su muda exposición con tiza y borrador, lo cual marcaría el fracaso de la mayoría de los estudiantes en su obligado afán de entender aquel español exiliado.
Hace tiempo que esta sociedad debió percatarse y desenmascarar esos mitos perversos alrededor de las matemáticas.
Hay que empezar por el hogar y la escuela. A los maestros de primaria hay que seleccionarlos y mostrarles un respeto que se refleje en sus salarios. Y advertirlos sobre los mitos en torno a las matemáticas.
El mal empieza por el dudoso interés de nuestros gobernantes por el sistema educativo. Parecemos no entender que el progreso de las naciones se ha basado en la correcta formación de sus gentes en las escuelas. Nos hemos acomodado demasiado a que “todo nos viene desde allá”. Actualmente, una de nuestras industrias más rentables es la de hablar vacuencias en los medios.
Carecemos de experiencia en cuanto a esfuerzo colectivo y creativo, y nos hemos atado a los sectores primarios, a los servicios y al comercio elemental.
La mayoría de nuestras universidades apenas aporta elementos complementarios y accesorios dentro de los marcos semi-tradicionales de nuestras economías, o entrenan para que los egresados sean parte de la nómina de un Estado supernumerario.
Al nivel del hogar y la escuela, tenemos que resolver los vacíos, las carencias y los conflictos. Estas unidades claves de la formación del niño y el adolescente son víctimas y también causa del mal funcionamiento de nuestra sociedad.
Hogares y escuelas carecen del conocimiento y los recursos, pero también de inteligencia emocional, de paz espiritual, alimentación, tranquilidad y amor suficientes, sin los cuales no hay futuro (para nadie).
Estamos obligados a superar las deficiencias emocionales, de autoestima y paz mental que requiere todo estudiante ¡Y todo maestro! Y especialmente a romper todos los mitos y actitudes perversas de maestros pedantes acerca de las matemáticas, la geometría y todo lo relativo a la lógica simbólica.