En la historia del Movimiento 14 de Junio, las mujeres desempeñaron un papel fundamental, desafiando las normas de género de la época y participando activamente en actividades clandestinas para derrocar el régimen opresor trujillista. En los testimonios recogidos en el libro Las heroínas no callan, de la periodista Wendy Santana, se aprecia la determinación y el coraje que tuvo un valeroso grupo de mujeres, entre las que se destacan Tomasina Cabral, Dulce Tejada, Fe Ortega, Asela Morel y Miriam Morales, entre otras, quienes enfrentaron las cárceles trujillistas y específicamente el antro de terror que fue “La 40”, donde soportaron todo tipo de vejaciones y condiciones inhumanas.
A pesar del riesgo de tortura, encarcelamiento e incluso asesinato que existían para todo aquel o aquella que combatiera a Trujillo, estas mujeres se unieron al movimiento y formaron parte de los planes conspirativos contra el dictador dominicano. Por ejemplo, Dulce Tejada señala que en su casa “se fabricaban las bombas con las que se pretendían paralizar las entradas de los pueblos”. Cuenta esta ingeniera que estando casada y con dos hijos, “no podía dormir en mi habitación porque el olor a pólvora era muy fuerte y estaba llena de bombas”. En su relato, menciona que su esposo Luis Antonio Álvarez Pereyra (Niño) y su hermanita Argelia Tejada elaboraban los explosivos en una mesa de ingeniería, donde se colocaban los materiales y que luego, ella misma las empacaba.
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Por su parte, Fe Ortega utilizó su clínica odontológica como centro conspirativo, convirtiéndola en un verdadero laboratorio para fabricar petardos, elaborados, en parte, “con materiales para restaurar dientes”. Su hija María Esther, fue enrolada para transportar “en su mochila escolar parte de los materiales con los que se harían explosivos”. Fe Ortega agrega que llevaba en su cartera “pólvora, relojes y otros instrumentos que sirvieran de herramientas en la lucha”. En ambos casos, el propósito de estas heroínas no consistía en llevar a cabo atentados, pues los materiales explosivos consistían en artefactos de estruendo, “con los que se pretendía decirle al dictador que los dominicanos no estaban conformes con su forma unilateral de gobernar”.
Todas estas mujeres fueron detenidas en la redada que organizó en todo el país el Servicio de Inteligencia Militar -SIM- al develarse el Movimiento Clandestino en enero de 1960.
Fueron llevadas a varias cárceles, entre las que se distinguen: La 40, La Victoria, la Fortaleza Ozama, la del Kilómetro 9 de la Carretera Mella, en Santo Domingo, así como las de San Francisco de Macorís y Salcedo. La primera mujer en ser trasladada a La 40 fue Tomasina Cabral, quien fue torturada con una picana eléctrica delante de sus compañeras. Doña Sina, firme en su decisión de no ceder frente a los verdugos, señaló que cuando los guardias no pudieron someterlas, las separaron y las colocaron en celdas comunes con mujeres “de la mala vida”, las cuales, aunque las respetaban, temían acercarse a ellas, pues en ese momento, eso significaba una especie de “condena de muerte”».
Desde su perspectiva, “a nosotras las mujeres nos trataban igual que a los hombres. No nos dieron golpes, no, pero hubiese sido mejor que nos dieran un trompón, porque la humillación que pasamos fue peor. Tú sabes lo que es trancarte en una solitaria de un metro de ancho por dos metros de largo, con la ventana cerrada y con dos latas, una para defecar y otra para la comida”.
En ese orden se expresó la doctora Asela Morel, quien encontró denigrante el olor a defecación que había en la cárcel, al indicar que “las paredes estaban llenas de eso, se habían limpiado las manos y nos traían la comida en una lata y el agua en otra lata, así, y teníamos que tomarla con las manos y asearnos como pudiéramos”. Además de estas deplorables condiciones de reclusión, también soportaron torturas físicas y psicológicas, con una fortaleza admirable.
Sobre Fe Ortega, su hija contó que “la torturaron, no solo física, sino también psicológicamente. La amarraban como a Cristo, completamente desnuda delante de los hombres para que la vieran y ella se quería morir, me contó después”.
Dulce Tejada subrayó que otra de las torturas psicológicas era “que uno no tenía derecho de ir al baño y siempre estaban ahí, mirándonos. Nosotras nos poníamos como si fuéramos pantallas, cuando una tenía necesidad”.
De su lado, Wendy Santana, en su reportaje sobre Miriam Morales explicó que habiendo sido colocada en un cuarto oscuro “lleno de instrumentos de tortura, escuchando gritos de dolor de sus amigos por los golpes que les propinaban los miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), no se atemorizó. Su inteligencia fue mayor a la de los militares. Prestando firme atención a la procedencia de esos gritos se pudo dar cuenta de que el sonido no se estaba produciendo en ese momento, sino que se trataba de una grabación de anteriores escenas de torturas que le estaban poniendo en un disco “long play” para amedrentarla”. En ese sentido, Sina Cabral recordó que estando en La Victoria “el coronel Horacio Frías me dijo que me había puesto en una solitaria porque se lo habían ordenado y que el día que le dijeran que me desapareciera de este mundo lo iba a hacer… porque matar a la gente no era nada, era parte de su cotidianidad”.
Ciertamente, uno de los aspectos más notables de la participación femenina en el 1J4 fue su valentía para enfrentar las cárceles trujillistas, tal como seguiremos visualizando en la próxima entrega de esta serie, en la que abordaremos el viacrucis de las hermanas Mirabal, especialmente de Minerva y María Teresa.
Dr. Amaurys Pérez, Sociólogo e historiador UASD/PUCMM