1961: el año de la libertad
Por: Patricia Solano y Juan Miguel Pérez
Las nuevas generaciones de dominicanos y la memoria histórica. Un 24 de abril de hace unos años, en un salón de clases de una universidad del país, el profesor interpeló a sus estudiantes y les preguntó si sabían algo de la efeméride de ese día, la cual había marcado la historia dominicana.
Eran unos 40 estudiantes, de los cuales uno solo levantó la mano, y al responder expresó que el 24 de abril era la fecha en la que “los americanos habían intervenido el país para arreglarlo”. En otras palabras, 39 estudiantes no sabían lo que había pasado aquí en 1965, y el único que osó participar lo dijo con una vaga y distorsionada versión de los hechos.
Probablemente, todo aquel que esté leyendo estas líneas también contará con alguna anécdota que testimonie del desconocimiento que padece una gran parte de la juventud dominicana actual sobre lo que ha sido el pasado político de nuestro pueblo, sobre todo en lo que respecta a la historia de las gestas democráticas libradas en el país contra regímenes políticos que sometieron a la gente a diversas formas de autoritarismos.
Decíamos en una entrega anterior que la memoria histórica fue la primera víctima de la transición truncada hacia la democracia, que maniobraron sectores dominantes de la sociedad dominicana. Cuando los Trujillo salen del país en 1961, la sociedad dominicana esperaba sanciones para quienes habían impuesto el terror, la tortura, el asesinato como violencia de Estado a la población. Pero eso no ocurrió.
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En muchos casos no solo no hubo justicia, sino que las injusticias del ayer se reprodujeron de diferentes maneras: desde el asalto a las arcas públicas, hasta con golpes y crímenes de Estado perpetrados por sectores privilegiados a los que no les interesaba la democratización del país. Y claro, promover en el seno de la nación los ejemplos de dignidad, probidad y justicia social del pasado, no eran del interés de los sectores conservadores gobernantes.
Fue así que por largos años se produjeron políticas públicas, sobre todo en el campo de la educación, que ignoraron la historia del país, o la contaron en versiones interesadas. Nos volvieron una nación amnésica, sin referentes del pasado, con apenas unos cuantos mitos de nuestra historia, que distorsionaban nuestros orígenes, composición social y procesos de formación.
La memoria histórica es un instrumento estratégico vital para la constitución de una conciencia democrática común en las actuales generaciones. De la forja de esa conciencia dependerá la actitud de los dominicanos de hoy y del futuro ante las injusticias que pudieran vivir.
El pueblo dominicano ha sido protagonista de páginas extraordinarias de su historia. Lo hizo en 1961 al echar a los Trujillo del poder. Lo hizo en 1984 contra las injusticias sociales y económicas, y también en el 2020 tomó las calles y produjo el fin de un ciclo político.
Es importante que para fortalecer el músculo cívico de esas generaciones, los jóvenes dominicanos se sepan continuadores de una tradición prestigiosa de lucha, que fomentaría la participación popular de la juventud contra toda forma de uso autoritario del poder que no vaya en favor del bien común.
La memoria histórica fue la primera víctima de la transición truncada hacia la democracia, que maniobraron sectores dominantes de la sociedad.