De acuerdo con Juan Martín Pérez García[1], las poblaciones callejeras son grupos humanos que como resultado de la exclusión histórica en la que viven, han encontrado en las calles una alternativa de sobrevivencia. Se componen de niños, niñas, jóvenes, mujeres, familias, adultos y ancianos de diverso origen social y cultural que comparten conocimientos, redes sociales y el espacio público.
Su existencia no está presente sólo en países con bajos niveles de desarrollo e inequidad en la distribución de la riqueza (Butrón: 1995:11)[2]. La idea común haría pensar que sólo están presentes en las grandes ciudades latinoamericanas o africanas; sin embargo, esta realidad también está en Europa, Norteamérica y Asia. Por ello la categoría “poblaciones callejeras” nos ayuda a entender que la vida en la calle no se reduce sólo a la pobreza económica, sino que se conjuga con otros elementos culturales, ambientales, educativos y políticos.
En las últimas décadas del siglo pasado, el fenómeno de personas sobreviviendo en las calles se ha convertido en global y masivo. Según datos de UNICEF (2012:1), todos los años la población urbana mundial aumenta alrededor de 60 millones de personas y, según el Banco Mundial (2010), mil 200 millones de personas alrededor del mundo viven con menos de 1.25 dólares al día (16.27 pesos mexicanos), de los cuales 44 millones viven bajo la línea de la pobreza. Vinculado a esto, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD: 2010)[3] reveló que desde el 2010 el número de “indigentes” a nivel mundial crece en 25 millones cada año, lo cual representa la mitad de la población que vive por debajo de la línea de la pobreza en el mundo. Para este organismo internacional, este incremento se debe al aumento de la riqueza y la pobreza de manera paralela e inequitativa y las marcadas brechas sociales entre ricos y pobres.
En la década de los 90s, varios economistas y pensadores sociales conflictuados por estas diferencias de clase, problematizaron el paradigma de desarrollo humano y reconocieron la necesidad de construir un modelo de desarrollo alternativo que contemplara la calidad de vida de las personas independientemente del crecimiento económico nacional. Así surgió un concepto más amplio de desarrollo humano y se focalizó en procesos de ampliación de las opciones de las personas y mejora de las capacidades humanas. (PNUD: 2010)[4]
Con este nuevo enfoque, la calidad de vida de los individuos se mide a través de indicadores clave: los años de vida de una persona, el acceso a la salud, a la educación y un nivel adecuado de participación social en su comunidad y en los temas que les afectan. Desde esta perspectiva, las políticas públicas que impulsan el crecimiento económico serían una vía para romper con las desigualdades sociales y buscar la igualdad económica, la sostenibilidad financiera, social y ambiental de todas las personas que viven en un territorio.
Sin embargo, las poblaciones callejeras tienen altos niveles de invisibilidad y exclusión social que impiden observar y medir en ellas el crecimiento económico de los países donde sobreviven. Este grupo humano generalmente carece de ‘existencia legal’, estadística y presupuestal, lo que les impide el ejercicio total de sus derechos humanos. En ocasiones, para protegerse de la discriminación y violencia social en la que viven ellos mismos buscan estar ocultos (Pérez García: 2009)[5].
Desde mi punto de vista, el progreso de un país y concretamente el índice de desarrollo humano de una nación, debe medirse a partir de las personas que se encuentran en los niveles más bajos de la estratificación social, pues su análisis nos brinda información acerca de las barreras políticas, económicas y sociales (heredadas por la condición de clase, el origen étnico y color de piel) que desafían a los Estados para implementar políticas públicas que realmente mejoren las condiciones de vida de sus ciudadanos y ciudadanas. Los promedios nacionales o regionales generalmente ocultan el trato desigual hacia ciudadanas y ciudadanos, pero más grave aún tienden a invisibilizar a millones de personas en el mundo.
[1] Psicólogo mexicano que desarrolló en el 2003 la categoría de análisis “poblaciones callejeras”, junto con “cultura callejera y “discriminación tutelar” y colocó como centro de debate los derechos humanos de las personas que sobreviven en las calles. Estas categorías ha logrado un alto nivel de incidencia en la Ciudad de México, donde se ha desarrollado un Programa de Derechos Humanos para esta población.
[2] BUTRÓN, K. M. (1995) “Street girls and substance use”, WorldHealth, N° 4, July-August. pp. 10-11.
[3]PNUD (2008) «Empoderadas e Iguales. Estrategia de Igualdad de Género 2008-2011» Nueva York: Programa de Las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD. pág.76
[4] PNUD (2010). Orígenes del Enfoque de Desarrollo Humano. Disponible en http://hdr.undp.org/es/desarrollohumano/origenes/
[5] Pérez García, Juan Martín (2009) La infancia callejera: paradigma de la discriminación tutelar, en Liebel y Martínez Infancia y Derechos Humanos, Hacia una ciudadanía participante y protagónica, IFEJANT, Perú.