Las preguntas por el arte, de la mímesis al arte de nuestros días

Las preguntas por el arte, de la mímesis al arte de nuestros días

Era diciembre y la ciudad había alcanzado su mejor definición. El aire, liviano y fresco, se sentía en la cara de los niños como un dejo de paz. Sin ruidos, todos parecía que se habían marchado a una playa lejana. Pedro Mir me recibió en el portal de su modesta casa de la calle Josefa Perdomo. Habíamos acordado unos días antes que hablaríamos sobre su vida y su obra. Por supuesto, le haría algunas preguntas sobre el estudio que había sido su pasión: la Estética. Se dice que había muerto. Y desde las nuevas teorías del giro lingüístico, parecían borrar siglos de razonamiento sobre el arte.

Mir estaba, más que adolorido por la muerte y la futilidad que se alzaba en el horizonte, como un legionario romano. Listo para la defensa de la plaza. Como un asunto límite que se encuentra entre la vida y la muerte. Ha muerto la estética proclamaban los nuevos teóricos. Mir recorrió el mundo griego en una cantidad asombrosa de tiempo. Sentado en la modesta salita de su casa, entre cuadros de pintores que lo elevaron a la categoría del poeta inmortal, gesticulaba, mientras su voz, que rememoraba siempre a su excelsa poesía, parecía escribirle una oda a la creación, a la poiesis, al arte mismo.

Enfatizó que los griegos no definieron el arte; que la fundación de la Estética se la debemos a Baumgarten; me contó la historia de unos arqueólogos en el descubrimiento de la ciudad de Pompeya; del origen de la reflexión en un libro que la trata dentro de la poesía. Ligó su práctica poética al mundo de las artes visuales. Y nadó de nuevo en las procelosas aguas de la Estética para encontrar el caballo de coral de la «quidditas» del arte mismo.

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Por un momento pensé en la mimesis platónica. Pensé en que la primera pregunta sobre el arte debía ser la que nos llevará a la representación. Un hijo de los sesenta debe pensar en lo que el arte nos representa, en lo que nos dice (teoría de la comunicación); pensar en su función social, que lo acerca más al arte comprometido de una época que tenía una agenda pendiente, que le afloraba un heroísmo inusitado; en la medida en que el romanticismo parecía terminar su largo periplo en el que fundó el sujeto, la mirada, el individuo, las perspectivas sociales, el relativismo; en que fue más fuerte el dogmatismo y las creencias en un futuro promisorio.

Mir tenía una profunda conciencia del fracaso de las ideas. De que caminaba entre héroes y tumbas. Sin embargo, esto no le llevaba a dar por finalizada la Estética como disciplina que estudia el arte. Platón en su deseo de buscar la verdad y alejarse del marco común de su época, puso la reflexión sobre el arte en la imitación de la naturaleza. Con él se simboliza la idea de un mundo equilibrado, dominado por ideas inmutables y trascendentes. De ahí el ejemplo de la primera cama, hasta la segunda cama del artesano que imita lo natural sin degradarlo, como dice hacen los poetas, a quienes saca de su República.

Si bien nos queda de Platón el cómo se hace el arte y la relación del arte con la naturaleza como paradigma de la verdad, la idea del arte como un ser superior llamado demiurgo al que el artesano termina imitando en una actividad verdadera y útil, por lo menos para representar el mundo verdadero contra sus falsarios. Mir me aclara que lo fundamental de la Estética es definir lo que es el arte (Mir, Apertura a la Estética). Pensé en la Edad Media en la quididad, en buscar del origen de las cosas en ciertas lecturas de Santo Tomás, que habla por boca de ángeles. La incólume estética, cual los pilares hermosos de la ciudad de Pompeya, estaba ahí inamovible; soportando el paso de los tiempos, las pretensiones de los hombres, sus luchas, sus cuitas. Atrás quedaba en el ángulo oscuro el arpa de Bécquer. La estética es, para Mir, el espacio donde se debatía el arte.

Quise emplazar en la conversación otras preguntas. El maestro con su amorosa manera de disentir colocó cada cosa en su lugar: una pregunta debe estar referida a un dominio específico; debe haber pregunta para la teoría del arte, para la historia del arte, para su sociología, para su crítica; pero estas preguntas deberían caer en el mar tempestuoso de la filosofía del arte. Entonces, ¿Cuál es la pregunta cardinal a partir de la cual debemos enrumbarnos, como polizones del siglo, a buscar la verdad del arte? Es la siguiente: ¿Qué es el arte? Dar a ella una respuesta que la modernidad establece como verdad, pero que los vanguardistas, sobre todo los anarquistas del Café Voltaire de Zúrich, llevaron a problematizar hasta nuestros días. Entonces se ha vuelto todo un pandemonio (Mir, “Fundamentos de la teoría del arte”).

Pero las ideas escatológicas de los revoltosos, de la pandilla de Dadá, era un cuestionamiento a la historia del arte, a la idea del arte como representación del mundo, pero no cambiaba la pregunta inicial. Leyendo a Arthur Danto (2018), tiempo después encuentro la pregunta del arte que, con tanto énfasis y dejando escuchar su hermosa dicción poética, que era capaz de sacar de sus lechos marinos las carabelas y hundir los acorazados coloniales, con sus marineros de nudosos pañuelos, repito su dicción que encantaba las orquestas de cuerdas en los ateneos, el poeta proclamará a capa y espada. Reconfigurada la pregunta era la misma: ¿Qué hace que un objeto sea una obra de arte? Si podemos definir lo que el objeto artístico es, entonces podríamos decir cuál es el arte verdadero. Pero la idea de arte verdadero no funciona en un posmoderno como Danto. Es mejor encontrarla en Gadamer.

Para un narrativista como Danto, el arte no es simplemente el objeto artístico, ni es su verdad lo que nos debe preocupar; porque la posmodernidad es el reino del nihilismo y del relativismo. O, mejor dicho, con José Ortega y Gasset, está su mundo dominado por el perspectivismo. Poco importa la trascendencia, la primera o la segunda cama de Platón y la naturaleza ha dejado hace mucho tiempo de ser paradigma para ser la víctima de la modernidad. El hombre moderno se impone sobre su propia naturaleza (Rousseau).

Para Danto, desde el giro lingüístico, el arte es su historia, la historia de sus artistas, de Vasari a Monet y de este a Jackson Pollock. El arte es la técnica de los artistas, es decir su buril, su impronta romántica, su grito frente al mundo. Danto, como bien lo ha explicado Tiziana Andina, es un heredero de Hegel (T. Andina, “Filosofia dell’ arte”, 2012

Cansados ya, luego de varias horas de charla, los ojos pequeños y vidriados de Mir miran el rincón penumbroso de su modesta salita. Parece buscar el arpa de Bécquer. Yo hago mis últimos apuntes. Recojo algunas ideas y siento que hay mucho que aprender. La pasión de Mir por la Estética ha destruido todas mis ideas, más propias de la teoría del arte o de la sociología. Él se queda en sus aguas, pero busca en los símbolos, en la comunicación, razones para defender la Estética que, como la física newtoniana, parecía incólume a las mudanzas de los siglos.

(continuará).