Por Marjorie Félix
¿Quién fue primero, la gallina o el huevo? ¿Te sorprendiste alguna vez razonando sobre la lógica de la respuesta a esta pregunta? Yo sí, pero por suerte en la era de la comunicación y la información tienes la respuesta al alcance de un clic.
Ojalá el dilema de la vida humana tuviera una forma de explicación tan poco problemática como esta. Pero, la profundidad del ser no se conforma con la sola ciencia, aunque tampoco lo hace con la sola religión. Los humanos hemos desarrollado sistemas de creencias que son importantes para nuestro crecimiento y que, al modo de ver de Ortega y Gasset, forman parte de la base de la vida. En él se vive, se mueve y se es.
Lo que se hace complicado es la interacción entre religión y ciencia, vía el sistema de creencias que cada uno tiene. Por ejemplo, durante mucho tiempo se creía que el acercamiento a la ciencia alejaba de Dios, por lo que científicos y religiosos estaban opuestos. Sin embargo, muchos a través del tiempo, se han encargado de esclarecer lo natural e importante de esa relación, entre ellos el Papa Francisco.
Durante un discurso ante la Academia de las Ciencias Pontífices del Vaticano, el Papa resolvió uno de los más polémicos debates de todos los tiempos, asegurando que tanto el Big Bang como la teoría de la evolución, son posibles por la intervención de Dios. Es decir, que según su planteamiento, todos los actores envueltos en en la discusión, siempre han estado bien.
Pero, a sociedades más complejas, mayores problemas. Hay quienes aún no hemos superado otros dilemas que van hacia los extremos de la ciencia, la fe, el derecho y la razón, como el de la inviolabilidad de la vida.
Los dilemas requieren de cuestionamientos: ¿Qué es la vida? ¿De dónde procede? ¿Qué hubo antes del primer humano? ¿Qué fue antes de la evolución? ¿Qué hubo antes de la nada? ¿Existe una gobernanza de la vida?
Desde la prehistoria, a miles de años de nuestra existencia, la interrupción del embarazo estaba contenida en las literaturas griegas, romanas y chinas, porque no se consideraba que un feto fuera un ser con alma. No era posible penalizar lo que no se creía una práctica de castigo. Más bien, pensadores como Aristóteles apoyaban el método del aborto dentro de sus ideas sobre la natalidad en las familias.
La sacralidad de la vida se origina con la expansión del cristianismo, las ideas de Santo Tomás de Aquino y el Papa Sixto V, en el año 1588, que dictaminó que la vida fetal es sagrada durante todo su periodo de gestación.
Indudablemente es sagrada la vida. Es santa la vida. Creo que todo el mundo, excepto los antisociales entienden el criterio. La santidad viene de la condición de la inviolabilidad que implica, por un lado, el respeto de los demás a no ser dañada; y por el otro, obliga a su titular a conservarla, por encima de sus intereses o voluntad en un momento determinado.
Hasta ese momento todo el mundo pareciera entender y apoyar la postura cristiana. Donde se pierde la armonía de criterios es cuando dicha inviolabilidad, contenida en el sistema de creencias religiosas, obliga a la defensa a ultranza de la vida, aún en casos de sufrimiento extremo o de atrocidades que pudieron originarla. Algunas de esas son las contenidas en las tres causales, debatidas hoy en el Congreso de la República Dominicana.
En todo el mundo ha prevalecido una posición distinta a la cristiana, en cuanto al límite de la inviolabilidad de la vida. Así desde la Suiza Federal de 1916 y la Unión Soviética en 1920, se legalizó el aborto institucional. Y en la década de los 80, en los Estados Unidos empieza un debate nacional que perduró hasta el 1992, y en el que se consultó a la población mediante encuesta de opinión, bastante cerrada, que terminó en legalización del aborto.
De acuerdo con el Centro para los Derechos Reproductivos y la Organización Mundial de la Salud (OMS), solo 17 países del mundo penalizan el aborto bajo cualquier circunstancia. Entre esos, seis son latinoamericanos y caribeños, incluida la República Dominicana. Están El Salvador, Honduras, Nicaragua, Jamaica y Haití. De otras regiones están Surinam, Egipto, Mauritania, Senegal, Sierra Leona, El Congo, Angola, Iraq, Madagascar, Laos y Filipinas.
El punto de quiebre en el consenso universal sobre el tema, no es más que el propio fundamento de la vida. Una vida inexplicable en sus orígenes, desconocida en su dominio y en la propia extensión.
En defensa de la vida se pierden muchas vidas. Una vida que es santa y sacra, que debería defenderse del daño de los demás y de la propia voluntad, por el sistema de creencias políticas, religiosas y sociales, además del desconocimiento del dilema de su fundamento, suele ser condenada tanto por la ley que castiga la práctica abortiva, como por aquella que lo legaliza.
El dilema de la vida, requiere más coherencia, diálogo y consenso entre los sectores opuestos, enquistados en sus posturas extremistas, cada uno, y testarudos en defender sus razones. Mientras tanto, en la sociedad convertida en pasarela pública, miramos el terrible pulso que pretende conquistar la razón en un tema desgarrador. La puja entre quien se impone y quien no.
Ojalá el dilema de la vida, fuera como el del huevo y la gallina, pero no lo es… ¿O sí?