En la sala Ravelo tuvimos la oportunidad de disfrutar de esta interesante obra dirigida por Elvira Taveras, y las actuaciones de Yanela Hernández y Xiomara Rodríguez, en una producción de Raúl Méndez.
Lo que más atrae y a la vez desconcierta es la palabra “ateas”, en el título de la pieza teatral; definitivamente la autora cuestiona los estereotipos, específicamente los que se le han asignado a la mujer, desde tiempos inmemoriales. El texto espléndido utiliza el juego de palabras, las ironías, las alusiones de doble sentido, mecanismos expuestos a través del humor.
El argumento nos presenta la vida de dos mujeres, entrañables amigas, cuyas vidas han tomado caminos diferentes, con visiones contrastantes sobre la vida, la sexualidad y el matrimonio, lo que las ha distanciado, pero la amistad prevalece, acudiendo una a la otra, en busca de ayuda. “Julia” es la esposa sumisa, conservadora, adaptada a los convencionalismos, con 30 años de casada ignora su propia sexualidad. “Marisó” es la gran paradoja. Es una monja liberal, rompedora de esquemas, lucha por el amor y la libertad sobre todo convencionalismo. Julia acude a ella, su matrimonio está en crisis, su marido le ha pedido el divorcio, algo que ella no puede asimilar.
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La directora Elvira Taveras ha encontrado la partitura escénica más apropiada para la puesta en escena, parte verdadera y específicamente teatral, y escoge con verdadero acierto a dos actrices, Yanela Hernández y Xiomara Rodríguez. Uno de los mecanismos que emplea la directora es el rompimiento continuo de la cuarta pared, sin que se pierda la verosimilitud de la ficción, logrando con este acercamiento la interrelación con un público que definitivamente responde, integrándose al juego teatral.
Yanela Herández es “Julia”, quien hace su entrada desde las puertas de la sala y recorre la platea deteniéndose para hacer preguntas a los espectadores, luego en escena se entrega en melancólicos soliloquios. De la misma manera aparece “Marisó” -Xiomara Rodríguez- hasta su encuentro con “Julia”. La interacción de ambas genera diálogos ingeniosos, llenos de picardía y humor con expresiones localistas, que nos van mostrando la personalidad de cada una y el abismo que las separa en cuanto a la actitud y percepción de la vida, de la sociedad y lo que finalmente las une, el amor fraterno.
Yanela Hernández, en una de sus actuaciones más logradas, pasa del humor catártico provocando la risa o la sonrisa en el público, a momentos dramáticos en los que evoca situaciones vividas, proyecta la perfecta imagen de la temerosa y desinformada Julia. Xiomara Rodríguez es una actriz cómica por excelencia o comediante, con recursos ilimitados de expresión corporal y facial, y desprovista del hábito encarna a la monja que cuestiona dogmas, es una creyente, pero libre pensadora, si acaso es posible, defensora de la mujer y su libertad.
La obra se desarrolla sin intermedio, Elvira Taveras impregna un ritmo sostenido a la acción, con pequeños climax, la interacción con el público es una constante que aporta. El final es conmovedor, la amistad prevalece, “Julia” con la ayuda de “Marisó”, se descubre, su vida cobra una nueva perspectiva, las actrices logran un momento estelar. El espacio escénico minimalista creado por Jesús Zapata, solo un banco y la proyección de una imagen que nos sitúa en el parque Duarte de nuestra Ciudad Colonial, le da a la obra un ambiente localista, pero la historia no tiene fronteras.
El público que llenó el aforo de la sala, mayormente de mujeres, disfrutó de una obra entretenida y a la vez reflexiva, lo que manifestó con calurosos aplausos, y para sorpresa, la autora de la obra se encontraba allí y recibió un merecido reconocimiento. Si quiere disfrutar del buen teatro, asista a las próximas presentaciones de “Las Vaginas son Ateas”.