Lecciones desaprovechadas por el “cambio”. Desaprovechamos lecciones recientes y remotas, legadas por acontecimientos. Apenas controlamos pandemia expandida por imprevisiones higiénicas y aglomeraciones, desbordamos triunfalismos, abandonando precauciones que nunca debimos ignorar.
En sus libros “Pilares de la Tierra”, Ken Follett, escritor de novelas históricas, narra como durante la peste negra que azotó a Eurasia durante siglo XIV recurríase a aislamientos y mascarillas para evitar contagios. Juan Vicente Gómez, dictador venezolano del siglo XX, protegía sus manos de “bichos”, utilizando guantes.
La interacción causa–efecto entre pandemias y guerras no constituye novedad. La peste negra detonó en la guerra de los cien años entre Francia e Inglaterra. La gripe española empalmó con la primera guerra mundial.
Nadie debería sorprenderse que antes o después del COVID-19 observemos conflictos bélicos. Mucho menos tomarlo como excusas para justificar acciones y omisiones contrarias al buen gobierno. Ni victimizarse argumentando “mala suerte” de lo sabido y conocido. Las recientes experiencias bélicas y pandémicas debieron precipitar cambios de políticas, no solo de políticos.
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Debieron cambiar administración presupuestaria para evitar déficits conducentes a endeudamientos en un mundo sobre endeudado bajo amenazas de guerra; generar excedentes para invertir en economías autosuficientes y sociedades menos aglomeradas; volcar recursos a una agropecuaria rezagada para producir alimentos nacionales que mitiguen inflación importada, evitando, además migraciones causantes de asentamientos donde resulta imposible no vivir aglomerados; reordenar asentamientos urbanos para lograr proximidad de servicios y trabajo con residencias, reduciendo transportación.
Pero no cambiamos. Seguimos observando políticas anteriores: gastando sobre lo recaudado en burocracia, subsidios e intereses; dependiendo de endeudamientos para financiar déficits internos y externos con financiamiento internacional cada vez mas costosos que consumen recursos del erario destinables a servicios; y con financiamiento doméstico cuyos intereses elevados para contener inflación, encarecen producción.
Seguimos pregonando anuncios sobre inversiones en transporte endosando irracionalidades del ordenamiento urbano y en millonarios proyectos industriales y turísticos; contrastando con frustraciones ante pequeños proyectos demandados como agua para higienizarse.
Inflación, irracionalidades y frustraciones, que acicatean agendas protestatarias y desestabilizadoras, que si prosperaran dejarían amargas lecciones al CAMBIO.