Sí, me atreveré a contarles. Nací en tiempos del ferrocarril que iba de Sánchez a La Vega y de vuelta a Sánchez, en el año 26 del siglo veinte. Y el pueblito se llamaba Pimentel.
Éramos una familia cristiana, católicos de misa dominical, el Rosario y otras devociones. Y mi papá y mi mamá hacían muchos favores. En Pimentel vivía mucha gente pobre.
Yo no recuerdo quién me habló primero de mi Ángel de la Guarda. Pienso que pudo ser mi mamá. Lo de la fe es un regalo de Dios, es más reciente, y realmente no recuerdo su origen en mi vida.
Las lecturas de El Evangelio y otras partes de la Biblia son asuntos más recientes. Y más reciente que todo lo anterior son algunos programas en You Tube (en la computadora) que mucho me han enseñado. Las historias y noticias de la Madre Teresa de Calcuta y el padre Maximiliano Kolbe, de donde arranca lo que entendemos por compasión. Y ya me han enseñado que esto, tu compasión, es todo cuanto podrás llevarte en tu último viaje.
Puede leer: Una entrevista al hijo del coronel Caamaño
Sobre mi creencia en mi Ángel de la Guarda les recuerdo que pasé tres meses preso en la vieja cárcel de La Vega, sin ninguna novedad. Bien es cierto que eso ocurrió al final de aquellos días del «Interludio». Si quiere pregunte a Bernardo Vega.
Algún cubano que ya no es muy joven podrá hablarle de La Recogida de Gusanos, en los Días de Girón, la Brigada 2506, y la confusión o traición del presidente Kennedy a la causa cubana. Bueno pues, mi Ángel de la Guarda y yo pasamos dos meses presos en la vieja cárcel militar de La Cabaña, sin más novedad que una carne de raro sabor que decían era de oso y muy pocos la comían, entre ellos yo.
Sí, tengo que recordarles que yo me exilié en Cuba en el 1950 en los últimos meses del presidente Prio Socarrás.
Tengo algo que contarles luego sobre un incidente con la Policía de Batista. Sí, luego.
Bueno, tengo que confesar también que no siempre mi conducta correspondió con lo aprendido en los medios que ya he señalado. Y en algunos otros que aquí no he mencionado y que también contribuyeron a la formación de mis criterios. Uno de ellos, mis años como interno del colegio del Padre Fantino en El Santo Cerro. Y tengo que lamentarme a diario que ese tiempo de incumplimiento de las Leyes de Moisés, aunque ya las conocía, fue muy largo.
Lamentablemente muy largo. Y esto lo digo hoy por los amargos recuerdos que me han dejado. Por suerte, creo haber entendido bien lo que San Agustín menciona como Conversión, para curar las llagas que ha dejado el pasado pecaminoso. Es decir, un cambio de conducta. Un notable cambio de conducta.
En esta vía, Dios cuide mis pasos hasta el final.
Un abrazo,