Los cambios que se esperaban para el siglo XXI eran principalmente las innovaciones que traería el desarrollo de las tecnologías y las comunicaciones que desde el final del siglo diecinueve empezaron a masificarse globalmente hasta llegar a los teléfonos inteligentes y la interconectividad mundial y regional de países y personas.
Los celulares inteligentes poseen múltiples funciones que los usuarios conocedores de sus potencialidades utilizan para resolver asuntos laborales y de su cotidianidad y, sobre todo, para opinar, comentar, denunciar, vender y promover ideas. Sin embargo, en vez de facilitar la armonía dificultan la comprensión y el entendimiento entre las personas.
Dice el Génesis que Nimrod, tirano bisnieto de Noé, ordenó a los súbditos construir una torre para llegar al cielo y que Dios decidió confundirlos impidiendo su entendimiento. Al no entenderse tuvieron problemas y la hicieron con tantos defectos que no sirvió.
El imperio de las telecomunicaciones y la ciencia ha convertido el mundo en la Torre de Babel descrita en la Biblia, como resultado de la disrupción entre la gente que la construía.
La maldición de Babel que obnubiló los constructores, continúa expresándose en la política hoy: lo retrógrado se impone a lo innovador, lo injusto a lo justo, la inequidad a lo equitativo y cuantas más herramientas hay para comunicarse menos se entiende la gente.
Nexcy D’León