El conflicto en torno a los caudales del río Dajabón o Masacre ha servido para exhibir la bravuconería, la altisonancia y la cerrazón que solo interesan a quienes estimulan el odio para sus propios fines y azuzan confrontaciones para desviar la atención de sus crisis internas o apoyos con posiciones que no contribuyen a la necesaria solución de los graves y urgentes problemas ambientales, económicos, sociales y políticos en ambas naciones.
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Es una cuenca degradada en ambos lados de la frontera en la que se combina una disminución progresiva de sus caudales con un crecimiento continuo de su demanda para acueductos, riego, industrias, actividades lúdicas y sostenimiento de los frágiles procesos ecológicos de Laguna Saladilla, los humedales costeros y los manglares de cada país. Las aguas transfronterizas obligan a ejercer una diplomacia que asuma compromisos, valore los aportes y norme los aprovechamientos. Artibonito, Libón, Macasías, Pedernales y Masacre son parte del aporte dominicano a Haití que requiere responsabilidades financieras reales de parte de los organismos multilaterales de cooperación y de los países que tienen una deuda histórica con este país por haber sido corresponsables de su degradación y pobreza a través del saqueo de sus recursos, la imposición de condiciones onerosas para su independencia y el apoyo abierto a las sangrientas dictaduras que lo han gobernado. Ni el canal haitiano ni las bombas de La Vigía solucionarán el problema: urge restaurar las cuencas, regular los caudales en altura, disminuir la demanda eficientizando el riego, asignar volúmenes bajo acuerdo y no hacer caso a los promotores del odio.