Les recuerdo a Iñigo, filósofo

Les recuerdo a Iñigo, filósofo

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
 En su asombroso ensayo “Propinquity of Self”, que podría traducirse como “Cercanía del Propio Ser”, el científico y filósofo escocés Íñigo Montoya (descendiente del agustino español Luis de Montoya, autor de varias obras de índole ascética) plantea la inaudita tesis del carácter involutivo de la espiritualidad.

 Montoya, pese a sus raíces hispánicas (su madre es de Ávila), renunció al castellano en su juventud, arguyendo la inutilidad de esta lengua para plantear o solucionar complejas cuestiones de física y astronomía. Según él, sólo el inglés sirve actualmente para llegar hasta los más elevados planos de la ciencia.

Al español, lo considera más propio para comunicar sentimientos o mentiras, para entrenar a la servidumbre doméstica y para la poesía. Resulta, pues, un misterio que haya escogido al inglés para su primera obra popular, en la cual explora territorios fronterizos de la religión, la moral, la sexualidad humana y la ubicuidad del sentimiento filial ante lo divino, fenómeno común a casi todas las razas, regiones y épocas.

 Nuestro filósofo dedica buena parte de las 645 páginas de su ensayo “Propinquity of Self” a estudiar lo que él denomina “carácter involutivo de la espiritualidad”. Según Montoya, los indios de las tribus Shoshone, en el suroeste de los Estados Unidos; los pocos sobrevivientes de los Caribes, escondidos entre los montes de la isla de Dominica; los aborígenes australianos, y algunos pocos monaguillos letones, comparten, inadvertidamente, el secreto de la felicidad. Ser feliz, explica el polígrafo anglófilo, puede resultar únicamente de dos causas.

 La primera es química. Montoya asegura que ciertos compuestos orgánicos poseen sustancias denominadas “ausitos”, las cuáles resulta imposible aislar debido a su carácter transitivo (un concepto derivado, increíblemente, de la gramática castellana). Los ausitos ocurren de manera natural, pero no son estables, sino que su existencia depende de la relación entre las cargas eléctricas de las moléculas que componen la masa en la cual se forman las condiciones para que estén presentes los ausitos. La ciencia todavía no ha logrado aislar ni reproducir en un laboratorio a los ausitos, pero la comunidad científica acepta que existen luego de que Montoya explicara los detalles, durante una cátedra magistral ante la facultad de física del Massachussetts Institute of Technology, al norte de Boston, en Cambridge, a orillas del río Charles. Pese a las elaboradas fórmulas y complicados apotegmas, todo naturalmente en un inglés admirable y prístino, Montoya se lamenta de que, aparentemente, sólo el azar determina cuáles individuos pueden beneficiarse del efecto de los ausitos. Ahora se investigan los rasgos comunes de los Shoshones, los caribes, los aborígenes australianos y los monaguillos letones, pero existe la grave sospecha de que no exista ninguno, salvo la casualidad.

 La segunda causa comprobada de la felicidad, según Montoya, es espiritual. Y es aquí que nuestro filósofo se explaya refiriéndose al “carácter involutivo”, basándose tanto en la biología y Darwin como en la filosofía y el jesuíta Pedro Teilhard de Chardin. Pero no puedo resumirlo ahora, pues es muy denso y casi acabo. Les ofrezco el dudoso sucedáneo de unos versos, que Montoya no se atrevió a citar, pero que debieron bailar en su conciencia, o al menos en su memoria, al producir su monumental ensayo:

“Más triunfos, más coronas dio al prudente/ Que supo retirarse, la fortuna,/ Que al que esperó obstinada y locamente.”

 Íñigo Montoya, tan escocés como el agua de vida, seguramente leyó de niño la “Epístola Moral a Fabio”, anónima perla de la lírica castellana, de donde proceden los tres versos.

 Al final de la prodigiosa obra, una severa advertencia, sin dudas redactada por abogados con oficinas en Nueva York, Londres y Sidney, prohíbe comentar el ensayo “Propinquity of Self” en cualquiera lengua que no sea el inglés, bajo el alegato de que las ideas de Montoya se desfiguran, merman su eficacia y pueden hasta concitar tragedias si son vertidas en idiomas bárbaros.

 Líbrenos Dios de las consecuencias de esta crónica.

j.baez@codetel.net.do

Publicaciones Relacionadas

Más leídas