“El comercio está muerto. La situación aquí es difícil, y aunque apoyamos al Presidente, ya que su decisión es la correcta, creo que hay que buscar una solución conjunta a esta situación ya que se perjudican ambos países”. Las palabras de César Espinosa, propietario de un almacén de provisiones, reflejan la preocupación que reinaba en Dajabón la víspera de cumplirse el ultimátum del gobierno a las autoridades haitianas para que detengan la construcción de un canal para desviar el cauce del río Masacre.
Esa preocupación se justifica sobradamente porque al cumplirse hoy el plazo fatal, sin que desde Haití haya llegado una sola señal que indique que se detendrán los trabajos que se realizan en el río que sirve de frontera natural entre ambos países, al gobierno no le queda otra salida que disponer su cierre “por aire, mar y tierra”.
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Se dice rápido y fácil y hasta es probable que desde la ceguera del antihaitianismo se aplauda y celebre una decisión tan extrema, que si bien perjudicará en mayor medida a los haitianos, que adquieren gran parte de sus alimentos en República Dominicana, tendrá un impacto económico importante de este lado de la frontera ya que el mercado haitiano es el segundo en importancia para nuestras exportaciones.
Eso significa, para los que todavía no se han dado cuenta, que a partir de hoy empieza una nueva forma de relacionarnos con Haití en la que ojalá pueda imperar la prudencia y la sensatez, peligrosamente ausentes en nuestros vecinos, lo que nos obliga a calcular muy bien cada uno de nuestros pasos.
Sobre todo porque, a estas alturas, resulta más que evidente que el propósito de quienes realizan esos trabajos en el Masacre es provocar un conflicto entre ambas naciones. Y como en un pleito con los haitianos los dominicanos seremos siempre los malos de la película a los ojos de la prejuiciada comunidad internacional, hay que evitar a toda costa que algo así ocurra si queremos seguir creciendo y progresando en paz.