En la historia de la literatura dominicana existe un capítulo poco explorado. Es el corpus de obras escritas por asesinos o personajes acusados vox populi de realizar homicidios políticos.
Este subgénero de la memoria y de la literatura testimonial ha venido a aparecer con mayor insistencia luego de la caída de Rafael L. Trujillo.
Su discurso es generalmente exculpatorio y busca justificar las acciones de individuos que la psicología podría calificar, en algunos casos, como psicópatas.
El relato más frecuente es el de Johnny Abbes García, un militar dedicado a la inteligencia bajo el régimen de Trujillo, quien lleva ya dos libros de memorias sin que sepamos hoy en día, a ciencia cierta, si está vivo o deambula como un fantasma por las calles de Nueva York, como dice Tony Raful en “Johnny Abbes, ¡vivo, suelto y sin expediente!” (2019).
Las obras de este tipo son muy variadas, me refiero a la trilogía de Alicinio Peña Rivera, “Historia oculta de un dictador” (1977), “Trujillo, la herencia de un caudillo” (1978) y “Los cadáveres salen a flote” (1978). Véase Giovanni Di Pietro “Escritos varios (1988-2008)”, pp. 51-56; a aquellas siguen “Yo, Ranfis Trujillo” (2018) de José León Estévez, las memorias de Carlos Eversz publicadas por Gabriel Canesa, “Trujillo anatomía de dictador”, de Arturo Espaillat (Navajita), entre otras.
Esta novela de Tony Raful es un libro de memoria escrito por un investigador de la historia. Podríamos decir que es un subgénero del modo narrativo que toca la historia contemporánea. Muy usado por los periodistas o por los historiadores que buscan tratar un tema histórico o un tema de cierta actualidad en el que expresan ciertas verdades, pero que usan el arte de novelar, por la libertad que les da para llenar las opacidades que toda investigación posee.
De ahí que las memorias de Johnny Abbes sean una ‘fábula’ (Tomashevsky) en la que la prueba está ausente y debemos creer en sus afirmaciones.
Es un tipo de relato homodiegético en el que el narrador es el personaje, pero no es el autor. En él aparecen dos discursos, el del narrador-personaje y el del autor, pero ambos son manipulados por el autor, que solapa el discurso del narrador-personaje y borra el suyo. En esta novela, es el del personaje el que domina y muy pocas veces encontramos la sobreposición del discurso del autor con el del narrador-personaje, aunque queda implícito.
Podríamos afirmar que la novela de Tony Raful es la de un tema que busca la forma novelística y que en este aspecto hay un trabajo notable del poeta que ya había entrado en la narrativa historiográfica con su libro “De Trujillo a Fernández Domínguez y Caamaño, el azar como categoría histórica” (1930-1965) de 2013, obra que, además de tratar el tema, presenta una teoría sobre la historia.
La historia contemporánea tiene mucho de crónica porque ella toca el presente. Mientras que la historia es un estudio del pasado, de aquellos hechos que no hemos vivido y que debemos recuperar mediante las huellas depositadas en los archivos, en los documentos.
Aunque Tony Raful trabaja con documentos y en este libro usa mucho material de su libro anterior para darle una contextualización a los eventos en los que vivió y participó Abbes García, se ha valido de testimonios y otras fuentes que le han permitido armar esta historia.
Y ese es un trabajo intelectual que requiere el cotejo de mucha información y que cruza del campo del historiador al del novelista.
Entiendo que el plan fundador del autor estriba en enfocarse en el personaje y narrar su vida, sin que el deseo de construir una novela y aprovechar lo que las técnicas narrativas podrían ayudarle, sea central en la configuración de su obra.
De hecho, el punto poético más sobresaliente de la novela es el interés que el autor mantiene en la narración de los acontecimientos. Pienso, por otra parte, que otro valor del texto es el gran conocimiento que tiene el autor de la política en las últimas décadas del trujillato y los años posteriores.
Esto hace que la obra, que ya es interesante de suyo, pueda también funcionar como un ensayo histórico sobre el periodo el autor había estudiado en el libro de historia arriba citado.
Por lo que el lector tiene en esta novela una interesante historia de la política de Trujillo y de la coyuntura que se da en el Caribe (véase Juan Bosch “Póker de espanto en el Caribe: Trujillo, Somoza, Pérez Jiménez y Batista”, 1955) a fines de la década de 1950.
El otro aspecto es la vida de Johnny Abbes que inicia y termina la narración. Hay que significar que un acontecimiento de importancia es el asesinato del presidente Carlos Alberto Castillo Armas debido a un complot fraguado por Trujillo y dirigido por Abbes en Guatemala.
Este acontecimiento de historia política de Centro América y el Caribe es el elemento de mayor interés en la obra; aunque desde el punto de vista técnico, pudo haber sido mejor tratado.
Es interesante por la presencia de las dos mujeres, que dramatizan el conflicto y la participación de agentes dobles y hasta triple. Un tema que puede ser mejor tratado con las técnicas de la novela policial. Pero como he afirmado Tony Raful está más interesado en la biografía de Abbes García.
El discurso de Abbes García tiene un problema. Yo diría que es parte del plan del autor y del que no puede zafarse. La narración es monológica, no tiene contrastes. No existe otro personaje que pueda cambiar, discutir, dramatizar o dar una perspectiva distinta de los hechos.
Y al final tenemos, desde el punto de vista ideológico, un personaje que rectifica la historia se justifica y realiza una amplia apología de la Era de Trujillo, y la lucha del dictador dominicano contra el comunismo.
Estos tres elementos son importantes y tal vez son los que mejor conecten esta obra con las escritas por los asesinos o presuntos homicidas que, como Alicinio Peña Rivera, buscaba justificar sus acciones y echarle la culpa del asesinato de las hermanas Minerva, Patria y Teresa Mirabal a una cúpula militar que siguió gozando de las mieles del poder, luego de la muerte de Trujillo.
La novela como género ha sido un magnífico formato para que Tony Raful pudiera construir las memorias de Abbes García y para presentarnos una época de la que se conoce muy poco.
Muchos de los actos de Johnny Abbes y Trujillo quedan rectificados en el discurso del personaje.
Sus figuras resultan no solamente rectificadas, sino también desmitificadas. Finalmente, la obra de Tony Raful nos lleva a pensar en dos cosas: primero, en el interés de los protagonistas de actos abominables contra la humanidad de justificarse y narrar los acontecimientos en los que participaron para cambiar las perspectivas de los otros.
Y segundo y, no menos importante, cómo en nuestro país esos personajes quedan impunes. Johnny Abbes en Nueva York se hace viejo, Carlos Eversz murió como un simple guachimán muchos tiempos después de la Era en una parada de guaguas en República Dominicana.
Pechito León Estévez, en los últimos años de su vida, ayudaba al párroco de una iglesia capitalina a administrar hostias. Alicinio Peña Rivera, Félix W. Bernardino, como tantos otros, quedaron también sin pagar por sus atrocidades. Tal vez estén muy cerca de nosotros como personajes, hombres o fantasmas.