Los bordes de la dominicanidad,
de Lorgia García Peña, viene a problematizarnos la dominicanidad, esa que ha sido estereotipada como merengue, arroz con habichuelas y bandera, o más groseramente como ron, playas y prostitutas. Esta última construcción de lo dominicano golpeó personalmente a la autora, académica en la diáspora, y motivó sus reflexiones sobre qué es la dominicanidad, por qué la entendemos así y cómo se construyeron las nociones que dominan los imaginarios.
La obra, que se inscribe dentro del campo de los estudios culturales y decoloniales, busca entender las múltiples vías en que el silencio y la repetición de determinadas representaciones sociales han invisibilizadolos sujetos racializados de la nación dominicana. Lorgia nos aporta inicialmente una categoría de análisis, nos habla de los Archivos de la Dominicanidad,que no son más que las operaciones discursivas que conforman la sustancia con la que se interpreta lo dominicano.
Este Archivo fue concebido en el siglo XIX por una élite criolla que buscaba no solo definir la nueva república y los sujetos que la formaban,sino también las fronteras raciales de la nación luego de la independencia de Haití. En este proceso los historiadores han jugado un papel excepcional, recuperando y descartando los elementos que entienden contribuyen a construir la identidad y la memoria.El Archivo de la Dominicanidad ha seguido siendo nutrido y reforzado.
La autora hace una crítica a la concepción de la dominicanidad como algo que es o debe ser estático y que, desde esta lógica, se invisibiliza o criminaliza a conveniencia. Por ejemplo, se considera inmutable la herencia colonial, y por lo tanto se obvia el papel que ha jugado y juega Estados Unidos, pero al mismo tiempo ante la evidencia de las transformaciones se sataniza la influencia que tiene Haití en nuestra conformación identitaria.
Uno de los aportes fundamentales de la obra es que otorga a Estados Unidos un papel importante en la formación de la identidad racial dominicana, rol que suele ser poco destacado en la literatura social local. No hemos comprendido en toda su dimensión cómo Estados Unidos impuso una agenda que cimentó lo que de manera superficial nos puede parecer esencial y auténtico.
El libro explica cómo dos procesos contribuyeron a dar forma al entendimiento de raza y ciudadanía para los dominicanos: la creciente migración de haitianos a partir de la intervención norteamericana de 1916 y la migración masiva de dominicanos a Estados Unidos a partir de 1961. En ambos, la nación del norte es el eje central de los procesos de atracción y expulsión de los grupos humanos de esta isla.
La obra de García Peña funciona como una caja de herramientas para el análisis social. Por lo menos cinco conceptos vertebran la lógica discursiva y analítica: contradicción, cuerpos racializados, frontera, rayano y «Nie». Estas nociones ayudan a desarrollar los cinco capítulos que la integran.
La primera parte presenta los mecanismos a través de los cuales se fundó el Archivo de la Dominicanidad, es decir, las fuentes con las que, por diversas vías y en diversos momentos, la cultura hegemónica construyó pruebas, clasificó documentos o compuso relatos que permitieron fundamentar las nociones dominantes del ser dominicano. La segunda parte se enfoca en la visión y el papel de la diáspora para deconstruir ese Archivo.
Algunos términos son bien conocidos en los estudios étnicos, como «cuerpos racializados» y «frontera»; pero otros son de su autoría, como la sugerente noción de «contradicción».Con este concepto la autora busca visualizar aquellos enunciados discursivos que se oponen a los discursos dominantes de la dominicanidad. Dicho de otro modo, son contradicciones todos los discursos que se sitúan en contra de lo que el relato oficial ha dado como bueno y válido, y que ha servido para legitimar una interpretación monolítica y excluyente de los diversos modos de ser dominicano.
Básicamente, pues, se trata de rastrear las contradicciones presentes en los relatos que constituyen la dominicanidad, y lo logra presentando una diversidad de narrativas, discursos e historias que erosionan la versión dominante de la identidad nacional.
El trabajo analiza críticamente cómo los planteamientos hegemónicos se han forzado en los «cuerpos racializados» para trazar una frontera infranqueable (en este caso, como límite imaginario de la nacionalidad), que permite legitimar una representación excluyente de la dominicanidad. Pero como estamos ante una construcción artificial en muchos casos, e impuesta en general, entonces si prestamos atención se pueden encontrar las fisuras por dónde se cuelan otros relatos, otras experiencias vitales. Para encontrar una versión más completa de la historia dominicana se nos invita entonces a «leer en contradicción», prestando atención a las notas al margen y los silencios dejados por los archivos dominantes.
Por otra parte, la autora usa constantemente el término frontera en el sentido de un límite imaginario de la nacionalidad. Los dominicanos cruzan esta frontera, física e imaginaria a la vez, con diversos grados de dificultad. Y es la frontera lo que explica la noción de rayano o el Nié, que se refiere a ese no ser ni de aquí ni de allá, concepto que toma prestado de Josefina Báez. La existencia del Nié rompe la supuesta «armonía» y homogeneidad que el discurso oficial busca proyectar en la nación.En ese sentido, la idea de identidad que se pretende impulsar, esa que brota del Archivo de la Dominicanidad, plantea una frontera que margina a una parte considerable de los dominicanos que no pueden verse reflejados en ella.
Me parece novedoso cómo Lorgia cuestiona concretamente la tradición que centra en Trujillo la responsabilidad del racismo y, particularmente, del antihaitianismo dominicano. Sus reflexiones sugieren que es más determinante el legado colonial, estimulado y sustentado por Estados Unidos para preservar su proyecto imperial.Sobre esta base, la obra subraya la necesidad de crear archivos alternativos que permitan a los lectores leer en contradicción el Archivo de la Dominicanidad.
Partiendo de este propósito programático, la autora se propone hacer una genealogía de la dominicanidad, en el sentido establecido por Foucault. Esto implica estudiar de manera no lineal los discursos de la nación y raza que se han articulado de manera heterogénea para crear las citadas fronteras raciales.
En fin, Los bordes de la dominicanidad trata de mostrar que, aunque hay una historia oficial que crea y modela la identidad nacional, esta siempre es contradicha, cuestionada y negociada. La autora nos provoca y nos invita a leer en contradicción, a examinar «los sistemas, la retórica y las historias que han sostenido la violencia del pasado». Es sin duda un camino tortuoso y angustiante, pero muy necesario.