Los conocemos ¡zape!. Llegaron con una visión del mundo diferente a la del momento. Tenían un método de manejar las situaciones y los grupos. Eran muy disciplinados y organizados. Estaban llenos de vida y de sueños, no sabíamos que también de pesadillas.
Eran honrados, no habían tenido oportunidad de ver juntos dos pesos, salvo que no fuera en el banco cuando acudían a realizar una operación por el poco monto de lo que manejaban.
Habían sido señalados como la generación ideal para el relevo de los amañados políticos heredados del trujillaje y los nacidos después de la feliz desaparición del tirano.
No tuvieron tiempo, ni siquiera, de copiar algo de la frugalidad de sus líderes: Juan Bosch y Joaquín Balaguer.
Deslumbrados por el brillo del oro, asombrados por la facilidad con que se puede disponer de manera oscura de los fondos públicos fueron al asalto y llenaron sus bolsillos del oro corruptor, por eso hoy algunos de ellos forman parte del círculo exclusivo de los grandes capitales, construido como la mayoría de múltiples violaciones al multiburlado Código Penal.
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Como es más fácil ir a jugar pelota que asistir a clases, también es más fácil hacer lo mal hecho que ajustarse a la disciplina que demanda la actuación dentro de la costumbre, la ley y la moral.
Entonces, decidieron hacer todo lo posible y hasta lo imposible, para inventar qué hacer que les dejara pingües beneficios y se graduaron con honores en métodos de corrupción, en triquiñuelas económicas a través de las aduanas, en ocultar beneficios para no pagar impuestos.
Emprendieron negocios similares a los de familias tradicionales y, en pocos días, estaban mejor posicionados que los primeros.
Se habían dado grandes, los muchachos. Tenían lo que nunca habían visto hasta que llegaron a la meca de sus deseos, de sus sueños: el tesoro nacional. El erario fue para ellos el puerto de amarre de barcos que no existían hasta que llegaron como parte del botín adquirido día a día, serena y conscientemente.
Tenían un plan maestro del cual solo eran partícipes y compromisarios unos cuantos, hoy pueden ser identificados porque cambiaron de vida en un abrir y cerrar de ojos y tienen tantos bienes que, aunque oculten algunos no pueden esconderlos todos. Cambiaron de vida, de casas, de carros, de vestidos, de lugares donde comer.
Todos sabemos de quiénes hablo, tienen el descaro de presentarse ante unos y otros como si no fueran capaces de romper un plato. Caminan a tu lado, caminan a mi lado, tienen el descaro de exhibir las fortunas acumuladas con el tráfico de influencias, con la sobrevaluación de presupuestos de obras del Estado… Usted los conoce, identifíquelos. Son ellos mismos.