Los dominicanos somos un pueblo libre de complejos y prejuicios, y sin sentimientos de culpa e inferioridad. Sin rencor siquiera contra los norteamericanos que nos han invadido varias veces, ni contra los haitianos que lo hicieron demasiadas.
Tuvimos escaso maltrato de nuestros ancestros españoles, y nuestros aborígenes desaparecieron de la faz de nuestro suelo. Nuestros ancestros africanos convivieron con nuestros ancestros europeos durante largos tiempos, mientras vivíamos una sociedad de abandono y paz, en territorio abundante y fértil para poseer y aislarse de los explotadores, mientras los europeos aprendían a vivir en armonía con los negros o fajarse ellos mismos a cultivar la tierra.
En mis 80 años, nunca he visto a un dominicano tratar mal a un haitiano, ni a alguien porque sea negro o de otra raza o nacionalidad. Mi abuelo fue a la cárcel por esconder de Trujillo en su cafetal a cientos de haitianos perseguidos.
Somos amistosos y amorosos: con puertorriqueños, cubanos, venezolanos, colombianos, y todos los demás vecinos; y con españoles y europeos, árabes y turcos, chinos y japoneses; a quienes también admiramos y respetamos; junto a sus grandes héroes, artistas y atletas; blancos, negros, mulatos y otros muchos hibridismos.
Poseemos una enorme riqueza espiritual y cultural que nos hace emocionalmente invulnerables respecto a otros pueblos y naciones. Ninguno de los nuestros se ha sentido jamás inferior frente a un estadounidense, ni superior a un haitiano (ambos con ropas limpias, porque nos bañamos diariamente).
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Esto suele ser algo difícil de entender y más a los que en Norteamérica y otras naciones han vivido cruentos y salvajes escenarios de maltrato racial y étnico. Y a los haitianos que sufrieron exterminio y a su vez exterminaron a una gran cantidad de franceses.
Hemos logrado valiosísimos patrones de mezcla y convivencia racial; y de clase socioeconómica, son motivos legítimos de orgullo nuestro.
Somos generalmente alegres, se nos infla el espíritu cuando escuchamos nuestro Himno Nacional; y de ingenua alegría con los pícaros aires de un merengue.
Aunque es claro que los patrones de belleza y de éxito de Hollywood y del marketing de catálogos y modelajes han penetrado el gusto nacional y de todo el mundo; como McDonald y Coca Cola. Y hemos entendido, igual que hindúes, japoneses, coreanos y demás, que en un mundo dominado por blancos suele convenir ser más claro que oscuro de piel. Del mismo modo que si hubiesen sido marcianos de piel verdosa los dueños del imperio, por instinto de supervivencia seríamos miméticamente inclinados a lograr tonos verdosos en nuestra piel.
Pero, igual que cualquier país del mundo, no soportamos masas migratorias desordenadas, que ni siquiera comparten cultura o lenguaje, imprescindibles para la convivencia; y para ayudarlos a coexistir ordenadamente.
Da mucha lástima que jóvenes funcionarios y profesionales nuestros, formados en ese popurrí de moda, de socialismo con vegetarianismo, hinduismo, nihilismo, socialismo, consumismo y ateísmo, no entiendan que los dominicanos (75%) también tenemos fuertes creencias y valores cristianismo, que son fundamentos del ser nacional.
Eso, y la patria de Duarte… ¡Hay que respetárnoslos!