El aumento de las conductas asociadas a lo que solemos llamar homosexualidad, probablemente está relacionada con el aumento de las demandas de derechos y cuidados especiales por parte de las mujeres, que muchos hombres no están en capacidad de afrontar; por lo cual, el rol de esposo se ha vuelto más demandante y conflictivo, provocando que muchos varones huyan del matrimonio, y procuren otros tipos de apareamiento.
Toda conducta considerada “desviada”, pecaminosa u ominosa, suele tener una significación sociológica y espiritual de “asunto serio”. Obligando a la sociedad-estado a asumir un tratamiento de gran cuidado. Empezando por los propios ciudadanos afectados o interesados.
Un asunto básico son los términos con que nos referimos a ellos. Lo primero es que no deben llamarse “gay”; un término equívoco, que significa “alegre”; proveniente de “la vida alegre”, antiguo eufemismo referido a la prostitución, cuya supuesta “alegría” era tan solo el barniz “mercadológico” de un oficio humillante cuyo origen solían ser la desigualdad social y las tragedias familiares.
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Los homosexuales no deben (tampoco quienes ofrecen servicios sexuales), bajo ninguna premisa, exhibirse en manifestaciones públicas, en desfiles de carnaval, pintarrajeados, desnudos o con vestimentas de mamarrachos. Independientemente de si están o no auspiciados por empresas, personalidades u organizaciones foráneas; cuyo patrocinio no los hace (eo ipso) respetables; resultando deprimentes los cuadros de sodomía en plena calle; como ocurrió en la celebración de la victoria del presidente Boric, en Chile.
Deben procurarse un vocabulario respetable, incluso crear uno nuevo. Porque se trata de reclamar mayor tolerancia y respeto ante la sociedad y la ley, lo que como personas merecen.
Por su parte, probablemente les convendría diferenciarse dignamente de hombres y mujeres, teniendo vestimentas propias y formas conductuales dignas; evitando así la ambigüedad de e0status que ocasiona el bulín, de parte de individuos que se sienten inseguros de su condición propia, acaso niños o adolescentes que no han sido instruidos para tratarlos correctamente. (El bulín suele ser un mecanismo de defensa-autoafirmación frente a extraños y personas marcadamente diferentes).
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Conviene crear palabras nuevas, serias, apropiadas; no copiar o usurpar significados ni símbolos usados por siglos para otros fines. Es incorrecto hablar de “matri-monio” de homosexuales; pues no van a ser “madres”, que es de donde viene dicho vocablo. Más bien, deben tener un sistema propio de contrataciones y acuerdos con derechos similares a la pareja hombre-mujer.
En vez de procurarse una educación general anti-género (que suele entenderse como degenerada), debería haber una instrucción especial sobre “cómo ser digna y correctamente homosexuales”; y cómo mantener su auto estima y el respeto de los demás. Igualmente, instruir a todos (niños, adultos) sobre cómo aceptarlos y tratarlos, tal como se inculca respeto a personas mayores, extranjeros, minusválidos y demás. Evitando la perniciosa hipocresía de “jugar a ser de la secreta”; debiendo educarse sobre formas honestas y visibles de ser homosexual.
El homosexualismo debe evitar asociarse a movimientos anti-nacionales, pseudo-universalistas; que suelen provocar innecesaria repulsión de los conciudadanos.
Del respeto que merecen, los primeros en convencerse deben ser ellos mismos. (Y todos, roguemos a Dios).