Los planes insurreccionales del movimiento clandestino en 1959

Los planes insurreccionales del movimiento clandestino en 1959

El incremento de la resistencia al régimen de Trujillo alcanzó su paroxismo en 1959 luego del exterminio de los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Este acto brutal generó una reacción en cadena que fortaleció la determinación de los que aspiraban derrocar la dictadura. Ante ese horrendo crimen de Estado, la respuesta del núcleo de resistencia que luego se convertiría en Movimiento Clandestino 1J4, fue intensificar la lucha. La indignación general en la población, que se manifestaba en la esfera privada, favoreció el involucramiento ciudadano en acciones armadas contra el régimen, ya que no se visualizaban vías pacíficas para lograr su caída. Aunque la represión era cruenta y las consecuencias podían ser devastadoras, la voluntad de desafiar la maquinaria represiva del Estado se instaló en los corazones de los miembros del futuro movimiento, quienes asumieron la táctica de una guerrilla rural como elemento base en sus planes insurreccionales.

Este enfoque estratégico ofrecía una alternativa que en el contexto histórico de la época se asumía como válida y legítima para desafiar las fuerzas de la dictadura. De allí que la búsqueda de armamento jugara un papel crucial en la dinamización del movimiento de resistencia. Es evidente que, en ese momento, tal como lo describe Roberto Cassá en su libro sobre Los orígenes del Movimiento 14 de Junio, “no se concebía ya acción política que no estuviera dirigida a desencadenar rápidamente la lucha armada y fue con ese condicionamiento que surgió el Movimiento 14 de Junio”. Desde esa perspectiva, con las promesas de armamento, aquellos que estaban más comprometidos infundieron confianza en los demás, facilitando los reclutamientos. Al respecto, cabe considerar que muchos individuos se integraron en el movimiento porque se les informó que había un proyecto de insurrección en curso.

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Una de las principales inquietudes de los dirigentes de la organización en formación fue aprovisionarse de armamentos y municiones, recursos indispensables para avanzar hacia la fase insurreccional. Entre tanto, Cassá nos señala “se barajaron diversos puntos por los cuales se podrían arrojar las armas: al menos las lomas de Guayacanes en la cordillera Septentrional, una finca en Yásica, las cuevas del Funfún cercana a Los Llanos, la finca de los padres de Paquín Noriega en Nizao, un punto en los Montes Banilejos, una finca en San Juan de la Maguana, un paraje en la sierra de Neiba, las montañas de Villa Trina y un punto de la costa de Monte Cristi”.

En las regiones rurales propicias para la guerrilla, el Movimiento Clandestino pretendía establecer bases clandestinas estratégicamente ubicadas. Nos cuenta Roberto Cassá que “en la segunda mitad del año se conformaron nuevos grupos, entre los que, aparentemente, sobresalieron tres, cuyas ubicaciones en parajes montañosos revelan la prioridad que se pasó a conceder a la guerrilla: el de Yásica, dirigido por Jesús María Álvarez (Boyoyo), que tenía la encomienda de conseguir los contactos que permitieran el levantamiento guerrillero, por lo que constaba de campesinos; el de Luperón, dirigido por un apellido Vargas, en que también había campesinos; el grupo de El Mamey, también uno de los más sólidos, dirigido por unos mellizos primos de Luis Gómez. El ideal era que cada grupo operase como una unidad operativa con fines insurreccionales”.

La elección cuidadosa de ubicaciones remotas y difíciles de detectar, debía permitirles operar sin ser descubiertos por las fuerzas trujillistas. Estos campamentos servirían como centros logísticos, lugares de entrenamiento y refugios seguros para los miembros del movimiento, lo que nos revela cómo el trabajo político tenía la mirada puesta en la insurreción, a pesar de que no se lograra apoyo en el exterior. De lo expuesto, se puede colegir que la estrategia guerrillera sirvió como motor para la resistencia, ya que en cada núcleo clandestino se daban instrucciones sobre la forma en que se debía actuar cuando llegara el momento de la insurrección. En ese sentido, las unidades operativas se concebían como un espacio físico y social que les proporcionaría a los futuros guerrilleros un lugar para planificar operaciones, almacenar suministros y coordinar acciones a largo plazo.

Desde esa óptica, los planes del Movimiento dependían, en gran medida, de su capacidad para establecer y mantener puntos geográficos estratégicos, tal como lo reveló en una entrevista Leandro Guzmán, donde detalló el plan de acción que tenían programado: “Recepción sistematizada de información especialmente sobre aparatos de la dictadura y de localidades del interior del país; localización rápida de los anti-trujillistas más confiables, sobre todo de aquellos que estuviesen aptos para colaborar en acciones preparatorias de la insurrección o para tomar parte en ella; recolección o ubicación de recursos en metálico, armas, municiones, insumos químicos para explosivos, vehículos, lugares de seguridad, etc.; preparación de las condiciones técnicas y humanas para desencadenar las acciones armadas en algunos puntos; persistencia en el establecimiento de vínculos con el exilio y con los Gobiernos de Cuba y Venezuela; captación prioritaria de personas pertenecientes a estratos sociales elevados preferiblemente de la burguesía o de aparatos del régimen; formalización de esquemas organizativos acordes con los objetivos postulados y énfasis en la conformación de instancias diferenciales fuertemente centralizadas”.

Durante la etapa de maduración de la organización que llegó a alcanzar vastas dimensiones en el territorio nacional, Manolo Tavárez orientó las labores para iniciar la lucha guerrillera. Su plan estratégico implicaba una insurrección nacional precedida por un levantamiento simultáneo con las seccionales provinciales. La idea, según relata Domingo Peña Castillo en su libro Memorias de un revolucionario, consistía en la toma del cuartel del Ejército en Monte Cristi, aprovechando el conocimiento de la zona y el respaldo de un nutrido contingente de militantes en la ciudad y sus alrededores. Tras la toma del cuartel, se emitirían arengas radiales a la población, se atacarían instalaciones militares para obtener recursos y se establecerían las bases del futuro ejército guerrillero.

Indudablemente, la urgencia por el derrocamiento de la dictadura llevó a que todos los esfuerzos se concentraran en tareas técnicas y organizativas conectadas con la creación de condiciones para la lucha armada. A pesar de las dificultades, la opción guerrillera se mantuvo como el medio de acción principal, demostrando la convicción de que, bajo el régimen opresivo de Trujillo, era la estrategia más efectiva tal como lo relataron Cayeyo Grisanty y Leandro Guzmán, entre otros. Si bien se consideraron diversas alternativas de acción, la estrategia guerrillera, similar a la de Cuba, prevaleció como la más viable, siendo Manolo Tavárez, según varios testimonios “uno de los más entusiastas en el propósito insurreccional”. Esto explica el porqué, durante la reunión constitutiva del 1J4, el 10 de enero de 1960, en Mao, a Manolo Tavárez, en su calidad de presidente del Movimiento Clandestino 14 de Junio, se le otorgó “la responsabilidad de dar la señal para detonar la insurrección”.

Esta visión insurreccional era compartida por otros compañeros, como veremos en la próxima entrega de esta serie sobre la incorporación del colectivo denominado Acción Clero Cultural.

Dr. Amaurys Pérez, Sociólogo e historiador UASD/PUCMM

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