Ludopatía y drogadicción

Ludopatía y drogadicción

Sergio Sarita Valdez

Ludopatía y drogadicción. A principios de la década de los cincuenta del pasado siglo XX inicié la educación primaria. Recuerdo que cada 23 de diciembre se celebraba el Día del Niño. El maestro recolectaba juguetes a través de la sociedad de padres y amigos de la escuela. Puesto que había más estudiantes que regalos, se hacía necesario implementar una rifa con dos tómbolas: una para hembras y otra para los varones. Por cinco años consecutivos estuve metiendo la mano en el globo y siempre saqué un papelito en blanco.

Temprano me convencí de que en materia del azar la suerte nunca me acompañaba. Tal como dice la Biblia en Romanos 8:28 “Todo obra para bien”. Aprendí que si deseaba tener algo material debía trabajar y ahorrar para luego comprar lo deseado. Mis padres eran jugadores de quinielas y billetes de la Lotería Nacional. Se pasaban la semana confiando en los intérpretes de sueños en los que los difuntos enviaban señales de cuales serían los números premiados en el sorteo de la semana. Llegado el domingo y no resultando agraciados, achacaban la falla a un error en el cálculo de la revelación onírica.

Nunca olvidaré la tristeza dominguera dibujada en los rostros luego de cada sorteo. Tras siete décadas vividas, nunca me he sentido tentado a probar juego de azar alguno. Sin embargo, he sido testigo de individuos que han perdido todos sus bienes materiales, entiéndase casa, vehículos y negocios, apostando en los casinos. Ahora sabemos que la ludopatía es una enfermedad en la que la persona no resiste los impulsos de jugar dinero apostando a tal o cual número. En una que otra ocasión acostumbro a visitar la tierra que me vio nacer y crecer; la escuela primaria se mantiene en el mismo lugar, lo novedoso ha resultado ser la cantidad de bancas de apuestas establecidas, las cuales compiten entre si por repartirse la clientela.

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Un creciente sector de la juventud luce ensimismada y atrapada por el flagelo de la drogadicción. Parecen chimeneas andantes esparciendo humo al aire mientras aspiran el nuevo formato de pipa a la que denominan juca. El hábito de la marihuana y de la cocaína se lleva a cabo sin disimulo alguno.

Pensar que esos adolescentes mañana se convertirán en los responsables de llevar sobre sus hombros los destinos de la nación dominicana. ¿Qué hacer para revertir ese trágico devenir de la historia? La respuesta correcta sería la educación. ¿Están nuestros maestros debidamente capacitados para iniciar semejante batalla contra la ludopatía y la drogadicción? ¿Existe una política de Estado para emprender con éxito semejante tarea patriótica? Desgraciadamente si la hay no se percibe la misma. Además, hay que incorporar a toda la sociedad en el empeño por alejar a niños y jóvenes de estos vicios.

Aún estamos a tiempo, aunque presiento que se nos está haciendo tarde.