Aunque podría ser materia prima de la fascinación por lo real maravilloso, los latinoamericanos somos singulares en el terreno de la política.
Y en muchas ocasiones, la dosis de pasión y los personajes siniestros, terminan transformando lo inimaginable en hecho cierto. Brasil no es la excepción.
Pautada por largas horas de autoritarismo, toda la etapa de transición encontró dos personajes de excepción que, con visiones diferentes, nos deleitaron en las aulas universitarias con la erudición de la teoría de la dependencia y saltar del sindicalismo y la lucha social al poder.
Con 156 millones de ciudadanos en capacidad de ejercer el voto, la primera vuelta pautó un 48 por ciento de simpatías, en capacidad de ser ratificadas porque el competidor/presidente, representa la expresión por excelencia de la trivialización de la actividad política: Bolsonaro.
Lo que todos nos preguntamos es sobre el retorno milagroso, la derrota de la canallesca campaña de descrédito y la habilidad de los pueblos en intuir la rudeza de los desprovistos de argumentos para el debate.
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De grave, la retórica de los extremos y afán por manipular agendas religiosas en interés de decantar opciones respaldadas por iras y pasiones divorciadas de la visión de Estado y las políticas públicas orientadas a la mejoría sustancial del nivel de vida de los ciudadanos.
Lula es la expresión de la certeza de derrotar la intriga como arma electoral. Al final, los pueblos saben distinguir, pero en el trayecto el costo y daño resultan humanamente injustos porque tienden a sustituir las reglas del debate de las ideas por la capacidad de insulto.
¡Vuelve Lula y el Partido de los Trabajadores! Excelente, y la postura redentora implica borrar del imaginario los excesos, la articulación de tinglados en materia de construcción e interés de usar recursos económicos para instalar gobiernos dedicados a servir de correa de transmisión entre el dinero invertido y retribuciones indecorosas.
Alegra el retorno, la vuelta al político racional y dedicado a incluir a los históricamente excluidos.
Aquí, como en cualquier punto del mundo donde lo social represente la regla por excelencia hacia el servicio público, debemos celebrar su victoria y reivindicación moral. Serán días tortuosos. Eso sí, ganará la racionalidad y volverá Lula. ¡Qué bien!