El amor de una madre suele ser tan grande que es capaz de hacer cualquier cosa por sus hijos. En la rutina diaria de los hijos vemos la abnegación de una madre en su protección y supervisión, muchas veces poniendo el bienestar de la familia por encima del suyo propio. Sin embargo, el cuidado de la familia, y el cuidado propio no son excluyentes uno del otro. Lograr este equilibrio, es un arte complejo pero necesario, que se traduce en grandes beneficios para la familia.
La abnegación se entiende, como un sacrificio que se hace por voluntad propia, motivado por el afecto o amor a esa persona, fin o proyecto. Muchas veces por abnegación la persona llega a negarse a sí mismo para anteponer el bien del otro.
Suele ser típico que la madre sea el centro del hogar y de los hijos, siendo en la mayoría de ocasiones la responsable del acompañamiento del menor en la escuela, tareas, actividades co-curriculares, formación de hábitos de estudios, hábitos alimenticios, valores, entre otros procesos de la crianza.
La abnegación de la madre implica un cuidado del hijo por amor, pudiendo identificar los momentos clave en los que se requiere mayor dedicación y aquellos en los que se requiere menos. Por otro lado, la sobreprotección es un exceso de cuidado, que no distingue aquello en lo que nuestros hijos verdaderamente nos necesitan de aquello que pueden hacer por sí mismo, por lo que evita que puedan desarrollar sus aptitudes, mutilando sus capacidades hasta perjudicar su personalidad y sus destrezas emocionales, sociales y psicológicas.
La protección de un hijo es un instinto natural que se activa el momento en que tenemos consciencia de que ha sido concebido; esta protección viene acompañada de abnegación, cuidado y entrega. El afecto, los besos el cuidado de su salud física y emocional, las preocupaciones por su crecimiento y desarrollo, son algunas de las maneras en que enfocamos la labor materna. Velar por el desarrollo y la integridad emocional, incluye el que los hijos aprendan a asumir sus errores y el aprendizaje de estos como parte del crecimiento de su independencia y autonomía; también implica establecer reglas y normas para que su inserción social sea asertiva y exitosa.
Cuando sobreprotege a un hijo, de manera inconsciente está coartando sus capacidades y esto lo convertirá en un adulto consentido, que no sabrá cómo actuar, ni cómo asumir sus errores; será incapaz de afrontar sus problemas, con baja tolerancia a la frustración, miedos, dudas, inseguridades propias de haber sido criado por unos padres que asumían por él sus compromisos o lo sobreprotegían tanto que no permitían que ellos asumieran sus responsabilidades, resolviéndolo todo por ellos.
Las madres sobreprotectora por lo general repiten el patrón de crianza de sus propios padres y transfieren sus miedos e inseguridades a sus hijos, convirtiéndose por lo general en un círculo vicioso, nocivo para toda la familia. En nombre del amor que siente por sus hijos, de manera inconsciente o consciente resuelven todo por ellos para evitar el sufrimiento del hijo o para darle todo lo que ellas mismas no tuvieron.
Hay muchas formas de ejercer la maternidad. Una manera en que a veces lo hacemos es a través de vivir más la vida de los hijos que la nuestras, con expectativas irrealistas acerca de la vida que entendemos ellos deben llevar. En ocasiones creemos que nuestros hijos están por encima de la razón y de los demás, aun cuando resulta evidente que se han equivocado; en este patrón de crianza, se producen situaciones tales como ocultar los errores de sus hijos, inclusive hasta para que no tenga una consecuencia del mismo, privándoles de aprender de ellos.
También hay otro patrón de crianza, basado en asumir las responsabilidades de nuestros hijos como si fueran nuestras, siendo nosotras quienes les recordamos todo el tiempo sus deberes, y quienes gestionamos sus propios retos y responsabilidades. Este último patrón, puede llevar incluso a que nos pongamos en disputa con el mundo, cuando percibimos de manera distorsionada, que alguien está “molestando” a nuestros hijos en el momento en que les exigen el cumplimiento de sus responsabilidades.
El amor nunca hace daño; muy por el contrario ha de ser el alimento del alma. Justamente, lo que debemos aprender es que cegarnos ante la necesidad de que nuestros hijos aprendan de sus propias experiencias, no es parte del amor. Permitirle crecer a partir de sus errores, también es parte de una maternidad amorosa, que prevé la realidad de que los hijos necesitan sus propias alas. Un amor de madre abnegada, no mutila las capacidades de sus hijos, muy por el contrario les ayuda a confiar en su potencial y les proporciona las herramientas necesarias para afrontar las situaciones difíciles que se le presenten en la vida.
Debemos alcanzar un modelo de maternidad en el cual podamos velar por el cuidado de la integridad física y emocional de nuestros hijos, permitiéndoles crecer y desarrollarse como un ser con disciplina propia, con una autonomía asertiva y capaz de reconocer sus errores, debilidades y fortalezas. . La autora es psicóloga y educadora, directora y fundadora de MLC SCHOOL Twiter: @MLC_Schoolrd @SVirginiaP Instagram: @pardillavirginia.