Maduro, desenfrenado

Maduro, desenfrenado

Carmen Imbert Brugal

La fortaleza de las instituciones encargadas de organizar las elecciones en nuestra región es una realidad. La desconfianza ha disminuido de manera más que satisfactoria. Las convulsiones provocadas por elecciones amañadas obligaron los avances hasta lograr la credibilidad de los procesos.

La tecnología, la destreza de los funcionarios electorales, la cooperación e intercambio de experiencias auspiciados por organismos como la Asociación de Organismos Electorales de Centroamérica y del Caribe, por la Unión Interamericana de Organismos Electorales (Uniore), el Centro de Asesoría y Promoción Electoral (Capel) garantizan mejores elecciones. Sin olvidar la vigilancia de los comicios a cargo de las Misiones de Observación Electoral algunas con poco disimuladas simpatías, aunque cuidadosas con el decurso de la misión.

Antes de los acontecimientos en Venezuela, la época de la barbarie electoral, de los “fraudes colosales”, de urnas quemadas, del militarismo arrebatador de derechos, del autoritarismo inmiscuyéndose en conteos y obstaculizando el desenlace del proceso, la intromisión de “honorables” nacionales e internacionales denostando el empeño de los hacedores de las elecciones, había sido superada. Otros temas ocupaban la atención de las organizaciones especializadas en el tema electoral como la desinformación que acorrala órganos y los dejan a expensas de rumores y falacias, también la propensión a la judicialización de los inconvenientes- ley electoral versus decisiones judiciales-.

Lo ocurrido el 28 de julio en la tierra de Bolívar, constituye un estrepitoso retroceso electoral. La inmadurez de un desenfrenado jefe convirtió el órgano encargado de organizar y validar las elecciones en una marioneta de sus designios continuistas. Maduro proclamó su triunfo sin actas y con atropellos. Negado al reconteo acude a uno de sus tribunales buscando sentencias presentidas.

En el año 2017 cuando el resultado de las elecciones celebradas en Ecuador no satisfizo a la oposición, el candidato perdedor solicitó reconteo. Lenin Moreno-oficialista- enfrentaba a Guillermo Lasso. El Consejo Nacional Electoral no proclamó ningún ganador y convocó para el reconteo público. Revisaron 3,865 actas -un millón, 250 mil votos-. El procedimiento confirmó los resultados y en algunas provincias el candidato oficialista subió algunas décimas.

La asimilación de los órganos electorales al gobierno de turno solo puede ser contrarrestada con hechos. En algunos países para evitar sospechas de parcialidad, la vigencia de las autoridades electorales se extiende más allá del periodo gubernamental, de ese modo el relevo no coincide con el cambio de mando. En casos de continuidad presidencial, como ocurre ahora en RD, la inmovilidad de los funcionarios electorales se impone, las sustituciones solo servirían para las apariencias.

Convertir el órgano electoral en cómplice es un crimen, la autoridad que permanece incólume se enaltece y asegura la prevalencia del estado de derecho. Es difícil desde el poder aceptar resultados adversos y cuando el poder es absoluto más difícil todavía. Aquello de “quien ganó, ganó” y “cuando pierdes te vas”, es retórica estupenda siempre desde Palacio, no cuando la derrota asoma. Con sus amenazas y acciones aterradoras el sucesor de Chávez apuntala el autoritarismo y sepulta la democracia, sin rubor. Iracundo, su verborrea cantinflesca expone a millones de personas a desafueros inimaginables. La indiferencia no es opción.

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