La ciudad de San Juan, bautizada como San Juan Bautista de Puerto Rico, tiene sus cronistas desde su fundación. La lista de autores que han descrito sus barrios y sus gentes es extensa. En la historia de la literatura aparecen desde el aventurero Alonso Ramírez que al iniciar su famoso relato deja dicha su procedencia, la abundancia de aguas y maderas del puerto y que, por razones de la modorra que afectó a la colonia española tuvo que “sacarle el cuerpo a la Isla” (Infortunios…).
Isla e isleta quedaron definidas en los primeros años de la conquista; su relación con Santo Domingo y la importancia de la bahía para uso militar también definieron su dependencia de otro emplazamiento, como el del Partido de Puerto Rico que tuvo su centro en San Germán, situado al suroeste. La alternancia entre el oeste y el norte, la economía y la fortaleza militar definieron a los habitantes de Puerto Rico.
La ciudad murada vive en sus cronistas, en los legajos que hoy son historia. Un relato de ocupaciones, asedios, ataques y presencia militar que se encuentra dibujado y simbolizado por el pincel de José Campeche y Jordán, cuya vida y méritos recoge muy temprano Alejandro Tapia y Rivera, quien es el autor que mejor configura la ciudad con Mis memorias, Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (1928). Su excelente obra teatral, La cuarterona (1867), está ubicada en La Habana, otras de carácter histórico tienen temas universales.
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El sur y el oeste de Puerto Rico, tocados por el Caribe y el canal de La Mona, tienden a ser históricamente más liberales; de estas zonas son: Eugenio María de Hostos, Baldorioty de Gastro, Ramón Emeterio Betances y Alacán, la poeta libertaria Lola Rodríguez de Tio… El mundo de la modernidad económica tiene mayor impacto en ciudades de estas regiones, en lugar de San Juan. Es en el siglo XVIII cuando la ciudad de San Juan va a adquirir la configuración actual, más allá de la destrucción dejada por el ataque de la escuadra holandesa capitaneada por Baldwin Hendricks en 1625.
Completadas sus murallas y resguardadas allí las tropas de una España derrotada en Carabobo (1821) y en toda América, la ciudad de San Juan es centro de los incondicionales y su modernización es una aspiración liberal la pluma de Alejandro Tapia, quien decide ir a Ponce, donde monta un gabinete de lectura y funda en 1871 la revista La Azucena, dedicada a las féminas. Allí se estableció una sociedad política y cultural interesante con músicos como Morel Campos, médicos como Zeno Gandía, periodistas como Luis Muñoz Rivera y Eugenio Deschamps, y el paso del joven poeta Luis Pales Matos, quien dejó allí sus primores modernistas.
En su libro de crónicas La R de mi padre y otras letras familiares (2011), Magali García Ramis (Santurce, 1946), vuelve a realizar la crónica de una ciudad que en el siglo XIX tuvo y dio permanencia al Teatro Municipal, hoy Alejandro Tapia y Rivera, al Ateneo de Puerto Rico (1876), y que desde inicio del siglo XX había remozado su lado sur con bellos edificios de Art Deco, que transpiraba la nueva modernidad de permanecer en Estados Unidos, en un interregno en que su población se encontraba en un “limbo jurídico”; aunque en Puerto Rico “ya el café estaba colao”, como dijo Luis Rafael Sánchez.
García Ramis ya nos había deleitado con su primer libro de crónicas, La ciudad que me habita (1993), con su novela Felices días, tío Sergio (1986), los cuentos de Una semana de siete días (1976) y la novela Las horas del sur (2005). Su primera estación como cronista de la ciudad también la perfiló como la autora que define lo puertorriqueño. Muy celebrada su crónica “La grasa que nos une” que se ha convertido en un leiv motiv cuando salimos hacia Guavate en busca de una lechonera en la que se sirven la comida tradicional de los jíbaros. La grasa, adelgazar y mantener la figura, “comer rico” y dejar que entre el mar… son las preocupaciones del cuerpo femenino estilizado en el imaginario y la publicidad.
Otra de sus crónicas emblemáticas es “El chango como pájaro nacional”. El chango es quien él quiera ser, además de presenta’o, iguala’o… Su sentido pasa del ave a ser jugador de baloncesto en Naranjito, o le da su sentido de ternura a los niñitos, cuando se ponen “changuitos”. Un conjunto de changos es una bandada; pero también existe en el vocabulario boricua la “changuería”, que designa a los niños ñoños. El mozambique ya tenía su lugar en la literatura y en el humor anti-desarrollista de la generación del Setenta.
En La R de mi padre, García Ramis nos lleva por los distintos lugares de San Juan y su refundación como ciudad letrada. Ciudad de las artes, con sus historias, plazas, callejones y espacios de la memoria. Se remonta a la ciudad en los años cincuenta y ochenta. Dibuja la ciudad de la memoria, la nostalgia y la recuperación del tiempo. Como periodista, García Ramis nos da un relato directo sin los barroquismos de nuestras letras del Caribe. Ilumina con un trazo humano las pequeñas historias cotidianas, la relación entre la niñez y la adultez. Es muchas veces la niña de “Felices días, tío Sergio”. Transparenta a la niña de “Una semana de siete días”.
“La ciudad entre dos aguas, tiene luces que no engañan, mano a mano, verso a verso, luz de luna y pincelada. La ciudad vive azorada, la ciudad duerme insegura como todas las ciudades, pero da cobijo y ama al aguanta y se recrea, al que siempre la acompaña”. (La R de mi padre 69). La ciudad tiene diversas memorias, pero estas son importantes porque es la de una niña que crece en Santurce en los años del desarrollismo puertorriqueño y que luego será, como los miembros de su grupo generacional: como Edgardo Rodríguez Juliá, Tomás López Ramírez y Ana Lydia Vega, una cronista de la debacle de ese proyecto “Manos a la obra” o “las vitrinas del Caribe”,
“La sombra de Palés está en la calle, está en la acera y la parada de autobús; Palés baja las cuestas y las sube y su sombra está en La Mallorquina junto a jarrones y sobre baldosas. Sólo falta su reflejo en los espejos, y el de sus versos que también se echan de menos”. Manda a decir La Mallorquina que ella nunca estaba más engalanada, que cuando la visitaba buscando y dando poesía Luis Palés Matos” (100)
El texto que da nombre al libro es una recuperación familiar de las hablas de nuestro mestizaje cultural. Y de la lucha por transformar la lengua en un vivir y decir el mundo que nos identifica. Más que una defensa del discurso de la lengua queda aquí la lengua como discurso, como batalla íntima de una identidad asediada. La recuperación de una erre que han querido suprimir del habla, pero que marca el tiempo, la topografía de su origen en distintos viajes.
La familia, la historia particular y mínima, los personajes de la infancia, la memoria de una puertorriqueñidad que ha luchado contra la violencia y la censura (“Réquiem por un Torresola, 109-116) se encuentran en este libro que es puente de otros tejidos culturales. Otras apuestan por el discurso, el espacio y la palabra.