¿Al final, cuáles son las personas malas en los partidos políticos? ¿Aquélla persona contra quien competiste?, aprovechando ese escenario para decir hasta lo impensable, y ahora esa misma persona, sí que es buena porque está en tu cancha.
Siempre se ha querido comparar la política con el deporte, por esa característica de competencia y estrategia que rige ambas disciplinas, pero en realidad, cuando se trata de un juego, hay reglas muy específicas, que pudiesen en algún momento violarse con la suerte de pasar desapercibidas por quienes estén ejerciendo el rol de arbitraje, pero a pesar de la complejidad del sistema económico, la disciplina deportiva y el entrenamientos de quienes la practican, no hay mucho más que reconocer por vía de las estadísticas, cuál deportista tiene las mejores condiciones y las mayores puntuaciones. En base a eso, se cambian de equipo, más que todo por razones económicas, y luego, por cualquier otro motivo particular de comodidad, oferta y demanda. En fin, por intereses claros.
En la política se dan ciertas situaciones que son muy diferentes. En este artículo no se trata, en lo absoluto, de medir a todas las personas con la misma vara, como tampoco, de un desahogo de despecho, porque no es de mi interés y no va con mi personalidad esa costumbre de que la gente es buena lo, siempre y cuando está conmigo y mala cuando no lo está. Es cierto, que las traiciones tienen sus matices, porque el oportunismo en estos escenarios de poder, no es más que usar a quienes se dedican a la política para beneficios personales sin un mínimo de interés por el servicio ciudadano o convicciones reales. Mientras, por otro lado, existe la realidad de acompañar a una persona con liderazgo, por un camino de coincidencias, y luego, tener el derecho de no querer seguir el mismo rumbo, sencillamente por diferencias de criterios.
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No obstante, aparecen una serie de narrativas románticas, no para todos convincentes, pero cada cual siempre con su derecho a elegir donde invertir su tiempo, ideas y trabajo.
Si embargo, dado al escenario actual, y la avalancha de odio fomentada por el PRM, yo me pregunto: ¿Cómo es que durante 8 años todos cabían un una misma canasta? Un grupo de malandrines con toda una obra maquiavélica, y ahora, esas mismas personas, las queremos en nuestro equipo. ¡Ajá!
Al final de cuentas, la incoherencia está a simple vista. La post-verdad impera en el escenario, y como dije en mi artículo pasado, la soberbia todavía anda peleándose con la razón en las cabezas de muchas personas arrastradas a un estado de crispación que les hizo incurrir en hacerse eco de discursos inquisidores, injustos y devastadores, cuando, al final, no es necesario usar el odio como el instrumento principal para justificar tu derecho a votar por quienes consideres que deben de gobernar.
La ciudadanía debe de empezar a hacer uso de la sensatez más frecuentemente, y dejar a un lado la simpleza del blanco y el negro, que sólo lleva a extremismos dañinos, incurriendo en la decadencia de un estado de derechos, deteriorando nuestra composición social, maltrata la condición emocional y nos convierte en seres vulnerables ante quienes hábilmente justifican lo más ridículo contando con una la mala memoria para que olvidemos a quienes señalaban en su momento como malos, pero… siempre y cuando…