Hoy sábado 21 de diciembre se conmemora el 61 aniversario de la siembra de Manolo Tavárez Justo y 14 de sus compañeros del movimiento 14 de Junio en Las Manaclas, ocurrida en diciembre de 1963. Desde el punto de vista histórico, el crimen se enmarca en un contexto de represión política tras el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, recordándonos la brutalidad con que han actuado las fuerzas armadas dominicanas a lo largo de nuestra historia republicana. A nivel criminológico, este crimen está tipificado como una “masacre” ya que refiere a un acto colectivo donde hubo una clara intención por motivos políticos de provocar múltiples asesinatos que militares perpetraron contra civiles desarmados.
En el plano jurídico, el crimen contra los catorcistas que bajaron “bandera blanca en mano” después de acogerse a la propuesta del Triunvirato que les conminaba a rendirse, se circunscribe a la Convención de Ginebra de 1949, la cual codifica las normas sobre la protección de las víctimas de conflictos armados, definiendo a su vez, los crímenes de guerra. Desde esa perspectiva, se puede aludir la responsabilidad de los militares implicados en el crimen véase aquellos que estuvieron vinculados materialmente y por la cadena de mando en las decisiones jerárquicas que se tomaron sobre el terreno.
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Al respecto, los testimonios de los sobrevivientes señalan al general Ramiro Matos González, como el principal responsable de las operaciones militares en Las Manaclas, por lo que su nombre aparece mencionado como la figura clave detrás de los fusilamientos. Ciertamente, la cadena de mando constituye la base operativa con que actúan las instituciones militares cuyas jerarquías establecen con claridad las asignaciones en torno a quién toma, ejecuta y supervisa las decisiones militares para su cumplimiento. Desde esta óptica, la estructura permite rastrear la responsabilidad tanto de los soldados sobre el terreno como la de los oficiales superiores que ordenaron las operaciones.
A partir de lo que se recoge en un escrito publicado en el periódico El Siglo del 21 de junio de 1995, el doctor Emilio Cordero Michel señaló que “Manolo y el grupo venían a rendirse, traían camisetas y pañuelos blancos amarrados a varitas. Fueron hechos prisioneros; los colocaron de espaldas a un corte de una carretera y allí los fusilaron. Los familiares y personas que fueron a exhumar los cadáveres han testificado varias veces que las condiciones en que se encontraban esos compañeros: destrozados a balazos; algunos con bayonetazos; otros con un tiro de gracia en la nuca. Más aún, encontraron innumerables impactos de bala en el corte de la carretera, así pañuelos y camisetas blancas ensangrentadas”.
Se recuerda que, en carta enviada desde la cárcel de La Victoria a Don Rafael Herrera Cabral en fecha 27 de diciembre de 1963, el Dr. Cordero Michel explicó que “Bajando prisionero de las montañas de San José de las Matas, escuché las expresiones de la soldadesca: «¡Matar a Tavárez Justo aunque venga con bandera blanca y desarmado!». No dudé un segundo, que tenían instrucciones superiores de liquidar al compañero Manolo y a todo a quien le acompañase”. El único guerrillero del Frente Enrique Jiménez Moya que sobrevivió tras entregarse agregó además que “Deseo aclarar que el grupo de 12 compañeros que quedó detrás del que comandaba, y en el que venía el Dr. Manuel A. Tavárez Justo, también estaba enarbolando banderas y pañuelos blancos. No obstante, todos fueron asesinados porque así convenía a los intereses de los militares de la Aviación, quienes están tan acostumbrados a derramar la sangre del pueblo. Prueba de ello es que, al exhumarse los restos de mis 15 compañeros, dos días después, todos los cadáveres estaban desnudos o semidesnudos. Y si, director, un guerrillero no combate en paños menores y sin botas”.
En ese orden, la masacre de Las Manaclas no fue un evento espontáneo ni una acción aislada ya que la captura y posterior ejecución de Manolo Tavárez Justo y sus compañeros estuvo relacionada con decisiones estratégicas que se tomaron dentro de la jerarquía militar cuya estructura de mando aseguraba que una orden de esa magnitud pasara necesariamente por sus altos mandos. Tal como es sabido, las operaciones estuvieron bajo la responsabilidad del general Ramiro Matos González, quien, como jefe militar, tenía autoridad sobre las tropas desplegadas en la zona. En ese sentido, las órdenes de fusilar a los guerrilleros sólo pudieron haber sido ejecutadas con su aprobación explícita o tácita. Incluso si no dio directamente las órdenes, Matos González tenía el deber de supervisar las operaciones para prevenir violaciones de derechos humanos. Por tanto, el hecho de que no pudo garantizar un trato justo para los prisioneros que fueron apresados por sus tropas lo convierte inexorablemente en responsable de los crímenes.
Más allá de las implicaciones legales, el papel de Matos González en la masacre de Manaclas subraya una cuestión ética fundamental en nuestra sociedad sobre el rol de los militares que cegaron la vida de los que lucharon por nuestra libertad y democracia. En ese orden, el nombre que honra la Escuela de Graduados de Estudios Militares del Ejército de la República Dominicana constituye un despropósito y una ofensa a la memoria de sus víctimas, los héroes nacionales: Dr. Manuel Aurelio Tavarez Justo, Ing. Jaime Rafael Ricardo Socías, Dr. José Cabrera González, Juan Ramón Martínez (Monchi), Jesús Antonio Barreiro Rijo (Tony), José Daniel Fernández Matos, Ing. Rubén Díaz Moreno, Manuel de Jesús Fondeur (Piculín), Leonte Antonio Schott Michel, Fernando Arturo Martínez Torres, Antonio Filión (Manchao), Caonabo Abel, Manuel de los Santos Reyes Díaz (Reyito) Alfredo Peralta Michel (Alfredito) y Rubén Alfonso Marte Aguayo (Fonsito).
Dr. Amaurys Pérez
Sociólogo e historiador
UASD / PUCMM / Museo de la Dignidad