Todos somos conscientes de nuestra mortalidad, pero ignoramos cuándo, dónde y cómo ocurrirá. Es similar a estar de vacaciones, sabiendo que en algún momento tendrán que terminar. Para disfrutar de estos momentos, nuestro cerebro, como mecanismo de defensa, se enfoca en el presente, en recuerdos alegres y en la felicidad, siempre en alerta para protegernos y evitar despedirnos a destiempo
La ciencia y el ingenio humano han desarrollado estrategias que nos permiten enfrentar y, en la medida de lo posible, prevenir catástrofes. Por ejemplo, el 14 de agosto presenciamos la trágica explosión de San Cristóbal, con un saldo lamentable de más de 34 muertes y 50 heridos. Aunque aún hay personas sin identificar y el origen de la explosión todavía no está claro.
Posteriormente, el 23 de agosto, la tormenta Franklin causó estragos. Aunque la prevención para tormentas y huracanes es efectiva y evitó una mayor pérdida de vidas, no sucede lo mismo con la agricultura y las inundaciones en cañadas, ríos y arroyos.
Puede leer: Los ríos que me recuerdan las playas
El ciclón San Zenón, que azotó el 3 de septiembre de 1930, nos tomó desprevenidos y marcó el inicio de nuevas prácticas de construcción. En ese tiempo, las viviendas estaban hechas principalmente de madera, zinc y yaguas. Ernesto Armenteros, en una publicación de El Caribe en 1987, señaló que la Capital tenía entre 30 a 35 mil habitantes en 1930. El huracán dejó alrededor de tres mil muertos. Villa Duarte fue devastada, salvándose solo una edificación de concreto donde muchas personas encontraron refugio.
En el 1979 azotó el huracán David, destruyó parte de la Capital, dejó 4 mil muertos y unas 15 mil familias sin hogar. En el 1998, el huracán George dejó 604 muertos en todo el país
Las edificaciones se han vuelto más resistentes. Los países en zonas sísmicas han adaptado sus construcciones para soportar terremotos que ocurren sin previo aviso.
En 1992, se consolidó el Principio de Precaución en el Derecho Ambiental durante la conferencia de Río de Janeiro. Si bien es una herramienta jurídica para abogados especializados, es esencial para las autoridades y expertos para la toma de decisiones.
Aunque en la República Dominicana hemos ganado experiencia en el manejo de huracanes, aún necesitamos fortalecer nuestra conciencia sobre los desafíos que enfrentamos anualmente. La tragedia de San Cristóbal, cerca de nuestra capital, pone en evidencia que no estamos completamente preparados para enfrentar desastres de gran magnitud. ¿Cómo responderíamos a emergencias simultáneas? Nuestra metrópoli, con más de tres millones de habitantes, es vulnerable. Es esencial reforzar nuestras estrategias de preparación para prevenir desastres y evitar futuras catástrofes.
Es pertinente el análisis de riesgos, realizar un mapeo de las vulnerabilidades de cada rincón de la isla, preparar recursos humanos en cada lugar para que estén capacitados para acudir en la ayuda a las personas necesitadas cuando estemos expuestos a desastres.
Así como se exige a las empresas e instituciones marcar las salidas de emergencias, la isla también debe tener marcadas las rutas para la sobrevivencia.
Esto debe implicar a las familias marginadas, que son las que ponen al descubierto la desigualdad que apreciamos cuando hay catástrofes porque son las que aportan a las víctimas. Eso lo vemos todos los años en el periodo de los huracanes cuando las inundaciones, aparte de sacar a flote los plásticos, también dejan al descubierto nuestras carencias.