La vejez ni la muerte cambia a las personas, pero dejan constancia de cómo se vivió; debido a que se envejece y se muere como se vive.
La legitimidad y la identidad lo establece la coherencia. Es decir, se vive como se piensa y se practica lo que se confiesa y se defiende, desde la palabra al rostro; rostro y palabra se vuelven una constancia que, junto a la coherencia construyen un referente.
Mario Rivadulla era rostro y palabra. Escribía y hablaba como pensaba. Fue de esa forma que pudo transcender a su entorno.
Amaba lo que hacía. El periodismo fue su mejor arma, lo asumió de forma madura, reflexivo, vertical y con ética; jamás dijo una cosa en la que no creía, o sus convicciones morales o personales se lo impedirían.
Rivadulla tenía una mezcla genética extraña: gallego, cubano y dominicano, pero nunca se sintió extranjero.
Compartí con él diferentes espacios, le conocí sus habitos, sus emociones, su conducta, su familia y su trabajo, fue mi amigo, lo amé como se aman los amigos.
Participe varios años en su programa televisivo “Teledebate” reflexionando temas de salud mental y psicosocial;sentí su sensibilidad y su defensa por las personas vulnerables, privada de libertad, excluidas y en condiciones desiguales.
No era para menos, desde la piel a los huesos en plena juventud sus huellas somáticas le recordaban los seis años presos por exigirle libertad y derechos al régimen de Fidel Castro.
El exilio fue la respuesta que acompañaba a Rivadulla. Sin embargo, en dominicana encontraba los amigos políticos;
Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez, Jacinto Peinado, Bonetti, entre otros.
Aquí, también le abrieron espacios y len crearon caminos, le apoyaron para que volviera a escribir al igual que su columna la Bohemia, El Periódico La Calle y el Diario El Nacional en Cuba.
Mario Rivadulla dejaba constancia de su adicción a la palabra, a la escritura y a las ideas convertidas en debates; lo supo realizar en el Listín Diario, El Nacional, El Caribe y en la voz del Trópico como director.
Mario desarrollo familia, vida de pareja y de abuelo, de ciudadano y de amigo creíble, comprometido y de referencia
intachable. Vivió nueve décadas, confrontó adversidades, enfermedades catastróficas no trasmisibles, y los ataques propios de unos huesos que perdían su resistencia.
Pero, aun así, escribía, informaba, leía y sentía la utilidad y su identidad de periodista de cuerpo y alma.
Amaba a José Martí, a Hostos, a Miguel Otero y Víctor Hugo.
Practicaba la prudencia, cuidaba sus palabras y sus actos, su ética y su moral.
Siempre tenía el mismo rostro y la misma palabra. Su recorrido por la vida lo trascendió a través de lo intangible; allí descanso su fuerza en su nombre, su trabajo, su honestidad, su coherencia y su ética.
Se enfadaba por lo incorrecto, las injusticias y La irresponsabilidad. Era psicorrigido con el horario, el trabajo, los compromisos y la fidelidad.
Literalmente, Rivadulla era en hombre lógico, lineal, factual y verbal; de cabeza amueblada, de cerebro holístico, inteligente y disciplinado. Vivió sin odio, sin resentimiento, sin culpa y sin amarguras. Le gustaba hacer chistes, reía, era oxigenante y nutriente.
Espero que la tierra le sea lo suficientemente leve y la eternidad lo suficientemente grande para su morada celestial.
Buen viaje amigo de siempre Mario Rivadulla.