Me hiciste llorar

Me hiciste llorar

Samuel Luna

Apreciada Alice, mi amiga de infancia, al recibir el video que me enviaste sobre esta madre sintiéndose impotente y sin esperanza, se me hizo un nudo en la garganta y lágrimas saladas se escurrían de mis baldados ojos debido al cuadro social del dominicano; me hiciste llorar porque el
video tocó no solo mi corazón, tocó el corazón del Creador, al escuchar el grito de una madre impotente ante la injusticia de un país perdido en el laberinto de la política involutiva.

Me hiciste llorar, y quiero aclarar que mis lágrimas no fueron, como expresan algunos expertos de la salud, que las lágrimas son para comunicarnos y para mantener los ojos sanos; pensé que esas lágrimas producirían oxitocina para liberar el dolor producido por líderes irresponsables y por un pueblo ensimismado que solo piensa en las fábulas y en los sueños que muchos partidos le ofrecen. Esas lágrimas salieron de los tuétanos y no pude notar ninguna felicidad generada por la endorfinas. ¿Cómo reír, cómo no sentir dolor? Explíquenme, ¿Cómo? En un país dónde todo es un drama montado para confundir y engañar, para mantener la corrupción y usar la democracia como una mampara que solo sirve para crear un falso ambiente.

El llorar no es una debilidad, es una muestra de empatía, es sentir el dolor de los demás y hacerlo nuestro. Cuando en un país todo funciona por relación y por partidismo esto provoca que una gran mayoría de la población esté destinada a vivir en la pobreza y desamparados, también esto produce lloro. Cuando la población no sabe a dónde ir, en quién confiar, de dónde apoyarse, eso reduce la esperanza. Cuando el pueblo pierde la capacidad de articular sus derechos y unir voluntades, esto produce temor. Cuando el pueblo y el sector productivo temen a generar cambios reales y no son capaces de expresar lo más sagrado en la dignidad humana, me refiero a nuestro punto de vista y posiciones que trascienden la política tradicional, cuando ocultamos lo que creemos y no hacemos lo correcto, nos hacemos esclavos y miserables, esto también nos hace llorar gotas como de sangre.

Cada lágrima es parte del charco emocional; sin embargo, no debemos ni abrazar ni quedarnos en ese charco de lamentación, el lloro debe tener una respuesta, una acción, una praxis, una salida y un final. Alimentar las quejas no es sabio, debemos eliminarlas actuando de forma responsable y sin malicia. Como ciudadanos debemos envolvernos en los procesos políticos, no debemos tener miedo o llegar a la cobardía, si no nos involucramos no tenemos derecho a quejarnos. Podemos reducir el lloro reclutando personas que piensen en el bienestar del país y no en el de los partidos. Podemos estar en los partidos para traer luz y equidad, podemos envolvernos en las juntas de vecinos, en los consejos municipales, participar en los clubes deportivos y de las artes.

Lloremos, pero paremos de quejarnos, si anhelamos un país próspero y seguro es tiempo hacer lo siguiente: Entender que las cosas cambian solo cuando actuamos, hay que enfrentar lo que está mal, pasar de las quejas a la acción y de la saliva al sudor; además, unir voluntades para frenar la corrupción y promover la aplicación de la ley. Espero llorar un día de alegría al ver a todo un pueblo con equidad y justicia.